capítulo 59

127 38 5
                                    

Capítulo 59
Athenea Kane.


Las luces del aeropuerto brillaban intensamente, incluso en medio de la confusión. Sentía el latido de mi corazón resonar en mis oídos mientras, con cada paso, esquivábamos a los agentes de la Interpol. No podía permitir que siquiera pensaran en llevarse a Redgar. La idea de dejarlo a su suerte era inaceptable. No podía, no viviría sin él. Si lo encerraban, sería para toda la vida, y no podía permitir que eso sucediera.
El equipo de Ronin se movía rápido, disparando para abrirse camino, cada detonación resonando como un claro recordatorio de los peligros que enfrentábamos. Justo cuando todo parecía desmoronarse, Redgar se apresuró a bajar, sus ojos fijos en mí, como si me estuviera ordenando que lo siguiera. Sin pensarlo, me agarró del brazo y comenzó a correr hacia el jet.
Una vez dentro, el caos se volvió frenético. Ronin se asentó en el asiento del copiloto, mientras el piloto se ocupaba de los controles. Todo sucedía tan rápido que apenas podía procesarlo.
──¡El equipo que suba! ──gritó Redgar mientras miraba hacia la pista. En ese instante, vi a Tony y al resto corriendo hacia nosotros. Era ahora o nunca.
Respiré hondo, sintiendo cómo el agotamiento llenaba mi cuerpo, pero no podía dudar. Tomé asiento y observé cómo todos subían. Las puertas del jet se cerraron con un estruendo, y Redgar se aseguró de que todos estuvieran dentro. Miré alrededor, confirmando que el equipo estaba completo.
El jet comenzó a acelerar, y el ruido del caos afuera se intensificó. Sentí que perdía un poco de control, pero no tenía tiempo para pensar en eso. Finalmente, el avión se levantó en el aire, y un suspiro de alivio escapó de mis labios. Antes de que pudiera relajarme del todo. Mis manos temblaban y note que estaban llenas de polvo y sangre.
Redgar se sentó a mi lado. Acunó mi rostro entre sus manos, y de repente, se acercó y me besó. Fue un beso lleno de desesperación, como si intentara transmitir todo lo que había sentido en esos momentos de incertidumbre.
Lo recibí con gusto, devolviéndole la intensidad, sintiendo que, a pesar de lo que había sucedido, había un lugar donde ambos podíamos estar a salvo, al menos por un tiempo.
El jet surcaba las nubes, y aunque estábamos a salvo, la adrenalina seguía corriendo por mis venas. Aun sentía el eco de los disparos y la tensión en el aire. Redgar, aún con mis manos en su rostro, se retiró un poco para poder mirarme a los ojos. Su mirada era intensa, un cálido refugio en medio de la tormenta en la que nos habíamos visto atrapados.
──Lo logramos. ──murmuró, Yo asentí, incapaz de articular una respuesta. ¿Cómo podría expresar lo que sentía? La mezcla de miedo y alivio me inundaba, haciéndome sentir viva y vulnerable al mismo tiempo.
Estuvo a punto de perderlo, de no verlo jamás. No podría.
El equipo, exhausto pero cargado de alivio, comenzó a hablar entre sí. Las conversaciones se entrelazaban como un susurro de fondo, y aunque me esforzaba por escuchar, mi mente seguía enfocada en él. Gire un poco, apoyando mi cabeza en su hombro, dejando que su calor me envolviera.
Tony se acercó a nosotros, su expresión grave disipando la atmósfera de alivio.
──Necesitamos un plan, y rápido. La Interpol no se detendrá solo porque hayamos escapado. Sabemos que tienen nuestros datos. No debemos confiarnos.
Redgar apretó mi mano y asintió mientras miraba a Tony.
──Lo sé. Pero tenemos tiempo, al menos por ahora. Necesitamos encontrar un lugar seguro. Lo que temo es que te hayan visto y te vinculen conmigo.
Cerré los ojos por un momento, respirando hondo. La realidad nos golpeaba con fuerza, y el peso de la situación se hacía presente. Sin embargo, la cercanía de Redgar me daba fuerzas.
──¿Dónde vamos ahora? ──pregunté, levantando la mirada hacia él.
──Hay un contacto. Puede proporcionarnos seguridad mientras nos vamos a Irlanda. Pero primero, debemos establecer una ruta segura. ──Dijo Redgar, ahora enfocándose en la pantalla frente a él.
──¿Es seguro irnos a Irlanda?
──Ahora no, pero en un punto si.
Pasaron los minutos, y la tensión en el jet se mantenía palpable. La angustia que había sentido en el aeropuerto parecía desvanecerse poco a poco, pero la lógica me decía que debíamos mantener la guardia alta. Miré a mi alrededor, cada miembro del equipo parecía estar pensando en lo mismo: la incertidumbre del futuro.
Redgar, con un ligero gesto, volvió su atención hacia mí.
──Nena, lo que hiciste allá… eso fue increíble. ──dijo, su voz acariciando los extremos de mi mente. ──. Eres valiente.
──Solo hice lo que tenía que hacer. ──respondí con humildad, pero él negó con la cabeza.
──Lo que importa es que estamos juntos. No voy a dejar que te pase nada. Prometido.
Las palabras retumbaron dentro de mí, encendiendo un fuego de determinación.
──Lo sé. Y yo tampoco voy a dejarte. ──respondí con firmeza, sintiendo que, a pesar de lo que viniera, enfrentaríamos esto juntos.
Yo no iba a dejarlo. Así tuviera que vivir escondida toda una vida, lo haría con tal de estar con él.
Mientras el jet volaba a través del cielo, comenzamos a trazar un nuevo destino, un nuevo futuro. Todo lo que habíamos enfrentado hasta ahora apenas era el comienzo. Y en la distancia, el horizonte se extendía ante nosotros, lleno de posibilidades e incertidumbre, pero con la certeza de que no estaríamos solos.

****
Me quedé dormida, sin ser consciente de cuánto tiempo había pasado. La suavidad de una caricia en mi rostro me sacó del lugar de los sueños. Era la mano de Redgar, deslizándose suavemente por mi mejilla, con una ternura que raramente mostraba. Al abrir los ojos, pude ver a Redgar observándome con una mirada tranquila y una leve sonrisa que me transmitía seguridad.
──Hemos llegado ──dijo en un susurro, que parecía envolverme en calma.
Parpadeé varias veces, tratando de despertar completamente, antes de acomodarme en mi asiento. Miré alrededor algo desorientada. Las luces cálidas del interior del jet y el suave ronroneo de los motores me daban una extraña sensación de confort.
──¿A dónde? ──logré preguntar, aún con voz algo queda.
Redgar esbozó una sonrisa misteriosa, esa que siempre me hacía adivinar y me mantenía en vilo.

──Ya verás.
Recordé que habíamos cambiado de avión en Rumanía. Apenas un par de horas antes, allí, había tenido la oportunidad de lavarme el rostro y quitarme la ropa ensangrentada. Los baños del aeropuerto eran pequeños, pero en esos momentos me parecieron un lujo. Dejé que el agua fría corriera por mi piel, llevándose consigo algo del miedo y del agotamiento. Redgar también aprovechó para refrescarse, y verlo salir del baño, con el cabello húmedo y la ropa limpia, era casi como ver a una persona nueva. No éramos los mismos que abordaron el primer avión, al menos en apariencia.
Durante todo ese tiempo, Ronin había estado en su propia misión. Su concentración era absoluta, sin permitir que nada lo distrajera de su objetivo: revisar y eliminar cualquier rastro que pudiera delatarnos. La habilidad con la que manejaba sus herramientas era asombrosa de presenciar. Redgar no exageraba cuando decía que Ronin era el mejor en lo que hacía. Con manos expertas y precisión milimétrica, había creado nuevas identidades para todos en un abrir y cerrar de ojos. Nos conectó a un destino seguro, un lugar que él mismo aseguraba ser el más seguro del mundo.
Él se encargaba de que así fuera.
El jet comenzó a descender lentamente, y pude sentir el cambio en la presión. Observé por la ventanilla y vi cómo los colores del exterior se transformaban de un mar de nubes a un mosaico de paisajes terrestres. El amanecer bañaba todo en tonos dorados y naranjas, convirtiendo los campos y las montañas en un espectáculo impresionante. Respiré hondo y el aire fresco pareció limpiar mis pensamientos. No sabía cuánto había dormido, pero me sentía descansada y sorprendentemente tranquila, como si el peso de los últimos días hubiera comenzado a disiparse.
El interior del jet era un santuario en contraste con el caos que habíamos dejado atrás. Los asientos de cuero, la iluminación suave y los pequeños detalles de lujo me daban una paz que hacía tiempo no sentía. Aprecié cada pequeño confort, conscientes de que en cualquier momento podríamos volver a estar en peligro.
Redgar me observaba, asegurándose de que estuviera bien. Me miró y me dio un pequeño apretón en la mano cuando nuestras miradas se cruzaron. Su apoyo silencioso era todo lo que necesitaba para continuar adelante.
Ronin, que había estado inmerso en su trabajo, finalmente levantó la vista de su ordenador portátil. Cerró la tapa con un gesto decidido y se estiró, aliviado de haber terminado su tarea. Aunque su rostro siempre era serio y concentrado, había en él una expresión de satisfacción. Sabía que había hecho su trabajo bien, asegurando nuestro futuro inmediato.

Mientras el avión descendía, el rugido de los motores bajó de tono y el silencio de la expectativa impregnó la cabina. Al tocar tierra, el avión rodó suavemente por la pista. Me levanté con cautela, siguiendo a Redgar. A través de las ventanillas, vi una pista de aterrizaje rodeada por altos árboles y un pequeño edificio en la distancia. Parecía un lugar remoto y tranquilo, justo lo que necesitábamos.
Redgar me tomó de la mano, su contacto era firme y reconfortante. Juntos, descendimos del jet y sentí la brisa fresca del lugar en mi rostro. Era revitalizante, despejando cualquier rastro de duda. No importaba adónde íbamos, mientras estuviéramos juntos y a salvo. Redgar apretó mi mano una última vez antes de soltarla.
Varias camionetas aparecieron en el camino, detuve en seco con miles de pensamientos, pero al ver que Redgar mantenía su postura y Ronin también calme mis pensamientos, de una de las cuatro, bajo un inmenso hombre y luego una mujer con un largo abrigo negro, sus ojos azules eran muy llamativos, detrás de ella bajo otra con la misma apariencia expedían poder, sangre y dinero.
—Vamos —dijo con un tono seguro.
Le extendí la mano.
──Bienvenido a Varsovia, Red. ──hablo una de ellas con acento americano. Desvío su mirada hacia mi.
──Es mi esposa.
Ella sonríe.
──Mucho gusto, Athenea. Me han contado cosas asombrosas de ti. Yo soy Leah Kurek. La polaca, y ella es mi hermana.
La otra se acerca, tiene un arnés con armas doradas hace a un lado su cabello, es joven pero tiene un aura muy pesada.
──Ornella Kurek Miller.
──Athenea Kane.
Ronin se acerca a saludar a ambos con mucha familiaridad.
──Aquí estaremos a salvo. ──dice Ronin.
──Lo estarán. ──afirma la polaca. ──. Por cierto, te tenemos un sorpresa en el castillo que habitarán. ──dice hacia mi.
Desvíe la mirada hacia Redgar, quién me sonrió.
──Todos tienen aliados, yo tengo los míos.

Athenea Donde viven las historias. Descúbrelo ahora