capítulo 34

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Capítulo 34
Athenea Kane.


Llegamos al apartamento tras lo ocurrido en el galpón. Podía sentir la adrenalina corriendo por mis venas. Alessandro había logrado sacar un poco de las armas pero no todas… y eso lo tenía frustrado y enojado. Era un cuadro de tensión pura y desesperación. La camioneta se detuvo bruscamente y Alessandro fue el primero en bajar, su arma en mano y una herida que no dejaba de sangrar marcando su fragilidad. Lo seguí de cerca, mi respiración entrecortada por los nervios y la idea de que nada hubiese resultado como lo planee. Federico, iba a la retaguardia, sus ojos revisando cada sombra.
El ascensor parecía moverse con una lentitud infinita, el zumbido de los pisos pasando era secundario al tamborileo de mi corazón. Llegamos y la calma en los pisos anteriores era desconcertante, como el ojo de un huracán antes de la devastación.
Federico se adelantó y abrió la puerta del apartamento. El caos nos dio la bienvenida. La seguridad, la fortaleza que se suponía debía mantenernos a salvo, estaba muerta, esparcida por el suelo como muñecos desechados. Las puertas de todas las habitaciones abiertas, sus secretos revelados en la brutalidad de la escena. Una ola de pánico me golpeó, pero mis pies se movieron por la inercia.
Al final del pasillo, la puerta de la habitación de los niños estaba abierta. Cada paso en esa dirección pesaba, el pánico arañando mi interior. Enzo y Renzo, mis pensamientos volaron hacia ellos con una intensidad que me hizo sentir como si mi corazón fuera a abandonar mi pecho. Alessandro me lanzó una mirada llena de rabia, una corriente fría recorrió mi espina dorsal. Me tensé, entendiendo el peligro en su gesto.
Avanzó con firmeza hacia la habitación. Los niños no estaban. Sabía dónde estarían, con quién estarían… se los llevaron. Pero no dije nada. Mi silencio era un escudo, una esperanza.
Federico rompió la tensión con su voz firme.
──Señor, aquí tenemos a quien quería. ──Giré y vi a Gianni, mi guardaespaldas, el hombre que me ayudó en todo, arrodillado y bañado en su propia sangre. Federico lo apuntaba, la pistola fija.
La voz de Alessandro era un filo cortante.
──Muy bien, ahora sí… a ver preciosa, dime dónde están los niños. ──Mi cuerpo se tensó aún más, nuestras miradas se encontraron. Sabía que cualquier respuesta, cualquier movimiento podía desencadenar una cadena de eventos incontrolables. Me quedé observando, el tiempo detenido en esos instantes de terror y duda.
Alessandro me enfrentó con una mirada de furia contenida.
──Ayudaste a mi esposa a sacar a los niños, Gianni. ──dijo, su voz cortante como una navaja. Gianni, arrodillado y sangrando, negó desesperadamente.
──No sé de qué habla… yo intenté detenerlos, eran demasiados.
Los ojos de Alessandro volvieron a posarse en mí, y noté el brillo de una sonrisa cruel en su rostro.
──Me asombra para serte sincero todo lo que planeaste, pero me hace sentir muy orgulloso del arma que he creado y que ahora apunta hacia mi.
Sacudí la cabeza, mis palabras saliendo atropelladas.
──¿Qué estás diciendo? Estás loco. Tenemos que buscar a los niños.
Alessandro se acercó, cada paso una amenaza latente.
──Tú sabes dónde están. ──susurró, sus ojos clavados en los míos. ──Dímelo ahora.
Negué con vehemencia, tratando de mantener la calma. Su siguiente orden a Federico fue un golpe de realidad.
──Dispara. ──ordenó, sin apartar la vista de mí.
El sonido del disparo resonó en mis oídos, un estallido de violencia pura. Gianni gritó de dolor, la bala perforando su pierna. Fue un grito que desgarró el aire, obligándome a cerrar los ojos con fuerza. Un eco de horror resonaba dentro de mí y un grito escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo.
──No sé dónde están los niños, no sé quién se los llevó, no sé de qué estás hablando. ──grité, la desesperación vibrando en mi voz. Mi corazón martilleaba en mi pecho, cada latido una detonación de terror y desesperanza.
Alessandro no parecía ceder. Su mirada fija en mí era un juicio silencioso, su desconfianza un muro infranqueable. Sentía su control deslizándose, pero también su rabia creciendo como una marea imparable. No podía permitir que su ira se tradujera en más violencia, pero cada palabra que decía parecía enfurecerlo más.

Gianni gimió de dolor en el suelo, su herida una acusación muda en nuestra silenciosa confrontación. Federico mantenía su arma firme, pero su mirada también reflejaba una mezcla de incertidumbre y lealtad.
──Por favor, Alessandro. ──intenté suavizar mi tono, buscando cualquier resquicio de racionalidad en sus ojos. ──. No sé nada. Está fuera de nuestro control ahora. Tenemos que encontrarlos.
Su mandíbula se apretó, y por un instante, pensé que podría escucharme. Pero luego vi el endurecimiento en su expresión, la determinación de no dejarse convencer fácilmente. Mis palabras no parecían alcanzar la raíz de su desconfianza.
La habitación se sentía más oscura, más pequeña, atrapándome en una red de miedo y desesperación. Necesitábamos encontrar a los niños, pero también necesitábamos sobrevivir a este momento, a esta tensión que amenazaba con destruir lo poco de humanidad que quedaba entre nosotros.
Antes de poder reaccionar, Alessandro me sujetó del cuello y estampó mi cuerpo contra la pared. Su fuerza arrolladora me dejó sin aliento.
──¿Dónde están los niños? ── gritó, su rostro a escasos centímetros del mío.
Sentí sus dedos apretando, cada segundo más difícil respirar. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras negaba desesperadamente.
──No lo sé, Alessandro, no lo sé.
Sin el más mínimo rastro de compasión, volvió a dar la orden.
──Dispara. ──dijo a Federico, con su mirada helada fija en mí. Otro disparo resonó y el grito de Gianni se alzó en el silencio. Vi cómo su cuerpo se retorcía, sus gritos de dolor se clavaban en mi corazón como dagas. Pero sabía la verdad: no podía rendirme, no podía ceder.
──No sé dónde están. ──repetí, desesperada, no podía delatarme por nada del mundo.  ──. No sé quién se los llevó.
Alessandro me soltó, permitiéndome caer al suelo, luchando por recuperar el aire que mis pulmones ardían por falta. Cuando finalmente pude respirar, giré mi rostro hacia él. Sus ojos ardían de furia contenida.
──Última vez, Athenea. ¿Dónde están?

Me tomé un momento para secar mis lágrimas, mi voz firme a pesar del miedo que sentía.
──No sé por qué estás haciendo esto, no lo sé. Nadie ama más a esos niños que yo, nadie… no sé dónde están, no sé quién vino por ellos. ──grité con toda la fuerza que me quedaba.
Observó mis ojos, buscando la verdad en ellos. Luego se enderezó y se dirigió a Federico con una crueldad que heló mi sangre.
──Mátalo.
Federico levantó su arma sin vacilar. Gianni, indefenso y lleno de dolor, miraba su destino con una resignación que me rompió el alma. El disparo fue rápido, preciso, una explosión certera que dejó a Gianni inmóvil, una figura inerte en el suelo.
Me quedé inmóvil, mi mente luchando por procesar el horror. No me permití reaccionar, no podía exponerme, no lo haría por nada del mundo. El silencio volvió a la habitación, roto solo por la respiración pesada de Alessandro.
Gruñó, su voz un rugido contenido. Me levanto sujetando con extrema fuerza mi brazo, escruto mi mirada, me soltó y por un leve instante pensé que me creía hasta que su mano se estampó con todas sus fuerzas en mi rostro, caí al suelo cerca del cuerpo de Gianni su sangre baño mis manos.
──Te salvas que te amo, Athenea, porque te juro que justo ahora no quedaría nada de ti de no ser así.  ──susurra.
──Mataste a un inocente. ──susurro sintiendo el sabor a hierro en mi boca. ──. Yo no hice nada, él tampoco. Lo mataste.
Alessandro bufa.
──No es el primero en mi lista, Athenea. No es el primero que mato, ni será el último. Siguen ahora todos los del equipo de Kane, y luego él. Pero eso sí, voy matarlo frente a ti, para que entienda que eres mía, ¡Eres mi condenada mujer! serás una esposa muy obediente, una digna Gambi. ¿verdad, preciosa?
Mi corazón se apretó en mi pecho ante sus palabras. No pude encontrar una respuesta, mis pensamientos eran un torbellino de emociones conflictivas. Me había salvado, pero a qué precio. En su ira y su amor, estaba dispuesta a destruir todo a su alrededor desde dentro.
Sus dedos se posan en mi barbilla, cuando se inclina para quedar a mi altura.
──Espero que de verdad no tengas nada que ver en esto.
──No tengo nada que ver… ──murmuro, debo convencerlo..
──Eres lo más hermoso que he visto en mi vida y lo más peligroso al mismo tiempo, Athenea. Voy a matarlos a todos, y solo me voy a quedar contigo, preciosa. Seremos tu y yo siempre.
Cada fibra de mi ser estaba dedicada a esos niños, a protegerlos a toda costa. No podía dejar que me quebrara, no ahora. Sin importar lo difícil que fuera, no podía permitirme ceder al miedo. Los niños eran todo lo que importaba y ahora sabia que estaban a salvo, yo era la que menos importaba. Yo iba a soportar todo lo que Alessandro me hiciera.
──¿Quién eres tú Athenea?
Siento asco, rabia y dolor.
Sollozó pero me mantengo firme.
──Soy Athenea Gambi.
──¿Y a quien le perteneces?
──A ti.
A ti, pero voy a matarte…
Vamos a matarte.

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