capítulo 11

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Capítulo 11
Alessandro Gambi.
Mi mujer.


Observo a Athenea con detenimiento, desde sus pies hasta la coronilla de su cabeza. Está deslumbrante con ese vestido negro que abraza cada una de sus curvas, los diamantes que cuelgan de su cuello y su dedo parecen empequeñecerse ante su radiante belleza. He intentado conquistarla de innumerables maneras, llenándola de regalos lujosos, joyas caras y ropa de las mejores marcas, pero su respuesta siempre es la misma: un simple “gracias”.
Athenea es distinta, única. No se deja impresionar por los lujos materiales, su corazón y su mente van más allá de lo superficial. A pesar de mis esfuerzos por esconderla  de Red, sus silencios y miradas me han revelado que está cansada de ser prisionera en esta isla. Ha llegado el momento de dar un paso al frente, de iniciar la guerra que llevamos tiempo preparando en las sombras.
Ella es mi aliada, mi cómplice en esta batalla contra Red. Athenea es mucho más que una mujer hermosa, es un arma poderosa que he decidido utilizar para destruir a mi enemigo. En esta noche, mientras salimos juntos de la isla por primera vez en meses, siento que el destino nos sonríe. Juntos, estamos listos para desatar una serie de eventos que cambiarán el curso de esta guerra para siempre.
Caminamos juntos hacia el jet privado, Athenea a mi lado buscando el aire que anhela. Cada paso que damos está lleno de intenciones ocultas, cada palabra que digo está cuidadosamente diseñada para cautivarla. La manipulación de la realidad de Athenea ha sido un desafío, pero encuentro placer en cada detalle que comparto con ella y no solo eso me cautivo con tenerla a mi lado.
Me ha hechizado, su realidad y mi realidad ahora mismo son las mismas. Ella es mi mujer, mía.  Soy dueño de cada centímetro de su piel, y Red no va a quitármela jamás.
Nuestros dedos se entrelazan, y no puedo evitar perderme en su belleza. En este momento, entiendo por completo la atracción de Red hacia ella. Athenea es increíble, con un espíritu inquebrantable que me desafía a cada paso. Sé que la caza comenzará pronto, y por eso sigo moldeando su percepción, tratando de apropiarme de su mundo… incluso de sus palabras.
Me acerco a ella y susurro en su oído.
──Ti amo, tesoro. ──Athenea se gira hacia mí, y en ese instante de complicidad, nuestras narices casi se rozan, sintiendo la cercanía palpable entre nosotros.
──Yo también a ti.
El recuerdo de las palabras del doctor resuena en mi mente, recordándome la fragilidad de su memoria, las lagunas que amenazan con separarnos. Mientras nos adentramos en el jet, sé que el tiempo juega en mi contra. Debo seguir adelante, guiarla por este laberinto entre su pasado y su presente, aunque huyo de lo que pueda desencadenar en ella al encontrarse con Red.
En cada paso que damos juntos, en cada palabra compartida, la línea entre la Athenea que fue y la que es se desdibuja aún más, y en medio de esa confusión, mi corazón late con una mezcla de emoción y perversión ante un amor envuelto en mentiras, todo puede voltearse en mi contra así como lo hizo con Red. 
Ella observa mis manos llenas de cicatrices, cuando el edificio explotó yo la sujetaba y partes de la pared que cayó en su cabeza lo hizo en mis manos, mi recuperación fue mucho más rápida que la de ella, estuvo en UCI semanas entubada e inconsciente, hice hasta lo inimaginable para que ella viviera y aquí está, a mi lado.
Guiaba a Athenea con paso firme hacia la camioneta blindada que nos esperaba a la salida del aeropuerto en Tenerife. Mientras caminábamos, pude notar la mezcla de emoción y nerviosismo en los ojos de Athenea. Le indiqué en voz baja:
──Debes mantenerte alerta, Athenea.  Disfrutemos del momento.
Al llegar al imponente auditorio, su arquitectura deslumbrante nos dejó sin aliento. A medida que nos dirigíamos hacia la entrada, era consciente de la mirada escrutadora del equipo de seguridad a nuestro alrededor. Nos escoltaron hacia uno de los balcones, donde me aseguré de que Athenea se acomodara cómodamente antes de sentarme a su lado.
Desde nuestro asiento privilegiado, observaba a la multitud que llenaba el auditorio, cada persona ocupando su lugar con expectación. Sabía que la noche que estábamos a punto de presenciar tendría un impacto duradero en todos los involucrados, especialmente en Red, quien iba a descubrir la verdad sobre mi relación con Athenea.
Era un momento crucial, lleno de tensiones y expectativas. Mientras esperábamos el inicio del evento,  sentía que después de esta noche, nada volvería a ser igual.
El concierto había comenzado apenas unos momentos antes, y el majestuoso auditorio vibraba con la resonancia de la primera nota sinfónica. Nuestra ubicación en un balcón privado nos permitía tener  la vista panorámica del escenario y del público era impresionante, y Athenea parecía completamente embelesada con la orquesta. Podía ver cómo sus ojos se iluminaban a medida que la música tejía su hechizo en el aire.
A mi lado, ella estaba completamente absorta, su mirada fija en los músicos mientras la intensidad de la interpretación crecía. De vez en cuando, mi atención se desviaba de ella hacia el mar de rostros que conformaban la audiencia. Buscaba algún indicio, un mínimo gesto que fuera de lo común, pero todo transcurría sin incidentes, sin nada que rompiera la magia del concierto.
De repente, Athenea posó su mirada en mí y, con una voz suave que contrastaba con la energía de la sala, me susurró un “gracias”. Era un agradecimiento diferente, más profundo y sincero que cualquier otro que hubiera pronunciado, incluso distintos a los que me había dicho cuando la agasajé con joyas en ocasiones anteriores. Seguimos disfrutando de la música, perdiéndonos en las melodías del primer acto hasta que, llego el primer descanso.
──Necesito ir al baño. ──susurra Athenea a mi lado.
Miré hacia Federico, quien se encontraba a pocos pasos de nosotros, señalándole con la mirada que la acompañara. Justo antes de que Athenea se alejara completamente, la sujeté de la mano y , la retuve lo suficiente para robarle un beso. Sus labios tocaron los míos suavemente.
Mientras Athenea se alejaba con Federico detrás de ella, me levanté y caminé hacia el borde del balcón. Desde allí podía observar mejor al público, que aprovechaba el intermedio para estirar las piernas o ir a buscar algo de beber. Era una multitud típica de un evento de esta magnitud, pero entonces noté algo inusual. Dos figuras, vestidas con trajes inmaculados y de postura rígida, se destacaban entre los demás. No parecían disfrutar del evento; más bien, sus ojos escudriñaban la sala con un propósito definido, como si buscaran a alguien específico.
──Te habías tardado, Redgar.



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