capítulo 58

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Capítulo 58
Redgar Kane.

La verdad es que los recuerdos de Athenea suplicando y llorando para que no me entregara me parten el alma. Sus ojos llenos de desesperación eran un reflejo de mi propia desesperación, pero no había otra salida. Tony, mi compañero de todas las batallas, se arrodilló a mi lado.
──En todo juntos, Jefe ──murmuró.
──Idiota ──le dije, aunque en ese momento no sentía nada más que gratitud.
Las camionetas derrapaban mientras los agentes de la Interpol, equipados hasta los dientes, bajaban y nos apuntaban con sus armas. Esta era la única forma de asegurar la seguridad de Athenea, para que ella pudiera huir y no ser vinculada conmigo.
Uno de los agentes, comenzó a acercarse. Lo reconocí al instante. Su sonrisa de satisfacción al verme arrodillado lo delataba.
──Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra en un tribunal. Tiene a la asistencia de un abogado durante su interrogatorio. Si no puede pagarlo, se le asignará uno de oficio. ──Con voz altanera, empezó a leerme mis derechos. Otro agente me levantó del suelo y me esposó las manos a la espalda.
──Busquen, a alguien está protegiendo ──dijo el primer agente, acercándose más a mí con una mueca de triunfo. Es Federer. ──. Redgar Kane jamás se entregaría así como así. ¿Verdad, Kane?
Los agentes se dispersaron, registrando cada rincón. No dije una sola palabra. Observé todo a mi alrededor.
──Vas a morir en una cárcel de máxima seguridad ──amenazó el agente, con la intención de intimidarme.
Sonreí, divertido por su intento de provocarme miedo.
Nos metieron en una de las camionetas, a Tony y a mí, rodeados por varios agentes. Me encadenaron al piso, asegurándose de cada uno de mis movimientos. Cerré los ojos y rogué en silencio que Ronin hubiera logrado sacar a Athenea a tiempo. Sin importar lo que ocurriera conmigo, su seguridad era lo único que importaba.
Nada más.
Yo podría vivir una vida entera encerrado sabiendo que ella estaba bien, y que tendría a su disponibilidad todo mi dinero para vivir bien.  Ellos congelarían las cuentas principales pero yo desde el momento que supe que ella formaría parte de mi vida la resguarde.
La camioneta de la Interpol se bambolea de un lado a otro en cada giro y freno brusco. Puedo sentir cada vibración en el chasis. La decisión que deben tomar es crucial: montarme en un avión y llevarme a Estados Unidos o a Canarias para ser juzgado. Lo sé, los países estarán peleando por ver quién tendrá el “honor” de encerrarme. El riesgo de fuga es alto, lo saben, así que necesitan subirme a ese avión cuanto antes.
Mis pensamientos se desvían hacia Athenea. No sé cuánto tiempo pasará antes de que pueda verla de nuevo. Rememoro sus besos, sus caricias, tratando de sentirla a mi lado en esta fría y oscura camioneta. Cierro los ojos, dejándome llevar por esos recuerdos que son lo único cálido que tengo ahora.
De repente, una pequeña puerta de la cabina se abre y aparece el agente Federer.
──¿Quién era? ──Abro los ojos y me giro lentamente para verlo.
──Tenias que hacer un pacto con Gambi para poder atraparme. Qué bajo has caído. Pensé que eras de los mejores.
Federer entrecierra los ojos, su mirada llena de desconfianza y frustración.
──¿A quién estabas protegiendo? ──insiste. ──. ¿Una mujer? ¿Tú mujer?
Cierro los ojos de nuevo y me recuesto, mis manos y pies aún esposados. No voy a darle esa satisfacción. De pronto, se escucha la radio. Un agente dice que la pista está libre. Es ahora o nunca para sacarme de aquí.  Oigo la voz de Federer.
──¿Qué es eso?
Abro los ojos y le comparto una mirada rápida con Tony, quien está en la misma posición que yo. El panorama se llena de tensión.
──¡Es una bazuca! ──grita Federer.
A lo lejos, oigo una explosión y el caos comienza. La camioneta da un salto, los agentes gritan y puedo sentir cómo la situación se descontrola.
¿Qué coño?
La camioneta de la Interpol trata desesperadamente de esquivar el ataque. Cada embestida y giro brusco me grita que este ataque tiene nombre y apellido: Athenea Kane. Mi esposa está haciendo todo lo posible para evitar que me lleven, y lo está consiguiendo.
Sonrío.
La camioneta se tambalea violentamente cuando es embestida con fuerza, haciendo que Tony y yo seamos azotados contra las paredes metálicas del vehículo.
—¡Disparen!  ──Federer grita con desesperación.
La situación se vuelve caótica. A través de las pequeñas ventanas del vehículo, vislumbro el destello de los disparos que van y vienen, pero es poco lo que puedo ver con claridad. De repente, algo choca con una fuerza brutal contra la camioneta, volcándola por completo. Tony y yo quedamos colgados, sostenidos únicamente por nuestras esposas y cinturones de seguridad.
Estoy aturdido, pero consciente. El sonido de explosiones y disparos llena el aire, y la adrenalina recorre mi cuerpo. La puerta de la camioneta es abierta de golpe y la luz del exterior me ciega momentáneamente. Apenas puedo distinguir la figura de quien ha llegado, pero los disparos hacia las cadenas que nos mantienen colgados son certeros. Caigo al suelo junto a Tony, quedando libres de nuestras ataduras.
La voz de Athenea llega a mis oídos, suave pero urgente, mientras sus manos acunan mi rostro.
──Es hora de irnos, amor. Vámonos.
Me entrega un arma y otra a Tony. Todavía sintiendo el eco del golpe en mi cabeza, tomo el arma con firmeza.
──¡Ahora! ──exclama Athenea.
Nos levantamos rápidamente, listos para abrirnos paso entre la confusión. La luz aún me ciega parcialmente, pero la claridad del propósito en la voz de Athenea me guía. Afuera, reina el caos absoluto. Nos abrimos paso entre el fuego cruzado, sabiendo que es ahora o nunca.
El caos era absoluto. A nuestro alrededor, el estruendo de los disparos resonaba con fuerza, y las balas silbaban. Fuera de la camioneta volcada, los agentes de la Interpol intentaban reagruparse. La situación se había tornado peligrosamente inestable.

Ella tomó la delantera entre nosotros, avanzando con confianza y precisión. Tras ella, Ronin, liderando el camino. Su experiencia era evidente en la forma en que evaluaba el terreno, buscando puntos de cobertura, gesticulando para indicarnos por dónde movernos. 
──¡Adelante! ──gritó Ronin mientras disparaba a un agente que intentaba tomar posición detrás de un coche. El disparo fue certero, y el hombre cayó al suelo.
Athenea y yo seguimos a Ronin, en un retador avance a través de balas y polvo. La imagen de Athenea luchando a mi lado era un poderoso incentivo, un recordatorio de que ni la Interpol ni el destino podían separarnos otra vez.
Los agentes de la Interpol comenzaron a reagruparse, intentando organizar un contraataque. La tensión en el aire era palpable, cada uno buscando la brecha en la defensa del otro. Se escuchaban gritos de órdenes, el sonido metálico de los cargadores siendo cambiados.
Con cada roce de las balas que pasaban cerca, mi instinto se encendía. Aun aturdido, respondía a la amenaza, disparando cuando era necesario, protegiendo a Athenea mientras avanzábamos. El equipo de seguridad que la acompañaba, algunos viejos amigos de Ronin, se desplegaron al lado nuestro. Eran un grupo bien entrenado, con la mirada fija y el alma decidida.
Cada vez que un agente caía, otros tomaban su lugar, el enfrentamiento parecía no tener fin. Pero  logramos abrirnos camino, acercándonos cada vez más a un vehículo que, según Ronin, nos llevaría lejos de este infierno.
──Necesitamos llegar a la pista.
──Deben tener agentes allí. Tienen un avión.
──Ya lo secuestramos. ──dice Ronin.
Llegamos a una pequeña cobertura detrás de un antiguo edificio en ruinas. Debía ser una zona de descarga olvidada, pero en ese instante, se convirtió en nuestra fortaleza temporal. Athenea se giró hacia mí, su mirada ardiente y decidida.
──No vuelvas a hacer eso.  ──dijo. ──. Por favor. No vuelvas a dejarme. Está prohibido.
──¿Por qué volviste? ──pregunté acercándome a ella. ──. Tenías que irte.
──Porque sin ti no hay vida, y ya morí una vez. No quiero volver a hacerlo.
Esa mirada, llena de amor y determinación, me llenó de valor. Pronto, todo sería historia, pero en este momento, lo único que importaba era salir de aquí juntos. El rugido de las balas, el eco de la explosión y el caos constante eran solo un telón de fondo. La verdadera batalla era por nuestra libertad, y no permitiría que nadie nos la robara.
──¡Vamos! ──grité, mientras todos, al unísono, preparábamos nuestra ofensiva final para alcanzar la salvación.

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