Capítulo 40
Red.
Un sueño.
Envuelto en la penumbra de mis pensamientos, la imagen de Athenea se materializó ante mí con una claridad asombrosa. Sus ojos, llenos de una ternura profunda y una intensidad que calaba hasta los huesos, me observaban. Pude sentir su respiración cálida y pausada acariciando mi rostro, trayendo consigo una paz que parecía desafiar la realidad.
──Te amo, Redgar Kane, y siempre lo haré ──susurró Athenea, con una voz que resonó en lo más íntimo de mi ser, como una promesa eterna.
A medida que sus palabras se asentaban en mi mente, sus labios se acercaron a los míos. El contacto inicial fue suave, un roce tímido que pronto se transformó en un beso apasionado y profundo. Cada segundo que pasaba, la intensidad crecía, el calor de su piel, el latido de su corazón contra el mío. Sentí que podría perderme en ese momento para siempre.
De repente, fui arrancado de ese sueño idílico, un frío aterrador inundó mi cuerpo. Me desperté de golpe, respirando con dificultad. Mi corazón latía con fuerza desbocada y el mundo real volvió a caer sobre mí como un tormento.
Athenea yacía inmóvil, el Doctor a su lado con una expresión grave. Mi mano, aún entrelazada con la suya, notaba la debilidad de su pulso y el frío que comenzaba a asentarse en ella. El médico levantó la vista hacia mí, su mirada cargada de una preocupación que intensificó mi miedo.
──Sus valores han bajado ──informó con voz sombría.
De pronto, la máquina al lado de Athenea comenzó a emitir un sonido constante y agudo. Un pitido que llenó la habitación con una tensión palpable. Los niños, alarmados por el ruido, se refugiaron llorando en los brazos de la niñera, buscando consuelo en medio del pánico.
El doctor y la enfermera se movieron con precisión y rapidez, abriendo un pequeño maletín y sacando medicamentos y fluidos para administrarlos urgentemente a Athenea. Me levanté, sintiéndome impotente, mi mente un torbellino de temor y desesperación. Miré cómo el doctor se subía a la camilla, aplicando compresiones en el pecho de Athenea con una fuerza controlada pero desesperada. Cada pulsación que realizaba resonaba en mi propio cuerpo, intensificando el dolor que me invadía.
El recuerdo del sueño se filtró nuevamente en mi mente, una cruel ironía que se burlaba de la realidad. La niñera apresuradamente llevó a los niños fuera de la habitación, el caos envolviendo la cabaña, gritos y sollozos resonando en el ambiente.
Finalmente, mi voz se alzó, desgarradora.
──¡Nena! ¡Athenea!
El sonido de la máquina cambió, el agudo pitido transformándose en un ritmo más regular. El doctor detuvo sus movimientos, su mirada se cruzó con la de la enfermera en una mezcla de alivio y urgencia.
──Ella necesita un hospital, no podemos tenerla aquí en esta cabaña. Tenemos que moverla lo más rápido posible ──dijo el doctor, su voz firme y resuelta.
Me acerqué a Athenea, aparté a la enfermera. Acaricié el cabello apagado de Athenea, su tacto desencadenando una marea de emociones. Incliné mi rostro hacia su oído y susurré con una mezcla de súplica y promesa.
──No vuelvas a intentar irte. No vuelvas a despedirte de mí. ──suelto desesperado.
Estoy perdiendo el control.
──¿Ronin? ──inquiero pasando mis manos por el cabello de Athenea sin quitar mi mirada de ella.
──El avión puede estar listo en unas horas.
──Acelera todo.
──Lo haré. ──escucho sus pasos alejarse con prisa grita hacia la seguridad.
Elevo mi mirada para conseguirme con la mirada fija del doctor.
──Si vuelve a caer en un paro, no saldrá. ──advierte.
****
Llegamos al aeropuerto clandestino al caer la tarde, con el sol muriendo en el horizonte y una sensación de urgencia quemándome en el pecho. Vi el jet privado esperando al final de la pista de tierra, su silueta recortada contra el cielo anaranjado. Ronin había logrado conseguir el aparato justo a tiempo. No había sido fácil; la logística para mover a Athenea era un rompecabezas complicado. La carretera de tierra hacía que la ambulancia se moviera demasiado, y cada bache me hacía temer por ella, inconsciente y conectada al respirador en la camilla.
Tony se había movido rápido, cerrando un hospital entero en los Balcanes para atenderla solo a ella. Todos los médicos estaban preparados, esperándola. La sensación de responsabilidad pesaba en mis hombros, pero no podía dejar que se notara.
Los niños, Enzo y Renzo, eran cargados por los agentes de seguridad. Los vi subir al avión, con sus expresiones de miedo y confusión. Quería asegurarme de que todo fuera perfecto para ellos, para Athenea. Sus vidas dependían de esto.
Observé cómo subían a Athenea con sumo cuidado. La instalan a un lado del avión, conectándola a los aparatos médicos del jet. Enzo, con la terquedad propia de su edad y el amor infinito por Athenea, se subió a la camilla inmediatamente. La enfermera intentó bajarlo.
Mi mirada se endureció. Me acerqué a ella con pasos firmes, el aire entre nosotros se cargó de tensión. Le sostuve la mirada y le dije en un susurro helado:
──No los toques. Si quieres seguir viviendo.
Mis palabras hicieron efecto inmediato; la enfermera retrocedió, asintiendo con nerviosismo. Enzo se abrazó a la camilla, susurrando palabras hacia Athenea.
Tomé un último respiro profundo antes de sentarme. Sabía que el siguiente tramo sería aún más difícil, pero no podía permitirme flaquear. Athenea, los niños, todos dependían de mí para llegar a salvo. Y yo no tenía intención de fallarles.
Ronin se sentó a mi lado, me extendió dos pasaportes nuevos.
De nacionalidad irlandesa.
Enzo y Renzo tenían nueva identidad, y nuevo apellido.
──Lo bueno es que son pequeños, y pueden moldearse. ──abrí los pasaportes, y note los apellidos. ──. Es lo mejor…
Susurró. Los cierro y los guardo en mi abrigo.
──¿Alessandro?
──Hubo un avistamiento de un equipo armado en una pequeña villa residencial, cuando entraron a una de las casas, la familia estaba muerta, fueron asfixiados. Había sangre en el suelo, y la están analizando, fue metida en el programa así que si coincide con el ADN de Alessandro podré saberlo. ──dice. ──. Borré todas las huellas de nosotros, los medios ahora misma están enfocados en el asesinato de la familia.
──¿Armas?
──Tenemos suficientes. Y te tengo algo…
──¿Qué?
──Ness Gambi va camino a Balcanes.
Sonrío.
Perfecto.
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Athenea
RomanceElla había saltado sin miedo a mi mundo, se había sumergido en mi oscuridad sin vacilar, dispuesta a enfrentar todo por mí. Y yo, dispuesto a desafiar al mundo entero por ella. No había piedra bajo la cual no miraría, no había esquina del mundo adon...