capítulo 18

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Capítulo 18
Alessandro Gambi.
Nadie.



Entré al vestidor, Era un momento crítico; tenía que asegurarme de que todo estuviera listo antes de que Athenea llegara. Me dirigí directamente a la caja fuerte, oculta detrás de una falsa pared revestida de elegantes trajes de diseñador. Mis dedos teclearon la combinación con una seguridad, y el mecanismo se liberó con un clic satisfactorio.
Abrí la pesada puerta de metal y deposité cuidadosamente un anillo dentro. Ese anillo que podía ser la clave de su pasado. Cerré la caja fuerte y aseguré de nuevo el mecanismo.
Luego, pasé a lo siguiente en mi lista: el dinero para Athenea. Saqué un fajo grueso de billetes de uno de los cajones y lo conté rápidamente; exactitud hasta el último billete. Era vital que todo estuviera conforme al plan.
No había terminado de aplanar el último billete cuando escuché la puerta abrirse suavemente. Athenea entró en el vestidor, su presencia imponiéndose de inmediato en el espacio. Me acerqué a ella con el dinero extendido hacia adelante.
──Allí tienes suficiente dinero, tu arma y un teléfono solo para comunicarte conmigo. Nada más. ──dije, intentando mantener mi tono neutro pero firme.
Ella solo asintió, y yo continué, aunque con una leve suavidad en mi voz, consciente de la tensión que se acumulaba entre nosotros.
──Toda la seguridad se quedará contigo, están bajo tus órdenes. Si sales, es con ellos. Solo con ellos. No hagas que me regrese, Athenea.
Su ceja se elevó, ese gesto suyo que siempre me desafiaba sin necesidad de palabras. Casi como respuesta, me coloqué un saco negro sobre los hombros, preparándome para lo que vendría después.
De repente, ella señaló la caja fuerte con un gesto sutil.
──¿No me darás la clave?
Me detuve, volviéndome para enfrentarla. La tensión en el aire era casi palpable.
──¿Para qué? Te estoy dejando casi un millón en efectivo. ¿Para qué quieres más? Allí solo hay coca. No necesitas tocarla. ──dije con firmeza, cerrando así cualquier puerta a más preguntas sobre el tema.

Ella me sostuvo la mirada, evaluando, calculando. Finalmente, asintió ligeramente, aceptando las condiciones establecidas. Pero, sentía que algo en ella estaba haciendo ruido. 
Estaba desafiante, y llena de curiosidad.
──Anoche estuviste distante. ¿Pasa algo? ──inquiero.
──Estaba agotada. Fueron horas de vuelo. Horas…
Asiento.
──¿Qué vamos a hacer Kane? Si ya nos encontró en Tenerife, lo volverá a hacer aquí. ──musito. 
──No somos fácil de rastrear, preciosa. ──susurro. ──. Tardo un año en encontrarnos, en cambio nosotros le seguimos el paso.  Aquí estás segura, seremos quienes ataquemos de primeros, está vez.
Salí del vestidor, Athenea me seguía de cerca, su paso firme y silencioso resonando apenas en el mármol pulido. Al alcanzar la sala, un equipo de hombres bien armados ya nos esperaba. Podía sentir la tensión en el ambiente; cada uno de ellos alerta, sus ojos escaneando cada rincón, cada sombra.
Federico, mi mano derecha y el más confiable de todos, se acercó con mi arma. Sin palabra alguna, la extendió hacia mí. La tomé, examinando brevemente el peso y el balance antes de cargarla con una familiaridad que solo viene con años de práctica. Sentí la mirada de Athenea sobre mí, observándolo todo, absorbiendo cada detalle en su característico silencio observador.
Una vez asegurada el arma en mi cinturón, me giré para enfrentarla. No pude evitar detallarla de pies a cabeza estaba impecable como siempre, preparada para lo que fuera necesario. Di unos pasos hacia ella y, con un gesto quizás más tierno de lo acostumbrado, le sujeté la barbilla. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, el mundo exterior se desvaneció.
Él no va a arrebatármela.
──Un par de días y vuelvo a ti. ──prometí, mi voz baja, cargada de un significado más profundo que las simples palabras podrían sugerir.
Ella asintió, sus ojos nunca dejando los míos.
──Te estaré esperando. ──respondió con esa firmeza que siempre me había atraído de ella.
Sonreí ante su respuesta.
──Más te vale, esposa. ──dije, mezclando una advertencia juguetona con la promesa de un retorno seguro.
Con ese último intercambio, me giré para afrontar a mis hombres, sabiendo que Athenea estaría segura, vigilada y esperando.
Salgo del apartamento, un lugar fortificado no solo por su estructura sino por una red impenetrable de cámaras y seguridad. Cada rincón está vigilado, cada sombra analizada. Nada se deja al azar aquí, cada detalle está calculado para ofrecer la máxima protección. Es un mundo construido sobre la premisa de la seguridad.
Descendemos hacia el lobby y con cada paso que doy, siento el peso de las responsabilidades que recaen sobre mis hombros. La serenidad del interior del edificio contrasta con el caos que está por desatarse. Mis hombres me siguen, un escuadrón elocuente en su casi silencioso acompañamiento.
Al llegar al lobby, mantengo mi postura erguida, cada movimiento rebosante de determinación y autoridad. No hay lugar para la duda en mi gesto ni en mi paso. La puerta principal se acerca y, a través de los cristales pulidos, veo una silueta esperándome.
El hombre al otro lado del umbral es una figura imponente. Su rostro, un mapa de cicatrices, es reconocible a pesar de las marcas. Se acerca y abre la puerta para mí con una deferencia profesional.
──Todo listo, jefe. Vamos por el viejo… ──Su voz es grave, resonante con la urgencia de nuestra misión.
Le sonrío, encontrando cierto entretenimiento en su fuerza bruta y lealtad inquebrantable.
──Eres buen perro, Wells. Vamos. ──respondo con una mezcla de soberbia y diversión, sabiendo que puedo contar con él como uno de mis más fieles aliados.
Juntos, nos dirigimos hacia el vehículo esperando en la calle. Voy a destruirlo de mil maneras. Voy a dejarlo sin nada. 
Sin nadie. 


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