capítulo 39

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Capítulo 39
Alessandro Gambi.
Ella es mía.



Huir no ha sido fácil.
Mi rostro circula en todas las noticias de Ereván,  me acerco a una ventana, y hago a un lado la cortina, una patrulla ha estado rondando la zona desde hace un par de horas, debieron vernos…
Escucho un sollozó en la distancia, me giro con paso lento, una mujer llora mientras Federico golpea a su esposo el cual se encuentra esposado y amordazado. No había muchas opciones para escondernos por un par de horas, y ahora estamos en una casa con una familia de rehén, todos ellos están amarrados a unas sillas llenos de temor por lo que les sucederá.
──Ya deja al viejo, Federico. ──gruño. Me encaminó a la cocina y abro el refrigerador para tomar un poco de jugo.
El frio del liquido relaja ligeramente mi cuerpo pero la verdad es que es algo pasajero porque mis pensamientos giran entorno a los acontecimientos, observo mis manos, la imagen de Athenea cayendo al suelo se reproduce una y otra vez en mi mente, provocando un dolor intenso en mi pecho. Nunca antes había sentido esta sensación.
La obsesión y el delirio no eran parte de mi vida hasta que ella apareció. Me complicó todo, con sus ojos, con su cuerpo, me obsesione con poseer todo de ella, incluso de ser dueño de sus pasos.
Cuando la camioneta se estrelló, su cabeza impacto con la ventanilla, mi prioridad en ese momento era sacarnos a ambos de allí, ella me rechazó, ella buscaba alejarse de mi, su mirada cambio.
Parecía que ella…
Niego dejando el vaso en la mesa, un dolor intenso me recuerda la escena.
Ella se interpuso entre la bala y el maldito de Red, recibiendo el disparo que no era para ella. Cada vez que recuerdo su rostro y cómo cayó herida, siento cómo mi estómago se revuelve y una profunda culpa me consume. En ese momento, Federico me saca de mis pensamientos con urgencia.
──Tenemos que irnos. ──Lo miro fijamente. ──. La policía está a un par de cuadras nos da para huir.
La frustración se apodera de mi.
──¿Hay noticias de Athenea? ──Su respuesta es negativa.
──No hay nada. No creo que esté viva, Señor. ──dice.
Me tenso.
Ella muerta…
No lo contemplo, no lo imagino.
──Matheo comienza. ──susurro, toma una bolsa plástica y la coloca en la cabeza del hombre que permanece amarrado a una silla.
No pueden quedar testigos de nuestro paso. Ninguno de ellos quedará con vida.
Ajusto mi arma mientras se escucha de fondo los sollozos ahogados, me encamino a uno de los baños, tengo tan irá acumulada que no sé cómo liberarla, su sangre, su caída, su cuerpo, estaba a punto de tocarla cuando Federico y el equipo me sacó de alli.
Ella no puede estar muerta, pero la bala…
Cierro mis manos en puño y la estampó en el espejo que refoejq mi imagen cansada y derrotada.
Ella no puede estar muerta, la sangre corre por mis nudillos, recargo mis manos en el lavabo, y dejo caer mi cabeza hacia el frente, siento angustia.
Maldita sea.
Maldita sea con Kane.
Maldita sea con ella.
Recuerdo su cuerpo, sus besos, sus caricias.
Ella no puede estar muerta. Salgo del baño, dejando que mi sangre corra manchando el piso.
──Federico.
──¿Señor? ──se acerca.
──La próxima vez que decidas desobedecerme, terminarás igual que ellos. ──señaló los cuerpos que yacen en el suelo.
──No podía quedarse allí.
──Iba por ella. Iba por mi maldita esposa.  ──Federico se tensa. ──. Busca a Red. Donde quieras que él esté, si ella está viva, está allí, nadie me quita lo que es mío, ella me pertenece.

Ella es mía.

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