capítulo 32

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Capítulo 32.
Athenea Kane.


Salí casi corriendo del estudio de Alessandro, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. Apenas pude mantenerme compuesta mientras cerraba la puerta detrás de mí. Mis manos temblaban y una oleada de emociones me invadió, pero no iba a permitirme llorar, no aún. Caminé rápidamente hacia nuestro cuarto, sentía que me faltaba el aire.
Una vez dentro, cerré la puerta con un golpe que resonó en la habitación. Me quedé allí un momento, tratando de calmar mi respiración agitada, pero la sensación de claustrofobia emocional era abrumadora. Me dirigí directo al baño, mis pasos resonaban en el silencio opresivo del cuarto.
Abrí la ducha y dejé que el agua caliente empezara a correr. Me quité la ropa con torpeza, ansiosa de librarme de todo lo que me recordara a él. En cuanto estuve bajo el chorro de agua, comencé a enjabonarme con una intensidad casi desesperada. Pasaba la barra de jabón sobre mi piel con tanta fuerza que casi dolía, como si pudiera borrar con cada movimiento la sensación de sus manos, de sus mentiras, de su manipulación. No era fácil tener que fingir, sonreír y actuar como si todo estuviera bien cuando sabía que Alessandro me había engañado de todas las maneras posibles. Me había manipulado con astucia, ocultándome quien soy. Era como si hubiera construido un castillo de mentiras y ahora me encontraba atrapada dentro.
El dolor en mi pecho creció, una presión tortuosa que amenazaba con romperme en cualquier momento. Sentí que estaba al borde de un colapso mental, las lágrimas quemando en mis ojos, la frustración y la impotencia desbordándome. Llevé mis manos a mi cabeza con fuerza, apretando mis dedos contra mi cuero cabelludo, dejando escapar un gruñido de angustia. Me golpeé un par de veces con la mano abierta, el sonido resonando en las paredes del baño.
──Debo ser fuerte. ──dije a mí misma, la voz entrecortada por las emociones. ──. Debo ser fuerte. ──Repetí las palabras como un mantra, tratando de aferrarme a ellas, de encontrar consuelo en su repetición. Pero en el fondo sabía que ser fuerte no sería suficiente para enfrentar a Alessandro. 
Sentía que estaba a punto de romperme en mil pedazos. La culpa por haberle sido infiel a Redgar me abrumaba. Alessandro me había mentido, manipulándome para que creyera que era su esposa, utilizando cada artimaña para hacerme desconfiar de Redgar. La ducha no pudo lavar la culpa ni el asco que sentía por haberme dejado tocar por él.
Salí  con los ánimos por el suelo, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros. Me envolví en una toalla y busqué algo para ponerme rápidamente, cualquier cosa que pudiera cubrirme de la vergüenza que sentía. Me vestí con manos temblorosas y me dirigí al espejo para cepillar mi cabello, buscando en cada pasada aligerar la carga mental que me aplastaba. Mis pensamientos se arremolinaban, incapaces de encontrar paz.
Escuché la puerta del cuarto abrirse y me tensé al instante. Alessandro entró frotándose las sienes, un gesto que reconocí como señal de un fuerte dolor de cabeza, las pastillas, aunque su expresión mostraba que estaba molesto por algo más. Sus ojos recorrieron mi figura de pies a cabeza, y mi piel se erizó al recordar su toque.
──¿Pasa algo? ──pregunté, tratando de que mi voz sonara firme pese a la tormenta interna.
──Mi cabeza duele ──respondió con un gruñido, sin darle mayor importancia a la pregunta.
──¿Te doy algún medicamento?
Antes de que pudiera decir algo más, la puerta fue golpeada con fuerza desde afuera, resonando en la habitación como un eco ominoso. Alessandro soltó un gruñido de frustración y, sin decir una palabra, se dirigió hacia la puerta. Pero fui yo quien la abrió.
Federico estaba allí, su mirada recorrió mi figura con desconfianza antes de dirigirse a Alessandro, ignorándome por completo.
──Wells acaba de llamar… la policía está detrás de él  ──informó con seriedad.
El nombre de Wells hizo eco en mi mente, cada sílaba resonando con una sensación incómoda que erizó mi piel en la peor manera posible. Sabía que no era una buena señal.
Me quedé en silencio, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo mis pies una vez más. Me obligué a permanecer tranquila, a encontrar una manera de seguir adelante, aún cuando sentía que la realidad me aplastaba. Alessandro y Federico continuaron hablando, pero sus voces eran solo un murmullo distante mientras mi mente se empezaba a romper en pedazos.
Alessandro se giró hacia mí después de que Federico se retirara. Con un gesto decidido, me extendió un arma, su mirada fija en la mía.
──Vamos, necesito a alguien a mi lado. Ahora irás conmigo a todo. ──dijo, su voz cargada de una urgencia que no dejó espacio para la objeción.
Lo observé por un momento, sintiendo cómo cada fibra de mi ser gritaba en contra de esta situación. Pero sabía que si me negaba levantaría sospechas, y en estos momentos no podía permitirme eso. Asentí sin decir una palabra, tomando el arma con manos firmes, ocultando el temblor que se agitaba en mi interior.
Me dirigí rápidamente a buscar unos zapatos, mis movimientos automáticos mientras revisaba que el arma estuviese cargada. No podía permitirme un error. Alessandro me esperaba impaciente, los ojos entrecerrados por el dolor de cabeza que lo atormentaba. Me calcé y, antes de salir, necesité verificar algo.
Avancé con rapidez hacia la habitación de los niños. Aunque no eran míos, sentía una responsabilidad y un cariño hacia ellos que no podía ignorar. Abrí la puerta con cuidado, encontrándolos tranquilos y ajenos a la tormenta que se cernía sobre nuestras cabezas. Sus rostros inocentes me dieron un pequeño respiro de paz en medio de la confusión y el tormento.
──Renzo. ──llamo, de los dos él es el más obediente y más valiente. Se acerca a mi con sus intensos ojos marrones, me agachó para quedar a su nivel de altura. ──. ¿Recuerdas nuestro secreto?
Asiente.
Me quito mi reloj y se lo doy.
──Cuando la aguja llegué a este número, necesito que tomes el dinosaurios y te aferres con el junto con Enzo. ¿Puedes hacerlo?
──Si.
──Ya sabes lo que te explique. ──se abalanza sobre mi y me abraza con fuerza. ──. Estarán bien. ──acaricio su mejilla. ──. Ti amo.
──Ti amo, mamá. ──sonrío con un nudo en la garganta. Me levanto y le doy una mirada a la niñera, entiende mi silencio y asiente.
Lo que mi cabeza tenía planeado era ponerlos a ellos a salvo, costará lo que costará. Incluso si eso implicaba sacrificarme.
Me reuní con Alessandro, quien me esperaba en el aparcamiento, su expresión endurecida por el dolor y la frustración.
Algo más estaba pasando, lo sabía. Lo sentía.
Me lancé una última mirada rápida al edificio antes de seguirlo. Sabía que este camino no sería fácil, que cada paso que daba al lado de Alessandro era una traición silenciosa a Redgar pero tenía que hacerlo, debía ganarme su confianza para enterarme de todo, de incluso de que pensaba.
Nos subimos al coche, y mientras Alessandro gruñía por el dolor de cabeza, el motor rugió a la vida y nos alejamos de la seguridad del edificio. El dia estaba cargada de tensión, y no podía evitar preguntarme qué nuevas sombras se cernían sobre nosotros con la mención de Wells. Intenté mantener la mente despejada y el enfoque claro, porque en este juego peligroso, cualquier error podría ser el último.
Alessandro buscó sujetar mi mano, y la recibí. La recibí conteniendo el aire.
──El galpón está lleno de armas. No podemos permitir que ellos se las lleven. Nos quedaríamos sin nada aquí.
──¿Quién es Wells? ──pregunté, sólo pronunciar su nombre me llenaba de asco, y era tortuoso no saber la razón del porqué.
──Uno de mis hombres.
──¿Yo lo conozco?
──No. No te preocupes por él. Solo mantente a mi lado, este maldito dolor de cabeza me está matando. ──gruñe molesto.  ──. Guía a los hombres, y si ordeno que te vayas, lo haces. Dispara a todo lo que veas vestido de negro. Tú puntería es buena.
Sonríe ligeramente hacia mi.
El galpón abandonado se alzaba en la distancia, como un refugio precario rodeado de sombras y misterio. La tensión en el aire era palpable, una mezcla de ansiedad y determinación que parecía vibrar en cada rincón del lugar. Podía verse en la distancia a la policía buscando rodear, las camionetas que iban delante de nosotros quitaron del camino las patrullas chocando contra ellas a la fuerza, la camioneta era blindada y nada nos afectaba, sólo se escuchaba el choque de la bala con el blindaje.
La confrontación entre la policía y los hombres de Alessandro era inminente, el destino pendiendo de un hilo invisible que amenazaba con cortarse en cualquier momento. Yo me encontraba en medio de todo, mi corazón latía con fuerza en mi pecho, sintiendo el peso de mis decisiones y traiciones como una losa sobre mi conciencia.
No entendía que hacía yo aquí, pero no iba a cuestionarlo. Bajamos de la camioneta Alessandro cubriéndome con su cuerpo, cuidando nuestra entrada.
El aire en el galpón estaba cargado de tensión; se podía oler el miedo y la determinación en cada rincón. Adrenalina pura recorría mis venas mientras me mantenía pegada a Alessandro. A nuestro alrededor, la policía y los hombres de Alessandro se enfrentaban en un cruce salvaje de balas y golpes furiosos.
Las explosiones de los disparos resonaban en mis oídos, creando caos y violencia. Cada estallido de pólvora iluminaba brevemente los rincones oscuros del galpón, revelando fugazmente los rostros contorsionados por la furia y el miedo. Sentí las vibraciones del combate en mi pecho, una energía primaria que me arrebataba el aliento.
Alessandro estaba enfocado, sus ojos destellaban con determinación mientras ordenaba a sus hombres que aseguraran las armas. No permitiría que la policía nos dejara sin nada. Unas balas impactaron peligrosamente cerca de nosotros, y Alessandro, con la mandíbula tensa, me empujó hacia una pila de cajas para que me ocultara. Me cubre con su cuerpo mientras observa de reojo lo que sucede, está analizando todo. Su mirada da con la mía.
Habla por el auricular que lleva puesto, y ordena que me saquen de aquí. Varios hombres llegan en medio de los disparos, seguridad para mí.
──Ahora me arrepiento de haberte traído. ¡Te vas con ellos! —me ordenó con una voz firme, su mirada penetrante calando en mi alma antes de lanzarse de nuevo al frenesí del combate. ──. La cuidan. Es una maldita orden. ──grita paseando sus dedos por mi mejilla sin abandonar mi mirada, se va.
Con mi arma aferrada entre las manos sudorosas, hicieron un circulo de protección para sacarme, solo podía escuchar el caos desatándose, el camino era largo. Podía matarlos a todos y huir. Era el momento pero de repente, mis ojos fueron capturados por la figura de un hombre a lo lejos. Estaba parado en la penumbra, pero su presencia irradiaba una amenaza palpable. Cuando su mirada se posó en mí, sentí una corriente de frío recorrer mi columna, una sombra de puro miedo que me dejó helada. Sus ojos eran oscuros, intensos, y por un momento no pude apartar la vista. Entonces el crepitar de un disparo detrás de mí rompió el contacto.
Un policía empezó a acabar con la seguridad que me resguardaba.
Giré justo a tiempo para ver a un policía disparando sin piedad.  Antes de que pudiera reaccionar, el policía me tomó por el brazo, tirando de mí con urgencia.
──¡Vamos! ──gruñó, y aunque su rostro estaba cubierto, reconocí esos ojos. Habría sabido quién era en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.
Redgar.
El tiempo pareció detenerse mientras me conducía con fuerza a través del caos. Sus ojos no sólo delataban una determinación feroz, sino también un rastro de familiaridad y protección. En ese instante, el frenético combate a nuestro alrededor se desvaneció, y todo mi ser se centró en la presencia del hombre que, disfrazado de policía, estaba aquí.
──¿Qué haces aquí? ──inquiere, mientras el caos se desata detrás nuestro.
──Él me trajo. ──se quita la capucha y me recorre con la mirada. Siento la necesidad de abrazarme a su cuerpo, y lo hago. Me abraza con fuerza. ──. ¿Qué haces tú aquí?
──Vine por alguien en específico. ──susurra, noto que uno de los hombres de Alessandro se acerca apuntando hacia Redgar, y nos giro haciendo que mi cuerpo lo cubra a él y disparo primero hacia la rodilla, el hombre observa incrédulo y luego disparo a su cabeza sin pensarlo siquiera.  Cae y su sangre se esparce.
Redgar me gira y me observa.
──Me salvaste.
──Siempre lo haré. ──susurro, afirmando.
──Sal de aquí. Iré por ellos.
¿Ellos?
Se coloca la capucha nuevamente, sus orbes se intensifican, observa mi pecho se quita el chaleco anti balas, niego pero me lo coloca a la fuerza.
──Vamos, te sacaré de aquí. ──una explosión se escucha con fuerza en la distancia, la onda expansiva nos tumba a ambos, Redgar se posa sobre mi cuerpo. ──. ¿Nena? ¿Estás bien?
Asiento. Se levanta con prisa y me hala del brazo para sacarme del galpón a como de lugar, va disparando a quienes se interponen en nuestro camino cubriéndome con su cuerpo, está expuesto y aún así, arriesga todo por mi. Salimos del galpón corriendo alejándonos lo más qué podemos hasta que una voz que hiela mi sangre nos hace detenernos.
──Redgar Kane vino por su puta. ──suelta, se escucha como cargan un arma, Redgar me observa. ──. Ella crea caos a donde llega.
Nos giramos y es el mismo hombre del galpón. Su rostro está lleno de cicatrices. Mi cuerpo se tensa, el saca la lengua para relamerse sus labios, me siento asqueada.
Un nudo se forma en mi estomago.
──Athenea, necesito que corras y te alejes. ──dice sin mirarme a los ojos. ──. Es por él por quien vine.
──¿Viniste por mi? ──mofa. ──. Me siento especial. Hola, deliciosa. ──dice hacia mi, apunto hacia él. Mi mente me grita que le pegue un maldito tiro en la cabeza.
Me grita; Hazlo.
Redgar me baja el brazo.
──Vete, corre. Corre por favor. Iré por ti. Este asunto es mío. ──Lo miro a los ojos.
──¿Ya recuerdas? ¿Me recuerdas a mí?
──Athenea. Vete… ──asiento y me alejo, me alejo escuchando como se gritan uno al otro.
No sé donde está Alessandro el terreno es enorme y el galpón también, no sé si me vio, no sé a dónde voy cuando estoy por subirme a una de las camionetas un policía y este si es real me detiene. Elevo mis manos.
Habla en armenio, no le entiendo. Me hala del brazo y me hace girarme a la fuerza, golpea mi mano para que suelte el arma y me obliga a arrodillarme. Le digo en ingles que no entiendo lo que me pide, un fuerte estruendo hace que este caiga de lado, Alessandro aparece agitado, su herida del hombro está sangrando nuevamente, y tiene roto el labio, escupe. Y me observa.
──Mi esposa no se arrodilla ante nadie. ──sentencia, me toma del brazo y me ayuda a levantarme. Detalla el chaleco. ──. Astuta. Espero que a quien se lo hayas quitado este muerto.
En medio del caos no se distingue nada, Alessandro me guía hasta la camioneta, Federico aparece.
──Las camionetas salieron. ──dice para subirse. Alessandro se quita la camisa, la sangre sale de su hombro sin parar. Gruñe. ──. Pero algo ha pasado en el apartamento.
Se gira a verme.
──¿Qué hiciste preciosa?
Frunzo mi ceño.
¿Lo sabe?









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