capítulo 9

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Capítulo 9
Red
La Cacería Comienza.



El cielo estaba teñido de un gris casi apocalíptico mientras me dirigía hacia el aeropuerto. Recuerdo cada detalle del asfalto mojado, reflejando las luces intermitentes de la camioneta que me transportaba. Cuando el vehículo finalmente se detuvo, no hubo tiempo para reflexiones; un jet privado, ostentoso y oscuro como la noche, esperaba en la pista. Este sería mi escritorio volador por las próximas horas.
Bajé de la camioneta y, sin perder tiempo, me dirigí directamente al avión. El sonido de mis pasos resonaba metálicamente en la escalera del jet antes de ser sofocado por la lujosa alfombra que cubría el interior de la cabina. Tomé asiento frente a Ronin Nishimura, el enigmático hacker cuyas habilidades habían cruzado continentes, ganándose un nombre entre los más elitistas círculos de la tecnología y el crimen.
Ronin trabaja para la mafia polaca, una organización que no perdona y menos olvida. Lo contraté no solo por sus habilidades, sino por su discreción y eficacia. Nuestro objetivo era claro: localizar a Athenea, desaparecida entre las sombras digitales, un fantasma en la vasta red de información mundial.
Al sentarme, Ronin no perdió tiempo. Me extendió una carpeta desgastada por el uso, sus ojos no revelaban emoción alguna.
──Entro por Tenerife. ──comenzó, su voz era monótona pero cargada de información. ──. son siete islas. Descarté tres. En Tenerife no se quedaron, es muy transitada por turistas y hay cámaras.
Observé la foto de Alessandro. El hombre miraba hacia algún punto fuera del cuadro, ausente, indiferente. Athenea no estaba en ninguna parte, ni rastro de los niños tampoco, cabía la posibilidad que estuviesen con la madre de Alessandro.
──¿Y Athenea? ──pregunté, intentando mantener la calma. La impaciencia me carcomía; sentía la urgencia burbujeando dentro de mí.
──Si la llevó con él, la ha ocultado muy bien. No hay fotos, nada, ni de los niños. ──respondió Ronin, cerrando la carpeta con un golpe seco.

Mis manos se crisparon en el borde del asiento. No había tiempo para la frustración; cada segundo perdido era un segundo que Athenea permanecía en las manos de él.
──Pues que comience la cacería por cada una de las islas. ──dije mientras me abrochaba el cinturón. El jet comenzó a moverse, surcando la pista con determinación.
Ahora era solo cuestión de tiempo y estrategia. Athenea, donde quiera que estuvieras, te encontraría. No importaba el costo, la cacería había comenzado.
Mientras el jet cortaba las nubes grises que se cernían ominosamente sobre nosotros, mi mente trazaba planes y contingencias. Ronin estaba ya inmerso en su laptop, con los dedos volando sobre el teclado que sólo los hackers más habilidosos pueden ejecutar. Junto a nosotros, Tony revisaba los informes de actividad reciente en las islas que quedaban.
──Tenemos un equipo listo en Tenerife. ──murmuró Tony, evitando hacer demasiado ruido. ──. Pero necesitamos ser discretos.
Asentí, entrelazando mis dedos con fuerza.
──la discreción es clave. Alessandro también es astuto. Seguro tiene a alguien rastreándome. Necesitamos mantenerte a ti, Ronin, fuera de los radares tanto como sea posible.
Ronin simplemente asintió, sin apartar la vista de su pantalla.
──Estoy configurando un sistema para hackear las cámaras de las islas. Podremos monitorear movimientos sin ser detectados. ──explicó.
Sabía que la tarea no era sencilla. Las islas eran un terreno complicado, repletas de turistas y con una infraestructura de seguridad que no siempre era predecible.
──Además de las cámaras, necesito que interceptes comunicaciones. Cualquier cosa que parezca fuera de lo común, quiero saberlo inmediatamente. ──agregué, pensando en cada posible ángulo a cubrir.
Tony comenzó a desplegar un mapa, señalando las posiciones donde ya teníamos agentes esperando.
──Vamos a necesitar más que solo vigilancia electrónica. Propongo que armemos pequeños equipos para recorrer las islas restantes. Puedo coordinarlos yo mismo.

──De acuerdo. ──dije, sintiendo cómo el peso de la situación se instalaba en mi pecho. ──. Pero recuerda, no queremos alarmar a Alessandro hasta que esté listo para mostrar su jugada. Necesito a Athenea de vuelta, sana y salva.
Tony asintió con seriedad.
──Entendido, Red.
Miré por la ventana del jet, observando cómo la oscuridad comenzaba a envolver el horizonte. Cada isla que sobrevolábamos era un posible escondite, una posible prisión para Athenea. La frustración y la ira me invadían por la incertidumbre de su estado, por no tener ni una sola pista sólida.
──Soy capaz de quemar todas las islas si es necesario. ──murmuré más para mí mismo, sintiéndome cada vez más decidido. ──. Haremos lo que sea para sacar a Alessandro de las sombras.
Ronin finalmente levantó la mirada, un brillo de determinación en sus ojos.
──Entonces hagámoslo. Vamos a sacudir el nido hasta que el ave salga volando.
La cacería no era solo una búsqueda; era una guerra silenciosa, una serie de movimientos calculados disperso por el Atlántico. Y yo estaba dispuesto a jugar hasta el final. Por Athenea. Por mi esposa  y que debía recuperar a cualquier costo. La misión estaba clara, y cada uno de nosotros sabía lo que estaba en juego.
La tensión a bordo era palpable mientras el avión iniciaba su descenso hacia Tenerife. Mantuve mi mirada fija en el horizonte, cada isla que pasábamos podía ser tanto un refugio como una trampa.
──Visualizar el área primero, actuar después. ──me repetía en la mente, un mantra para mantener la calma en esta tormenta de incertidumbre.
No podía cometer errores, no podría ser impulsivo. De serlo… él volvería a ocultarse y volvería a tardar meses en dar con él.
Una vez que el avión tocó tierra, nos movimos con precisión. No había tiempo para dudar. Saliendo del jet, cada paso que daba sentía que podía estar acercándome más a Athenea o alejándome aún más de ella. Ronin se mantuvo a mi lado, su laptop siempre abierta, sus ojos nunca dejaban la pantalla.
──El equipo de Tenerife ya está en posición. ──informó Tony por el comunicador. ──. Están listos para movilizarse en cuanto des la orden.

Asentí, mirando hacia las montañas que se alzaban como gigantes dormidos alrededor del aeropuerto.
──Diles que mantengan perfil bajo hasta nuevo aviso. No quiero que Alessandro sepa que estamos aquí.
Nos dirigimos a una camioneta negra, sin distintivos, que nos esperaba discretamente a un lado de la terminal. Subí al vehículo, sintiendo el familiar peso de la responsabilidad asentándose sobre mis hombros. Ronin seguía concentrado en su pantalla, probablemente filtrando datos a una velocidad que solo los más adeptos podrían comprender.
──Estoy rastreando todas las comunicaciones de la isla. Si Alessandro está aquí, dejará rastro. ──dijo Ronin, sin apartar la vista de su trabajo.
El viaje hacia el centro de operaciones fue silencioso. Cada uno absorto en sus pensamientos, sabiendo que cada minuto contaba y que cada segundo perdido era un segundo que Athenea seguía en manos de otro.
Al llegar, encontramos a nuestro equipo local ya organizado, mapas desplegados y múltiples pantallas mostrando imágenes en tiempo real de varias partes de la isla.
──Bien. ──dije, acercándome a la mesa principal donde se reunían las coordenadas y las cámaras en vivo. ──. Vamos a dividirnos en tres equipos. Ronin, tú estarás conmigo. Necesito acceso directo a tus habilidades de hackeo en tiempo real.
Ronin asintió, cerrando su laptop para seguirme. Sabía que su papel era crucial. Su habilidad para infiltrar sistemas y obtener información era probablemente nuestra mejor herramienta para encontrar a Athenea. Con los equipos listos y cada uno sabiendo su papel, dimos un último vistazo a los dispositivos de comunicación y a las armas.
──Pase lo que pase. ──comencé, mirando a cada uno de los miembros del equipo a los ojos. ──. Nos mantenemos en contacto, no paramos hasta que encontremos a Athenea.
Las expresiones determinadas en sus rostros eran todo lo que necesitaba ver para saber que estábamos listos. Era el momento de comenzar nuestra búsqueda, y nada nos detendría.
Estábamos todos inmersos en la densidad que caracterizaba la sala de comando, cuando Ronin, sin previo aviso, endureció su expresión y acercó su dedo al teclado, ampliando una imagen recién interceptada.
──Mira esto, Red. ──dijo mientras la imagen de una plaza concurrida se hacía visible en la pantalla.
Observé cómo Alessandro, con su típica elegancia calculada, se acercaba a una mujer de espaldas a la cámara. La plaza estaba moderadamente llena, pero ella se destacaba por su postura, inmóvil, observando fijamente hacia un parque donde niños jugaban despreocupadamente. El corazón comenzó a latirme con fuerza; algo en la postura de la mujer me resultaba dolorosamente familiar.
La imagen se distorsionó justo en ese momento crítico, un borrón digital que deformó la escena. Apoyé ambas manos en la mesa, acercándome a la pantalla tanto como pude sin tocarla.
──Ronin, detén ahí. ──dije, mi voz apenas un susurro.
Tony, que había estado coordinando un subgrupo, se acercó rápidamente, observando sobre mi hombro.
──Es Athenea? ¿Está viva? ──preguntó con una mezcla de urgencia y esperanza.
La imagen se congeló, la mujer aún de espaldas, su rostro imposible de discernir.
──No lo sé. ──admití, sintiendo cómo un nudo se formaba en mi garganta. ──. No se distingue quién es. No se ve nada de su rostro, nada…
Me giré hacia Ronin, la frustración clara en mi expresión.
──¿Cuál isla, Ronin? ¿En cuál isla pasó esto? ──inquiero, fue de día.
Sin apartar la vista de su laptop, Ronin tecleó algo rápidamente y respondió,
──Fuerteventura.
El aire pareció condensarse alrededor nuestro, cada uno de nosotros consciente del peso de esa información. Fuerteventura no era particularmente grande, pero el desafío de buscar en cada rincón sin alertar a Alessandro o causar un pánico general era monumental.
──Prepara todo. ──dije, dirigiéndome a Tony y al resto del equipo. ──. Necesitamos estar en Fuerteventura lo antes posible. Ronin, consigue todo lo que puedas de las cámaras circundantes.

Ronin asintió, sus dedos ya volando sobre el teclado. Tony comenzó a dar órdenes, movilizando al equipo con la eficiencia de un líder militar. Cada uno sabía que cada segundo contaba.
Mientras nos preparábamos para partir, la imagen de la mujer en la plaza giraba en mi mente. La posibilidad de que fuera Athenea, allí, posiblemente al alcance pero aún tan lejos, era tanto una tortura como un catalizador. No descansaría hasta verificarlo con mis propios ojos.

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