Capítulo 26
Athenea Gambi.
Han pasado dos días sin recibir noticias de Alessandro ni de Red. El silencio en la casa ha sido denso, casi palpable, como una sombra que se cierne sobre mí. Cada tic-tac del reloj parece alargarse eternamente, y la incertidumbre y la ansiedad me han acompañado como una segunda piel. El aire está cargado de una tensión que presagia algo grande, algo fuerte que está por venir y no puedo ignorar esa sensación.
Estoy sentada en la sala, inmóvil, con la vista perdida en un punto indefinido de la pared. La espera es un tormento insidioso, y la sensación de impotencia me devora. Gianni entra en silencio, sus pasos amortiguados por la alfombra. Se detiene a mi lado, respetando mi espacio pero sabiendo que su presencia es necesaria.
──Señora ──dice en un susurro casi reverente, sacándome de mi ensimismamiento.
Levanto la mirada, encontrándome con sus ojos que reflejan una mezcla de preocupación y urgencia.
──Dime ──respondo con voz baja, desgastada por la tensión.
──Llegó quien abrirá la caja fuerte ──informa Gianni, inclinando un poco la cabeza.
Desvío mi mirada hacia la entrada de la sala. Un hombre joven, de contextura fuerte y rasgos asiáticos, se encuentra en el umbral, esperando. Aún recuerdo nuestra conversación previa, su seguridad y competencia reflejadas en cada palabra, si él confíe en él, yo también.
Devuelvo la vista a Gianni, que mantiene una postura respetuosa.
──Guíalo, y déjalo que haga lo que tenga que hacer ──digo, mi voz decidida aunque en mi interior la inquietud se agita.
Gianni asiente de inmediato y se dirige hacia el hombre, indicándole el camino. No sabemos cuánto tiempo tenemos, y la incertidumbre sobre la ubicación de Alessandro convierte cada segundo en una cuenta regresiva.
Me pongo de pie y me encamino hacia mi habitación con pasos firmes. El silencio es roto por los sonidos que provienen del vestidor, donde el hombre ha comenzado a trabajar. Camino despacio, observándolo fijamente mientras él se concentra en su tarea. Sin desviar la vista de la caja fuerte.
──Voy a hackear las cámaras y los micrófonos. Borraré mi presencia y cualquier cosa que pueda comprometerte, debes mantener el mismo perfil de siempre.
Sus palabras son precisas y cuidadosas, como quien realiza una operación quirúrgica. A pesar de mi presencia, no se voltea, su atención completamente centrada en la caja fuerte. Estoy por decir algo cuando un sonido metálico indica que la caja ha sido abierta. Me quedo inmóvil, observando la puerta metálica que se abre lentamente.
El hombre se gira hacia mí y extiende un pequeño aparato, mirándome por primera vez directamente a los ojos.
──Si él cambia la clave, lo usas. Solo debes conectarlo y listo. Ahora voy por las cámaras para irme. El tiempo que tenemos es corto.
Asiento, con una mezcla de comprensión y urgencia. Antes de que salga de la habitación, me veo obligada a preguntar.
──¿Dónde está?
El hombre se detiene unos segundos, sus ojos se encuentran con los míos con una intensidad que congela el aire.
──Está bien, viene hacia Ereván ──responde con calma.
Tomo una bocanada de aire profundo, aliviada en parte por sus palabras, es sorprendente como alguien que solo lo he visto dos veces me preocupe tanto.
Me giro hacia la ahora abierta caja fuerte.
──Trataré de hacer todo lo más rápido posible. ──susurra, asiento.
──Puedes decirle… que sigo soñando con él.
──Lo haré.
Sale de la habitación dejándome sola. La tensión en mis manos se hace presente.
Me acerco finalmente hacia la caja fuerte, con el corazón golpeando con fuerza en mi pecho. Me detengo unos momentos frente a la apertura metálica, sintiendo una mezcla de anticipación y temor. Respiro hondo, llenando mis pulmones con una bocanada de aire que apenas alivia la presión que siento. Estiro una mano temblorosa y empiezo a revisar su contenido.
Lo primero que noto son fajos de dinero, perfectamente alineados, emanando un olor a papel y tinta. Más adentro, descubro bolsas de drogas, cada una meticulosamente empaquetada, su presencia agregando una capa más a la sensación de peligro palpable. Pero lo que realmente llama mi atención está al fondo. Al verlo, me quedo sin aire, con el corazón detenido y la cabeza empezando a girar.
Cierro los ojos con fuerza, incapaz de asimilar lo que estoy viendo. En ese instante, mis brazos se recargan pesadamente en uno de los armarios cercanos para sostenerme. Las lágrimas comienzan a caer sin control por mis mejillas. No puedo evitarlo, su voz me inundan en forma de destellos dolorosos y vívidos, no puedo verlo pero puedo sentirlo.
“Nena, eres mi esposa.”
“Eres mía.”
“Para siempre, moriré por ti.”
Puedo ver sus labios formando estas palabras, puedo ver sus ojos azules mirándome con una intensidad que me prometía el mundo. Me siento traicionada y consumida por una tristeza profunda.
Intento retomar el control y seco mis lágrimas con brusquedad. Necesito mantener la compostura aunque mi mundo parezca desmoronarse. Me acerco otra vez a la caja de seguridad, mi mano temblorosa se desliza dentro y al contacto con el frío metal, extraigo un anillo inmenso y pesado. Está adornado con diamantes diminutos que rodean un gigantesco zafiro en el centro.
Lo sostengo en mis manos, sintiendo su peso y el peso de las promesas que representa. Lo coloco en mi dedo anular y una extraña sensación de completitud me invade. La ausencia que sentía se llena al instante con una mezcla de dolor, traición y amor.
Llevo mi mano al pecho, mi respiración agitada como si acabara de correr una maratón. Mi mente está llena de una realidad imposible de ignorar: Alessandro me mintió. Todo lo que creí cierto, sus promesas, sus palabras, se desmoronan en mi mente como un castillo de naipes.
Mis dedos se cierran alrededor del anillo. Gianni ingresa agitado.
──Señora… el señor está a cinco minutos de aquí. ──me giro a verlo con lágrimas en mis ojos.
──Saca Ronin de aquí como sea. ──ordeno, y se marcha. Mi mirada se desvía al anillo. ──. No soy Athenea Gambi, yo soy Athenea Kane, tu esposa Redgar… tu nena.
Susurro.
ESTÁS LEYENDO
Athenea
RomanceElla había saltado sin miedo a mi mundo, se había sumergido en mi oscuridad sin vacilar, dispuesta a enfrentar todo por mí. Y yo, dispuesto a desafiar al mundo entero por ella. No había piedra bajo la cual no miraría, no había esquina del mundo adon...