prefacio

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Prefacio.
Red.
Meses antes.



Me encuentro en el auto, a unas cuadras de las oficinas de la policía, esperando con impaciencia mientras Athenea es interrogada por el FBI. Observo con nerviosismo el Rolex de oro en mi muñeca, pendiente de las noticias que llegan de Tony.  su equipo están en Staten Island en busca de Alessandro, la bomba no sólo es una distracción de lo que sucede en la isla, es una manera de acabar con las escorias.
Mi teléfono suena, es Tony. Llevo el teléfono a mi oído y escucho sus palabras.
──No está aquí, solo tenemos a Alessia. ──Mi mirada se desvía hacia el edificio a lo lejos, el reloj marcando veinte minutos, el tiempo justo antes de la explosión. Tony insiste. ──¡Me escuchaste, Red, se fue! Ni los niños están aquí. Esto es una trampa.
Bajo del auto dejando el teléfono de lado, mis ojos se fijan en el edificio mientras una intensa calma me grita que Alessandro está allí… y que Athenea corre peligro. Corro seguido por mis hombres, mis pasos resonando en las transitadas calles de Nueva York. Saco mi arma al escuchar los disparos que provienen del edificio, mi mente solo piensa  en Athenea, necesito sacarla de allí a toda costa.
La carretera vibra bajo mis pies, la amenaza de la bomba a punto de estallar. Corro hacia el edificio, enfrentando a los agentes encubiertos del FBI con determinación, gritando el nombre de Athenea. Una segunda detonación resuena, acelerando mi paso, y veo a Nikkos muerto con su arma en mano, lo intento. Corro por los pasillos que parecen laberintos pero que conozco, estudié los planos.
Me detengo de golpe cuando lo veo, y la usa a ella como escudo.
A mí Athenea, las lágrimas recorren sus mejillas, está golpeada. Mi peor pesadilla se hace realidad: Alessandro tiene a Athenea.
──Mátame. ──suplica entre lágrimas. ──. Mátame. ──repite desesperada. ──. Mátame, amor.
Mi alma se quiebra. Ambos sabemos que si ella sale de aquí con Alessandro, él va a destruirla de mil maneras posibles. Y ella prefiere morir.  No puedo matarla, ella es mi todo. No puedo.
──Tengo a Alessia. Alessandro… dame a Athenea y te la entrego. ──Alessandro sonríe y la sujeta con más fuerza.
Me entregó a su hermana.
──No. Tú tienes algo que me pertenece. Yo la tendré a ella. ──sentencia.
La vibración se hace más potente y el sonido es estruendoso, el piso a mis pies se abre y aún así intento llegar a ella pero la onda expansiva me manda lejos haciéndome volar y perder el conocimiento.



***



Me desperté abruptamente en medio de la noche. Mi corazón palpitaba con una fuerza que parecía querer escapar de mi pecho, cada latido un recordatorio lacerante de que aún habitaba el mundo de los vivos. Las heridas en mi cuerpo, la incómoda posición de mi brazo fracturado y los moretones que se esparcían por mi piel eran pruebas irrefutables de mi existencia. Lentamente, llevé mi mano sana hacia mi cabeza, anticipando el inicio de un dolor de cabeza que ya se anunciaba en el horizonte de mi conciencia. Con cautela, abrí los ojos, dejando que se ajustaran a la oscuridad de la habitación, solo para confirmar mi ubicación en un lugar que me generaba un repudio visceral. Con un esfuerzo considerable, me incorporé y encendí la luz, disipando las sombras que me rodeaban, un acto tan simbólico como necesario.
Han transcurrido semanas desde aquella explosión en la estación de policía, un evento catastrófico que fue obra mía y que se torció de maneras que nunca pude anticipar. La frustración era un huésped permanente en mis pensamientos, especialmente al rememorar a Athenea. Aquella tarde, me encontraba unas cuantas cuadras alejado del lugar, esperando verla salir, mientras mis hombres peinaban Staten Island en busca de Alessandro. Sin embargo, en lugar de encontrar a nuestro objetivo, solo dieron con Alessia; los niños, alarmantemente, no estaban en ninguna parte. Esa ausencia fue una señal de advertencia, un preludio de la tormenta que se avecinaba. Y la tormenta estaba dentro de la estación de policía: Alessandro había hecho una improbable alianza con Wells con el fin de capturar a Athenea durante un interrogatorio.
De alejarla de mi.

Con el paso de las horas tuve que entrar a sacarla, el caos se desató. La estación se había transformado en un infierno en la Tierra: oficiales caídos, agentes en un frenesí de balas y sangre. Y entonces estaba Nikkos, con un balazo en la cabeza; su misión era protegerla, y yacía muerto frente a mis ojos. Al alcanzar finalmente su ubicación, el espectáculo que se desplegó ante mí me desgarró el alma. Alessandro, en un último acto de desesperación, la utilizaba como escudo humano. Lo peor de todo era escucharla suplicar, suplicar que la matara. Ella sabía, tanto como yo, que si salía viva de ese infierno, Alessandro no tendría piedad. La sometería a un sufrimiento inimaginable, la destruiría de formas que ni siquiera quiero comenzar a imaginar. Pero enfrentarme a esa opción era como enfrentarme a mi propio fin. Ella es mi todo. ¿cómo podría yo, ser el autor de su fin?
La explosión programada para ese momento exacto irrumpió en la escena, envolviéndonos a todos, incluida Athenea, en una ola destrucción y fuego. Mi corazón se llenó de desesperación al contemplar las consecuencias de mis propias acciones. La oscuridad de la noche, que antes era una cómplice silenciosa, ahora estaba desgarrada por las llamas y el caos de mi creación. Aquello que había iniciado con la intención de cambiar el juego, de reclamar una ventaja, se había transformado en mi peor pesadilla.
La estación de policía, un edificio que debería haber simbolizado el orden y la seguridad, ahora era un monumento a la pérdida y la desolación. Mi hombres me sacaron de los escombros, me llevaron inconsciente lejos del lugar, y cuando desperté, ella no estaba. Mi Athena, no estaba allí. 
Ellos buscaron, ellos escarbaron pero nada… el maldito se la llevó. Mi duda es latente.
¿Ella está viva?
¿Ella murió?
¿Dónde está Athenea?
De algo estaba seguro la buscaría incluso cuando ese camino conllevaba a la destrucción absoluta. Athenea, la mujer por la que habría dado todo, ahora era otra víctima de este juego peligroso que jugábamos. Y mientras la madrugada se adentraba en el alba, me quedé contemplando las ruinas de lo que una vez fue, sabiendo que nada volvería a ser igual, acosado por la pregunta de si alguna vez encontraríamos la paz en este mundo que nosotros mismos habíamos desgarrado.
Me duele la cabeza sin descanso. Cada latido parece perforar mi cráneo, recordándome que el dolor es constante, un compañero no deseado que se niega a abandonarme. Estoy tumbado en la cama, con la mirada perdida en el techo, tratando de encontrar algo de alivio en la oscuridad de la habitación.
El sonido distante del televisor rompe el silencio. Escucho la voz de la periodista anunciando las terribles noticias: la explosión del edificio de la policía en Nueva York hace semanas. El informe menciona el alto número de víctimas, oficiales, prisioneros y transeúntes, una cifra que sigue aumentando con el paso de los días.
Me incorporo bruscamente. La realidad de la tragedia se cuela en mi habitación, recordándome la fragilidad de la vida y la brutalidad del mundo que nos rodea. Mis pensamientos se agolpan, intentando comprender la magnitud de lo sucedido, mientras el dolor en mi cabeza parece empeorar con cada palabra que sale de la pantalla.
Golpeo lo primero que se me cruza en la habitación, lanzándolo al suelo. La puerta se abre bruscamente y por ella entra Tony, mi mano derecha, el hombre en quien más confianza deposito. No dice nada, solo observa los destrozos, pero entiende perfectamente qué es lo que me ha llevado a este punto. Gruño, la impotencia ardiendo en mi pecho, necesito ver a Athenea, saber que está bien. Me giro hacia Tony, la desesperación evidente en mi mirada.
──¿Athenea?
Tony niega con la cabeza, y siento cómo mi corazón se hunde un poco más con ese simple gesto. Doy un par de pasos, sintiendo el dolor recorrer mi cuerpo herido, pero es la furia lo que domina mi ser. Tony finalmente habla, sus palabras como un puñal directo a mi esperanza.
──No está Chicago, ni en Canadá.
Mi paciencia se rompe y  grito, la frustración desbordándome.
──Quiero a Athenea, busca a Athenea. Necesito encontrarla, saber que está a salvo, es lo único que importa ahora.
Tony me mira, su rostro reflejando la seriedad de la situación. A pesar de los riesgos, asiente con determinación.
──Lo haré, encontraré a Athenea. ──Sé que es una promesa grande, que la búsqueda será peligrosa, pero en este momento, su compromiso es el único rayo de esperanza que tengo. ──. Lo haremos.
──Maldita sea. ──gruño al sentirme tan inútil. Tony intenta sujetarme pero niego, no quiero ser tocado por nadie. Insiste en que acueste pero desisto de la idea. No puedo dormir sabiendo que ella si está viva él la está haciendo sufrir.
──Red… recupérate y la buscaremos.
Cuando Tony sale de la habitación, me quedo solo con mis pensamientos y la desesperación que me consume. La idea de Athenea en peligro, de no volver a verla, es un tormento que me devora por dentro. A pesar de todo, sé que debo mantenerme fuerte, por ella. La esperanza es lo último que se pierde, y haré lo imposible para traerla de vuelta, para enfrentar juntos todo lo que este mundo cruel nos ponga por delante. No descansaré hasta encontrarla, porque sin ella, nada tiene sentido.
Necesito verla.
Saber que está bien.


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