capítulo 17

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Capítulo 17
Athenea Gambi.



Nunca había pensado que el silencio podría ser tan ensordecedor. Sentada en el frío metal del jet privado, a pesar del bullicio ocasional de Alessandro hablando con el piloto, solo podía escuchar el zumbido de mis propios pensamientos. Acabábamos de hacer una pequeña escala en África, un breve descanso antes de continuar hacia nuestro destino indeterminado. A un lado, los niños dormían plácidamente, exhaustos por el viaje y las emociones acumuladas; no tan diferente a mí, que me encontraba despierta, incapaz de encontrar reposo. Solo pensaba en su tono de voz, en sus ojos, en como bajo el arma al verme.
Si hubiese querido lastimarme lo hubiese hecho. Tuvo la oportunidad, podía dispararme así como lo hice yo. 
No se pero algo… algo pasa.
Por instinto, me envolví en el saco de Alessandro, buscando algo de confort en su pesado tejido. Mis manos, buscando calor, hallaron algo inusual en los bolsillos un pequeño botón negro, frío al tacto y totalmente ajeno. Sentada allí, con los niños a mi cargo, giré el objeto entre mis dedos, intrigada. Al presionar el centro del botón, una luz roja se iluminó suavemente dentro de él, bañando mis dedos en un resplandor fantasmal. Lo examiné detenidamente, considerando sus posibilidades, antes de que el regreso de Alessandro me hiciera ocultarlo apresuradamente en mi bolso.
Alessandro se detuvo frente a los niños, observándolos un momento, muy pocas veces lo he visto interactuar con ellos, luego se dirigió hacia el bar del jet. Sin duda, había bebido más de la cuenta; sus movimientos eran torpes, sus ojos, nublados por la turbación y el alcohol.
El silencio que seguía su recorrido se rompió finalmente con mi voz, más firme de lo esperado.
──¿A dónde vamos? ──Su mirada hacia mí fue evasiva, esquiva.
──Armenia. ──respondió finalmente, sus ojos todavía no encontrando los míos. ──. Vas a quedarte allí con los niños.
Pude sentir cómo mis cejas se arqueaban en respuesta.
──¿Y tú? ──pregunto.
Se giró para enfrentarme, con una seriedad forzada.
──Tengo que buscar a alguien… solo serán un par de días. Allí estarán seguros. No saben que vamos para allá.
──¿Me estás sacando de la ecuación?
──No, Athenea. Como te dije, iré por alguien.
──¿Por quién?
Demandé mayor claridad a Alessandro, pero él eligió ignorarme. La impotencia creció dentro de mí, haciéndose más feroz con cada segundo de silencio. No podía permitir que siguiera evadiéndome de esa manera, no cuando todo lo que nos rodeaba parecía oscurecerse con secretos y medias verdades.
Me levanté con resolución, enfrentándolo de manera directa.
──Sigues ocultando mierdas. ──dije, mi voz firme y clara a pesar del temblor invisible que sentía bajo mi piel. Por un instante, Alessandro pareció sorprendido por mi confrontación; luego, su expresión se endureció.
Sin advertirlo, me empujó con suficiente fuerza como para hacerme retroceder hasta el asiento, su mano en mi hombro pesando más que el golpe mismo. Se inclinó hacia mí, su rostro tan cerca que pude ver el tumulto detrás de sus ojos.
──Si te lo oculto es por algo, esposa. ──gruñó con una voz baja y peligrosa.
Antes de que pudiera responder, un movimiento repentino atrajo nuestra atención. Renzo, que había despertado alarmado por el tono de la discusión, se puso de pie de un salto y se colocó junto a mí. Sus ojos, generalmente serenos y curiosos, ahora mostraban una clara señal de molestia mientras miraba a Alessandro.
El ambiente se tensó aún más, cargado de emociones palpables. La mirada de Renzo hacia Alessandro no solo expresaba protección hacia mí, sino también de molestia hacia su tío.
──El mocoso tiene bolas.
──¡Alessandro! ──espeté molesta. Se alejo de mi y de Renzo para dejarse caer en uno de los asientos de enfrente. Renzo se gira a verme.
──¿Estás bien? ──asiento y le sonrió.
──Lo estoy. No vuelvas a meterte, Renzo. Por favor…
──Pero…
──Lo se, lo sé. Pero soy yo quien debe protegerlos. Yo los voy a proteger. ──dictamino.
Lo abrazo a mi cuerpo. Y me quedo con el en el asiento. 

*****

Finalmente llegamos a Armenia. El viaje había sido tenso y largo, más ahora con el peso de la discusión reciente en el jet resonando como un eco constante en mi mente. Alessandro ya estaba sobrio, pero las sombras de sus acciones y las palabras que habían caído entre nosotros no se disipaban tan fácilmente.
Nos esperaba un auto en la pista de aterrizaje, Lina siempre eficiente, tomó a los niños y se encargó de llevarlos al vehículo. Podía ver su silueta asegurando que los pequeños estuvieran cómodos antes de partir hacia el apartamento que Alessandro había dispuesto para nosotros. Observé aquella escena con una mezcla de alivio y resentimiento; alivio por saber que los niños estarían al cuidado de alguien en quien confiaba y resentimiento por todas las verdades escondidas que Alessandro seguía guardando.
Al salir del aeropuerto, la luz del anochecer empezaba a cubrir Armenia con su manto de tonos dorados y rosas. Las ventanas del auto me ofrecían un panorama continuo de un paisaje que parecía sacado de un cuento antiguo, uno lleno de misterio y promesas escondidas. Notaba cómo las montañas se alzaban majestuosas en la distancia, centinelas silenciosos e inmutables, bajo un cielo que empezaba a llenarse de primeras estrellas.
A medida que el auto serpenteaba por las carreteras, el paisaje urbano comenzó a tomar forma ante mis ojos. Ereván, la capital, se extendía vibrante a medida que nos acercábamos. Los edificios mostraban una mezcla intrigante de arquitectura soviética y construcciones modernas que se entrelazaban con plazas y parques que ya comenzaban a vestirse de sombras. El brillo de las luces empezaba a encenderse por toda la ciudad, esparciendo un brillo amistoso que contrastaba con el frío que comenzaba a sentir dentro del auto.
Pequeños cafés y tiendas se alineaban en las calles, iluminadas por luces cálidas que invitaban a los transeúntes a detenerse y disfrutar de un momento de descanso. Podía ver grupos de personas charlando animadamente, sus risas y conversaciones creando una música de fondo que se mezclaba con el suave zumbido del tráfico.
Aunque la belleza del lugar era innegable, mi mente estaba enredada en conflictos y preocupaciones. Cada mirada a través de la ventana era una distracción momentánea de la tensión que aún yacía pesada entre Alessandro y yo. Sin embargo, no podía negar que algo en la atmósfera del lugar ofrecía un raro consuelo, una suerte de encantamiento que, por unos instantes, hacía más ligera la carga.
Nos dirigíamos hacia un barrio residencial, donde los edificios se volvían más espaciados y los árboles comenzaban a tomar protagonismo. El apartamento al que nos dirigíamos estaba ubicado en una de estas áreas tranquilas, lejos del bullicio del centro. Al aproximarnos, observé cómo pequeños grupos de niños jugaban en las calles aún bañadas por los últimos rayos del sol, una escena que me recordaba la inocencia y la despreocupación que deseaba fervientemente para los niños bajo mi cuidado.
A pesar de la belleza y la paz que parecía ofrecer Armenia, llevaba conmigo un corazón turbado, sabiendo que cualquier panorama, por más pintoresco que fuera, no podría borrar las complicaciones que nos habían traído hasta aquí.
Una vez en el apartamento, la niñera se llevó a los niños, dejándome sola con Alessandro. Él intentó llamarme varias veces, pero yo lo ignoré. No estaba lista para enfrentar su falsa preocupación o escuchar más excusas.
Sin embargo, él persistió, siguiéndome hasta la habitación. Con un movimiento rápido y decidido, me sujetó del brazo, obligándome a detenerme. Lance mi bolso hacia la cama.
──Te estoy hablando. ──dijo, con un tono firme que intentaba imponer autoridad.
Me liberé de su agarre con un tirón seco.
──Y yo te estoy ignorando. ──respondí, enfrentándolo con una mirada desafiante. Mi paciencia había llegado a su límite. ──. Última vez que le hablas a los niños así. No te lo voy a permitir. Son mis niños.
Su sorpresa fue evidente, pero su expresión cambió rápidamente a una sonrisa sarcástica.
──En realidad no lo son y lo sabes. Son mis sobrinos… míos.

Sentí un leve dolor en mi pecho ante sus palabras. Era un recordatorio cruel de la realidad legal y biológica que quería usar para herirme. Pero estaba decidida y no iba a dejar que me quebrara.
──Llevarán tu sangre, pero son míos, Alessandro. Míos y si tengo que protegerlos de ti, lo haré.
Alessandro se erguió, aún sonriendo.
──Mi esposa está sacando las garras…
──¿No es eso lo que querías? 
──Así es. Ojalá los protejas de Kane así como los proteges de mi.
──Lo haré. Créeme.
Cada palabra suya estaba diseñada para desestabilizarme, pero en ese momento, algo dentro de mí se solidificó. No importaba las tácticas que utilizara para debilitarme, yo sabía cuál era mi verdad y la defendería, sin importar lo que él dijera o hiciera. Los niños no eran solo un vínculo de sangre; eran un compromiso del corazón, y yo lucharía por ellos como si fueran mi propia vida. 
──Amo cuando te pones como fiera.
──Y yo detesto que me ocultes cosas. Ya suficientes lagunas hay en mi mente para que hagas más.
──Ya te dije lo que debías saber. Y fui sincero.
Dudo que haya sido sincero.
──No estés molesta conmigo, preciosa.  Solo serán un par de días. ──recalca.
──Quiero salir con los niños, no vamos a estar encerrados aquí. Dijiste que haríamos lo que yo quisiera. ──manipulo.
Alessandro me detalla.
──Está bien. Con seguridad siempre.
──Ok. 
Sujeta mi rostro y busca mis labios, algo en ellos me resulta desconocido, extraño y fuera de lo común, me alejo y lo observo.
──¿Qué pasa?
──Nada… ──miento. Vuelve a intentar besarme y está vez le sigo la corriente. Mi mente solo repite el eco del “Nena”  y siento que estoy traicionado ese eco, esa voz…
¿Qué está pasando?

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