capítulo 20

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Capítulo 20
Athenea Gambi.



Mientras observo a los niños comer, siento el vibrar insistente del teléfono en mis piernas. Conozco los horarios de las llamadas de Alessandro, y sé, con toda certeza, que esta vez no es él; es Kane. Mis ojos recorren el inmenso comedor y, una vez más, me detengo a pensar en las razones por las que Alessandro decidió ocultarnos aquí. El edificio es prácticamente impenetrable y la seguridad, extrema. Esto solo puede significar que, según su lógica, este apartamento debe estar lleno de cámaras y, posiblemente, micrófonos ocultos.
Y también lo oculta de mi.
Los niños comen absortos, ajenos a todo. Yo, en cambio, me siento atrapada en un limbo, en una realidad que se tambalea entre mis dedos. La voz de Kane resuena persistentemente en mi mente y, después de la llamada de anoche, mi curiosidad se ha despertado aún más.
Observar a los niños me calma, pero al mismo tiempo me recuerda la fragilidad de nuestra situación. Decido que debemos salir, distraer esas pequeñas mentes con algo diferente, alejarme de esta jaula dorada aunque sea por un rato, y buscar respuestas que en estas cuatro paredes es riesgoso obtener.
──¿Quieren ir al parque? ──les pregunto con suavidad.
Ambos levantan la cabeza y asienten con entusiasmo. La emoción en sus ojos me hace sentir, por un breve momento, un poco más ligera.
──Lávense las manos si ya terminaron. Nos vamos en media hora ──les digo, y ellos salen corriendo hacia el baño.
Desvío mi mirada a Gianni, quien ha estado observando la escena en silencio.
──Prepara el auto y seguridad. Iremos al parque ──le ordené.
Puedo ver el inicio de una protesta en sus ojos, pero una mirada mía es suficiente para detenerlo.
—Es una orden, yo soy la jefa ──recalco.
Gianni asiente con resignación y se retira para hacer los preparativos. Mientras tanto, me tomo un momento para respirar. Kane sigue esperando en la línea, pero por ahora, lo ignoro.
Camino hacia mi habitación con pasos decididos y el eco de mis tacones resonando contra el suelo de mármol. Abro el armario y tomo mi bolso, asegurándome de que el rastreador esté correctamente escondido en su compartimento secreto. Mis ojos se detienen un instante en la caja fuerte empotrada en la pared. Esta mañana volví a intentar adivinar la clave, pero una vez más, sin éxito. Alessandro  ha sido meticuloso en mantener ciertos secretos.
Miro la caja fuerte una última vez antes de salir, tratando de no perder demasiado tiempo en pensamientos que me consumirán inútilmente. Respiro hondo y me dirijo hacia la puerta principal. Los niños ya están listos y esperando con la niñera, sus caras iluminadas por la emoción. No puedo evitar sonreír ante su inocencia, aunque sea brevemente.
Formamos un pequeño séquito al salir del apartamento, guiados por el equipo de seguridad que Alessandro ha dispuesto para nosotros. Las medidas pueden parecer exageradas, pero en estos tiempos, las precauciones nunca sobran. Al llegar al vehículo, subimos a la camioneta con eficiencia habitual.
Los niños no pueden contener su felicidad mientras se acomodan en los asientos traseros. Sus risas son un eco agradable en el silencio de mis pensamientos. Pero, a pesar de su alegría contagiosa, yo no puedo dejar de sumergirme en mi propio laberinto mental.
La voz de Kane, las dudas y las preguntas sin respuesta, todas giran en mi mente como un tornado. Intento calmarme, centrarme en lo que está frente a mí y encontrar alguna claridad en el caos. Pero es difícil cuando cada vibración del teléfono me recuerda la maraña de mentiras y secretos que parece envolvernos a todos.
A medida que nos ponemos en marcha, contemplo las calles desde la ventana de la camioneta. Mi mente, aunque físicamente protegida por este convoy, no puede evitar la inquietud que la voz de Kane ha sembrado en mi interior. La fachada de una vida normal, en contraste con la tormenta interna, se hace más evidente con cada kilómetro que recorremos.
Llegamos al parque y la seguridad se despliega inmediatamente, creando una barrera invisible que mantiene a salvo a los niños. Ellos bajan del vehículo y me esperan ansiosos.

──Corran y disfruten ──les digo con una sonrisa, y no necesitan más incentivo. Salen corriendo y gritando, llenos de emoción.
Le doy instrucciones a la niñera de que esté pendiente de ellos. Ella asiente y los sigue de cerca. Mientras tanto, yo busco un lugar para sentarme y mantener un ojo en todo.
Encuentro un pequeño banco bajo un árbol y me siento, observando cómo la seguridad se mantiene alerta, rodeándonos y vigilando cada movimiento en la cercanía. Saco mi teléfono y noto que vuelve a vibrar. Sabía que esta llamada no se demoraría.
Sabiendo que aquí no hay micrófonos ni cámaras, contesto la llamada con cautela.
──¿Sí? ──digo, manteniendo la voz serena.
Al otro lado de la línea, la voz de Kane resuena con familiaridad.
──Hola, nena… tenemos que hablar.
Un escalofrío recorre mi espalda al escuchar su tono. Algo en su voz me dice que lo que viene no es algo que pueda seguir ignorando. Miro a los niños que juegan felizmente, ajenos a la tensión que cuelga sobre nosotros.
Mantengo la compostura y respondo con firmeza.
──Tienes un minuto.
──Estoy viéndote en este momento. ──me tenso, y busco disimuladamente con mi mirada. ──. No te preocupes, no voy acercarme. Estás con los niños y no queremos crear un caos con ellos cerca.  Yo cumplo mis promesas pero muero por decirte la verdad, no sé qué te ha dicho de mi pero puedo asegurarte que todo es mentira. Todo…
Mi corazón se detiene. Mientras él comienza a hablar, mis ojos no dejan de vigilar a los niños, tratando de equilibrar la seguridad física con la montaña de incertidumbres que sigue creciendo en mi mente.
──¿Por qué debería creerte?
──Por la misma razón por la que me estás escuchando ahora. Tú eres Kane, no eres una Gambi y jamás lo serás.
Enzo me llama desde la distancia.
Kane…
Una lágrima corre por mi mejilla. Las voces se mezclan.
──¡No te creo!
──Si lo haces. Se que lo haces. En tu mente está la respuesta a todo, Athenea. Busca, busca nena y vuelve a mi.
──Se terminó tu minuto. ──cuelgo la llamada y seco mi lágrima con brusquedad.
Me ahogo ante la sensación de opresión que se forma en mi pecho. No puede ser, no puedo creerle. Alessandro es quien habla con la verdad en todo esto. Es mi esposo… él es mi esposo.
Noto en la distancia como una camioneta pasa con lentitud y en mi ser recorre una sensación indescriptible, quiero correr… correr hacia ese punto. Enzo se guinda de mi pierna y me llama con insistencia.
Me he pasado un buen rato con los niños en el parque. Cada risa, cada carrera y cada juego parecía un bálsamo para nuestra alma, pero no podía evitar sentir esa sensación persistente de alerta. Mientras los niños correteaban libres y felices, mi mirada no podía sustraerse de la camioneta que se movía a baja velocidad alrededor del parque. Alessandro me había advertido sobre Kane, diciendo que era nuestro enemigo. Pero, si es así, ¿por qué no había hecho nada? Aquí estaba yo, un blanco perfecto junto a los pequeños, y sin embargo, no había rastro de agresión. ¿Estaba planeando algo más? ¿O simplemente vigilaba? Aún no podía descifrarlo.
Finalmente, decidí que ya habíamos pasado suficiente tiempo al aire libre. Reuní a los niños y nos dirigimos de vuelta al apartamento. La sensación de casi surrealismo se acentuó al ver que aquel vehículo continuaba su lenta travesía por las calles aledañas, sin tomar acción alguna. El pensamiento de una posible trampa comenzó a asentarse en mi mente. Si Kane realmente tenía la oportunidad de atacarnos y no lo hizo, debía haber algo más escondido; algo que no podía entender aún o que no quería entender.
Alessandro no podía estarme mintiendo. No lo haría. Yo soy su esposa. Tenemos una historia juntos.
Una vez en el apartamento,  Dejé el bolso y el teléfono en el comedor mientras los niños corrían a su habitación, su alegría resonando en las paredes. Cada risa y grito feliz calentaba mi pecho.
Juré cuidarlos.
¿Juré cuidarlos?

Con cada segundo que pasaba sin Alessandro, mi mente se llenaba de más dudas. Me preguntaba qué más me estaría ocultando. ¿Por qué cada tanto sentía un vacío en la memoria, como si una parte importante de mi historia fuera un lienzo en blanco?
Me acerqué a la ventana del comedor y observé la calle, en busca de aquel vehículo o algún signo de peligro. Nada. El silencio de la noche caía sobre la ciudad como un manto espeso. El enigma de Kane y sus verdaderas intenciones seguía girando en mi cabeza. ¿Por qué no nos había atacado? ¿Qué espera? ¿Por qué me decía que yo era su esposa?
Deseaba con ansias que Alessandro estuviera aquí para aclarar todas esas dudas que me carcomían. Pero cada vez que intentaba recordar, cada segundo sin él, sentía que se escondía algo más grande de lo que podía imaginar. Algo que él sabía y yo no. Me apresuré hacia la habitación en busca de mis pastillas, esas que calmaban mi mente y los dolores, las tomé con manos temblorosas y las observé por unos instantes.
──¡Tía! ──grita Renzo con todas sus fuerzas, tomo mi arma para salir corriendo de la habitación, me llevo por delante todo lo que esta en el pasillo, me adentro en la habitación de ambos y los encuentro peleando por un juguete.
El alma… mi alma vuelve a mi cuerpo. 
──¡Dios! Renzo, casi me infarto. ──gruño, notan el arma en mis manos y la oculto en mi espalda.
Me dejó caer al suelo y recargo mi espalda a la pared, destellos de gritos de una niña vienen a mi mente, gritos desgarradores, gritos de súplica, gritos de asco y horror.
Suelto el arma y el aturdimiento me hace gruñir, escucho de fondo a los niños asustados, llorando por mi.
──Estoy bien, estoy bien, estoy bien. ──murmuro intentando calmarlos. ──. Estoy bien…
La imagen de una niña de ojos iguales a los míos aparece, aparece llorando y suplicando para irse con su mamá.
Ella quiere morir.

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