Capítulo 5
Athenea Jones.
Despierto desorientada, la oscuridad de la habitación se cernía sobre mí como una pesada manta. Con movimientos torpes, palpé a mi alrededor en busca de algo familiar, mi mano encontró finalmente el interruptor de la pequeña luz junto a la cama. La encendí, y la habitación se llenó de un suave resplandor que apenas disipaba las sombras.
Salí de la cama lentamente, cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, como si hubiera estado corriendo hacia o desde algo en mis sueños. Caminé hacia la ventana y aparté la cortina con mano temblorosa. El mar ante mí se extendía vasto e infinito, sus olas rompían en la orilla con un sonido que siempre encontraba reconfortante, pero no esa noche.
Llevé una mano a mi cabeza, intentando ahuyentar los últimos vestigios del sueño que continuaba acechándome aún despierta. Siempre el mismo sueño, el mismo hombre que se me aparecía noche tras noche, sus labios, su roce, su voz llamándome. Rocé mi dedo anular, sintiendo un vacío palpable, aunque allí estaba una pequeña alianza, la ausencia de que faltaba algo más allí se había instalado en mi ser desde que me encontraba en este lugar. Era como si el peso de algo que solía estar allí ya no lo estuviera, y esa sensación permanecía conmigo, constantemente.
De repente, la puerta se abrió con suavidad. no sabía por qué, pero mi cuerpo se tensó al instante al verlo entrar. Todo en él era frío, suave y posesivo una combinación extraña, su voz, su paso, su mirada, pero me ponía alerta de una manera que no alcanzaba a entender del todo.
──¿Qué haces despierta, preciosa? Es muy tarde. ──dijo con una voz que pretendía ser reconfortante.
No respondí. Lo observé en silencio, viendo cómo se acercaba a mí con una tranquilidad que contradecía el nerviosismo que crecía dentro de mí. Posó sus dedos en mi piel, un contacto que debería haber sido suave, pero que me hizo estremecer ligeramente.
──¿Sigues con las pesadillas? ──preguntó.
No son pesadillas, son sueños…
Asentí, sin encontrar las palabras adecuadas o quizás sin querer usarlas.
Lentamente, rozó sus labios con los míos, un gesto que debería haber sido íntimo y reconfortante, pero que me dejó congelada.
──Son solo pesadillas, preciosa. Aquí estoy para defenderte de quien sea… y de lo que sea. ──susurró al oído, su voz un murmullo que resonaba con una promesa protectora.
Quería creerle, quería desesperadamente creer que estaba seguro estar con él, que las sombras que me acechaban en la noche eran solo fragmentos de mi imaginación. Pero algo en el fondo de mi mente gritaba que esos sueños podían ser más reales de lo que yo quería admitir, o de lo que él quería aceptar.
No recuerdo el momento exacto en que perdí mi memoria. Solo sé que desperté hace meses en una habitación desconocida, con la luz de la mañana filtrándose a través de las cortinas y un hombre velando mi sueño. Él, Alessandro, con una mirada que mezclaba preocupación y algo que no podía, o no quería, descifrar en ese momento. Me explicó que era mi esposo y que en un atentado que nos habían hecho mi memoria se había borrado y con ello, todo de mi pasado.
No recordaba nada, ni mi nombre.
Según Alessandro, todo lo malo que nos había ocurrido era culpa de un enemigo suyo, un hombre cuyo nombre nunca mencionaba en voz alta. Me dijo que por culpa de ese hombre había perdido a nuestro bebé, una revelación que me golpeó como un puñal de hielo. No tenía recuerdos del embarazo, ni del dolor de una pérdida tan profunda, pero el vacío inexplicable en mi corazón parecía confirmar su historia, estaba llena de rabia, dolor y sed.
Porque me habían arrebatado a nuestro hijo, y mi vida. Ese hombre merecía dolor, recibir toda la ira de Alessandro, así como la mía. Estábamos escondidos por precaución y yo lo aceptada porque quería lo mismo que él; Venganza.
Vivo ahora en un mundo lleno de lagunas, momentos y memorias que simplemente no están allí, y Alessandro intenta llenar esos vacíos recordándome lo que hemos vivido desde que, somos esposos.
Él insiste en que esta vida es mía, que estos momentos, estos sentimientos, me pertenecen. Trata de convencerme de que esos recuerdos volverán si sigo luchando por ellos, si me esfuerzo por recordar. Sin embargo, cuanto más intento aferrarme a esos fragmentos, más siento que me resbalan entre los dedos, como arena en el viento.
Pero la rabia está allí, no se va, no se desvanece.
Esta disonancia constante me deja exhausta y confundida. Algunas noches, cuando Alessandro cree que estoy dormida, me sorprendo a mí misma llorando en silencio, no solo por el hijo que nunca conocí, sino también por la mujer qué, según todos los relatos, solía ser antes de esta amnesia. Una mujer que, a juzgar por cómo me siento ahora, es muy diferente. .
No hubo necesidad de palabras cuando me guio suavemente hacia la cama, donde me ayudó a recostarme con una delicadeza que contrarrestaba su apariencia robusta y dominante.
Alessandro se deslizó en la cama y me atrajo hacia su pecho, un refugio hecho de calor y fuerza. El contacto de su piel era un bálsamo para el torbellino de pensamientos y emociones que me consumían desde hacía meses. Pero al sentir su respiración en mi cabello, un beso ligero tocó la zona justo por encima de la cicatriz en mi cabeza. La piel todavía sensible se contrajo con un recuerdo palpable, un dolor que se disolvió rápidamente bajo su gesto tierno.
──Haría lo que fuese por ti, preciosa, incluso morir… ──Su voz era un susurro, pero resonó con una intensidad abrumadora en la quietud de la habitación. ──. Vamos a vengarnos, te lo juro.
Esas palabras me sacudieron, no solo por lo que significaban, sino porque sentía que las había escuchado antes. Mi corazón empezó a latir con fuerza, las palabras resonaban en mi mente, evocando una imagen difusa de unos labios moviéndose al unísono con ellas. En un instante, el rostro de Alessandro se superpuso en esa memoria fugaz. Me giré para mirarlo, buscando en sus ojos una confirmación de lo que mi mente luchaba por recordar.
Sin pensar, me acurruqué más contra él, agarrándome a su presencia como un naufrago se aferra a un salvavidas. Tratando de ahuyentar en frío y los gritos de llamados del pasado. Mi presente era este, y aquí me sentía a salvo y dispuesta a todo.
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Athenea
RomantikElla había saltado sin miedo a mi mundo, se había sumergido en mi oscuridad sin vacilar, dispuesta a enfrentar todo por mí. Y yo, dispuesto a desafiar al mundo entero por ella. No había piedra bajo la cual no miraría, no había esquina del mundo adon...