Capítulo 55
Athenea Kane.
Salgo del salón de operaciones, dejando atrás el bullicio de voces y la tensión de las decisiones estratégicas. El pasillo silencioso está resguardado por nuestros hombres de seguridad. Necesito alejarme para hablar con los niños. Ellos son mi ancla en medio de esta tormenta.
Camino por los corredores, mis pasos resonando suavemente en el suelo. Me mantengo alerta, pero por un momento permito que mi mente viaje hacia ellos. Sujeto el teléfono que Redgar me dio y marco el número de la niñera. Contesta al instante, y el aire que contenía en mis pulmones sale de golpe, aliviado.
──¿Señora? ──pregunta la niñera al otro lado.
Siento un peso levantarse de mis hombros solo al escuchar su voz.
──¿Cómo están? ¿Y los niños? ──pregunto, mi voz traicionando la mezcla de preocupación y anhelo. ──. ¿Todo está bien? ¿No les falta nada?
──Están bien, ahora mismo están jugando… me han preguntado por usted hoy. No, nos falta nada, están siendo más que consentidos. El lugar es hermoso. ¿Quiere hablar con ellos? ──responde ella con calma.
No puedo evitar sonreír.
──Sí, por favor ──digo, mi corazón latiendo un poco más rápido.
Continúo caminando, atravesando los desolados pasillos del hospital. Desde que lo invadimos para resguardarnos, el lugar ha quedado prácticamente abandonado. Pero por un momento, las paredes desoladas parecen menos opresivas mientras espero escuchar sus voces.
Luego, la voz de Enzo invade mis oídos, clara y llena de vida.
──¡Mamá!
Sonrío, maravillada por la simple felicidad que su voz me trae.
──Hola, pequeño. ¿Cómo estás? ¿Te estás portando bien? ──pregunto, mi tono suave y lleno de cariño.
──Sí, mamá. Hemos jugado mucho hoy. ¿Cuándo vas a venir? ──pregunta Enzo con inocencia.
Mi corazón se aprieta, deseando poder darle una respuesta que lo tranquilice.
──Pronto, espero. Pero necesito que sigas siendo valiente y que te portes bien, ¿de acuerdo? ──le digo, tratando de mantener mi voz firme.
──Lo prometo, mamá ──responde él con una seguridad que me hace sonreír de nuevo. Escucha a Renzo a discutir con él, y le pido que me pase a su hermano.
cada uno llena mi corazón de calidez y renovada determinación. Me cuentan del clima, del bosque inmenso, y de las lecciones de idiomas y matemáticas que están viendo. La seguridad ya les enseño la ruta de escape y están compitiendo por quién bate el récord.
Al final, les digo adiós con promesas de abrazos y cuentos cuando todo esto termine.
Termino la llamada y me tomo un momento para recomponerme. La paz efímera se mezcla con la realidad de nuestra situación. Me quedo un rato viendo una pared vacía y pálida.
Ellos, son parte de mi mundo.
Necesito un momento de silencio, sigo caminando por los pasillos, sólo mis pasos le dan algo de vida al suelo frío y pulido, entiendo que ahora la interpol busca a Redgar, y pueden incluso emitir una orden para mí, estoy en las grabaciones de las islas, fui vista con Alessandro. Pero no pienso desistir.
Mi venganza debe llevarse acabo, detallo mi nuevo anillo. Estoy donde debo estar y con quién debo estar, tengo paz pero una intensa rabia por todo aquello vivido.
Me giro para volver al salón de operaciones, me resulta confuso donde estoy pero sigo mi camino, las luces al final del pasillo han sido apagadas, me tenso al instante. No se porque pero esto, no me gusta.
Noto un leve destello al final del pasillo, frunzo mi ceño y me voy acercando poco a poco, me detengo en seco cuando descifro que es…
Mi anillo, mi anillo de boda.
Estoy por sacar mi arma cuando se empiezan a escuchar disparos y gritos.
¿Qué está pasando?
Me acerco con rapidez al anillo, No había forma de ver venir lo que pasó después. La explosión fue ensordecedora, una fuerza imparable que me lanzó por los aires como si fuera una muñeca de trapo. Sentí mi cuerpo chocar violentamente contra una pared, y el impacto me sacó todo el aire de los pulmones. Caí al suelo, aturdida y adolorida.
El humo y el dolor envolvían todo. Intenté abrir los ojos, pero la neblina oscura y densa no me permitía ver nada. Mi mente trataba de enfocar, de entender lo que había sucedido, pero el caos me lo impedía. De pronto, un tirón en el cabello me levantó del suelo. Estaba suspendida en el aire, inmóvil, mientras una voz desconocida retumbaba en mis oídos:
──¿Es ella?
Mi cabeza zumbaba y el dolor era insoportable, pero el miedo me empujó a intentar liberarme. Mis esfuerzos eran inútiles; no había fuerza suficiente en mí para zafarme. Antes de poder procesar lo que estaba ocurriendo, escuché otra voz, una que reconocí al instante.
──Hola, preciosa. He venido por ti, por mi esposa.
El sonido de esa voz hizo que un escalofrío recorriera mi columna vertebral. Mis pensamientos eran un torbellino, pero no podía quitarme de la cabeza que esa voz pertenecía a alguien que odiaba. Mis ojos intentaron abrirse más, en busca de cualquier pista visual en medio del humo y la penumbra.
El dolor de cabeza seguía martilleando, dificultándome pensar con claridad. Sentí cómo mi cuerpo se tambaleaba, aún suspendido por el tirón en mi cabello. La voz más familiar, la que reclamaba ser de mi “esposo”, sonaba más cerca ahora.
──Déjala ──ordenó.
Sentí cómo cedía la presión en mi cuero cabelludo y caí de nuevo al suelo, mis piernas incapaces de sostenerme. Por fin logré abrir los ojos lo suficiente para ver figuras borrosas moverse entre el humo.
──Athenea, preciosa, mírame ──dijo la voz familiar, con un tono que pretendía ser cariñoso pero que sólo me provocaba repulsión y miedo.
Me forcé a enfocar la vista y lo vi. Alessandro. Su rostro, que una vez había sido la máscara de un encantador esposo, ahora solo mostraba quien era en realidad un maldito. Intenta tocarme pero lo golpeó con las fuerzas que me quedan.
──Dios, amo cuando te pones así. ──susurra. ──. Amárrenla.
──Redgar… ──susurro muy bajito. Me sujetan de las piernas, pateo a quien lo hace y saco mi arma disparando a quien tengo en mi espalda, y apunto hacia Alessadro pero un arma es puesta en mi cabeza.
──Hazlo y te vuelvo la cabeza.
──No sería la primera vez que lo hacen, ¿Verdad, Alessandro? ──inquiero hacia él.
Observo todas las armas que apuntan hacia mi, es la interpol.
Maldita sea. Se escuchan de fondo disparos, mi mente va hacia él. Alessandro se acerca con una fluidez que me aturde, no lo herí.
──No, no me diste. ──susurra mi arma se hunde en su pecho. ──. Te dejé ir con él.
Estaba de pie, apuntando a Alessandro, completamente enfocada en él. Alrededor, un equipo de la Interpol me apuntaba con sus armas, sus chalecos antibalas y máscaras haciéndolos parecer implacables. El lugar era un caos absoluto: escombros por todas partes, disparos resonando en la distancia, y gritos que llenaban el aire. Pero mi mente solo pensaba en una cosa: Redgar. Necesitaba que viniera rápido.
De repente, noté un movimiento detrás del equipo de la Interpol. Era el doctor, oculto en las sombras. Tenía un arma en sus manos y me hizo un gesto, llevándose el dedo a los labios, indicándome que guardara silencio. No podía apartar la vista de Alessandro, que se acercaba más y más.
──Te irás conmigo, ahora. Baja el arma ──dijo Alessandro, su voz cargada de determinación.
Sacudí la cabeza con firmeza.
──Solo me iré contigo muerta ──respondí, sin titubear.
En ese momento, todo sucedió muy rápido. El doctor disparó hacia uno de los oficiales, creando una distracción inmediata. Aproveché el caos y golpeé a Alessandro con mi arma, rompiéndole la nariz de un golpe certero. Antes de poder hacer cualquier otra cosa, sentí cómo varios miembros del equipo de la Interpol me sujetaban con fuerza.
El caos subía de tono. Los gritos eran más fuertes y los disparos se podían escuchar cada vez más cerca. Mientras luchaba por liberarme, la voz de Alessandro se elevó por encima del ruido ensordecedor.
──¡Alessandro! ──grité, mi garganta ardiendo por el esfuerzo.
Todo pendía de un hilo, y solo podía esperar que Redgar llegara a tiempo para cambiar el destino que parecía inevitable.
Estaba atrapada. La Interpol tenía rodeada la zona y acababa de ser sujeta por uno de los oficiales. No había tiempo para pensar, solo para actuar. Me giré bruscamente, usando el peso de mi cuerpo para desequilibrar al oficial. Sentí su agarre aflojarse por un momento, oportunidad que aproveché para lanzar un golpe directo a su mandíbula.
El oficial retrocedió, recuperando equilibrio rápidamente. Nos enzarzamos en una batalla cuerpo a cuerpo. Él intentó atraparme por el brazo, pero logré esquivarlo y le devolví un puñetazo en el estómago, lo suficientemente fuerte como para que se doblara. No obstante, se recuperó y lanzó un golpe con su porra, alcanzando mi costado. El dolor fue intenso, pero no tenía tiempo para registrarlo: mis movimientos se volvieron automáticos, guiados por puro instinto.
Le devolví un codazo en la cara, y vi la sangre brotar de su nariz. Aproveché su caída momentánea para arrebatarle la porra de las manos y golpearle en la pierna, derribándolo. No habría tiempo para rematarlo, ya que un alarido detrás de mí me advirtió sobre Alessandro.
Los hombres de Redgar llegaron justo en ese momento, y comenzamos a oír el intercambio de disparos. La situación se complicaba por segundos, el caos era casi palpable. Los gritos y disparos se entremezclaban en una sinfonía de violencia.
En medio del caos, me enfrenté a Alessandro. La mirada en sus ojos era de pura furia. Nos lanzamos el uno al otro sin pensarlo dos veces. Los puñetazos iban y venían, y cada golpe era contestado con otro aún más fuerte. Logré inmovilizarlo momentáneamente, sus brazos por detrás de su espalda mientras trataba de empujarme hacia una pared.
Mi mano alcanzó la otra arma que llevaba en el arnés. La apreté con todas mis fuerzas, lista para poner fin a todo esto. Le apunté directamente, mis dedos tensos en el gatillo. Alessandro se dio cuenta y, con un último esfuerzo, logró liberar una mano y golpearme en la muñeca, desviando mi disparo al suelo. Seguí luchando por sostener el arma, pero no había espacio para disparar sin arriesgar herirnos a ambos.
El intercambio de disparos continuaba alrededor, mis aliados enfrentándose a la Interpol. En medio del caos, Alessandro consiguió derribarme. Rodamos por el suelo, cada uno luchando por el control del arma. Finalmente, con un último golpe certero a su mandíbula, logré separarme, jadeando y llena de adrenalina.
Miré a mi alrededor, buscando signos de Redgar. La pelea no había terminado, pero sentí una chispa de esperanza. Tenía que resistir un poco más.
El sudor me resbalaba por la frente, mezclándose con la sangre y la suciedad de la lucha. Alessandro había logrado separarse, y yo me encontraba empujada hacia atrás por otro agente de la Interpol, un tipo corpulento de fuerza bruta. Sentía cada uno de sus intentos de inmovilizarme como martillazos, pero me aferraba a la idea de resistir.
De repente, un rugido ensordecedor llenó el aire. Redgar había llegado. A través de la nube de polvo y humo, pude verlo lanzándose como un torbellino, disparando a cualquier agente que se interpusiera en su camino. Cada disparo de su arma resonaba como truenos en la tormenta que era esta batalla. Los agentes caían uno tras otro, incapaces de detener su avance.
Intentaba concentrarme en mi propia lucha, pero la llegada de Redgar había dado un nuevo sentido de urgencia a todo. Cada golpe que daba al agente parecía moverme más cerca de la liberación. Él me lanzó contra una pared, golpeando mi cabeza contra el concreto. Mi visión se nubló momentáneamente, pero los instintos tomaron el control. Le di un rodillazo en la entrepierna, lo que le hizo agacharse, y golpeé su nuca con todas mis fuerzas, dejándolo tambalearse.
Mientras tanto, Redgar seguía avanzando, su furia palpable. Lo observaba mientras golpeaba a un agente con el cañón de su rifle, luego usaba la culata para quebrarle la mandíbula a otro. La precisión de sus movimientos era mortífera; cada disparo alcanzaba su objetivo, cada golpe debilitaba más al adversario.
El caos a nuestro alrededor se intensificó. Explosiones sacudieron el suelo, lanzando escombros por los aires. Sentía la onda expansiva de cada explosión retumbar en mis huesos. Intenté mantenerme firme cuando un agente me tomó por detrás, inmovilizándome el brazo y tratando de llevarme con él. Pateé hacia atrás, alcanzando su espinilla y ganando un breve momento de libertad. Me giré y le lancé un puñetazo que escuché romperle la nariz.
Mis ojos escanearon el terreno caótico, tratando de ubicar a Redgar. Lo vi no muy lejos, ejecutando movimientos precisos y letales, su mirada fija en mí. El tiroteo continuaba con furia; los disparos y las explosiones eran ensordecedoras. Sabía que solo era cuestión de tiempo hasta que me liberara completamente.
El agente con el que estaba peleando lanzó un golpe que bloqueé por poco. Con un giro rápido, logré situarme detrás de él y le coloqué una llave en el cuello, apretando con todas mis fuerzas. Sentí que sus luchas se debilitaban, pero entonces otra explosión cercana nos lanzó a ambos al suelo. Tosí, inhalando el polvo y los residuos.
Con esfuerzo, me levanté, todavía con la visión nublada. Vasos rotos y pedazos de concreto nos rodeaban. Mi vista se centró en Redgar una vez más. Ahora estaba muy cerca, disparando con precisión letal a cada agente de la Interpol que trataba de detenerlo. Tenía sangre en el rostro, el reflejo de una furia imparable.
Finalmente, lanzó un último disparo que hizo que el agente que intentaba sujetarme cayera al suelo inerte. Redgar corrió hacia mí, extendiendo una mano cubierta de polvo y sudor.
──Nena, ¿estás bien? ──gritó por encima del sonido del caos.
Asentí, sin aliento pero decidida. Sentí que, con Redgar a mi lado, podríamos acabar con todo esto. Ya no era solo una cuestión de supervivencia, sino de vencer definitivamente.
Mientras luchábamos espalda con espalda, Redgar y yo, surgió entre el humo y la polvareda una figura conocida. Alessandro. Su rostro estaba marcado por la furia y la determinación. Antes de poder reaccionar, levantó su pistola y disparó directamente contra Redgar.
El sonido del impacto reverberó en mis oídos. Redgar se estremeció, y su cuerpo se desplomó momentáneamente hacia adelante, cubriéndome con su peso. El chaleco antibalas había absorbido el impacto, pero el golpe aún había sido brutal.
──¡Redgar! ──grité, sintiendo el pánico envolverme.
Él se volvió hacia mí, con el rostro apretado por el dolor, pero sus ojos brillaban con determinación.
──Estoy bien, Athenea. Tenemos que salir de aquí ──dijo, su voz firme pese a la situación.
Redgar se enderezó, aunque noté su respiración pesada. Agarró su rifle con fuerza comenzó a disparar nuevamente, protegiéndonos de la lluvia de balas que venía de todos lados. Alessandro no cedía, apuntando y disparando sin cesar. Había una ferocidad en su mirada que dejaba claro que no se detendría hasta que uno de nosotros cayera.
──¡Muévete! ──ordenó Redgar mientras me empujaba hacia adelante, cubriéndome con su cuerpo.
Caminábamos hacia una salida potencial, ambos disparando y luchando. Los agentes de la Interpol seguían atacando con una ferocidad incansable. Cada balazo que dábamos era meticulosamente calculado, cada golpe era dado con una precisión despiadada.
Alessandro estaba descargando su furia sobre nosotros. Redgar giró y lo enfrentó, disparando varias veces hacia su dirección. Alessandro se refugió detrás de una columna de concreto, disparando a ciegas.
En medio de todo esto, una nueva explosión sacudió el lugar, lanzando escombros por doquier. El suelo bajo nuestros pies tembló, y una nube densa de polvo nos cubrió. Aprovechando el caos, Redgar me empujó hacia una abertura en la pared que apenas se sostenía.
──¡Por aquí! ──gritó, su voz apenas audible sobre el estruendo.
Nos lanzamos hacia la abertura. Redgar seguía disparando, cada bala un escudo que me protegía. Vi a Alessandro salir de su refugio, sus ojos fijos en mí, y recargaba su arma con rapidez.
En un movimiento desesperado, lancé una patada hacia uno de los agentes que intentaba inmovilizarme. Sentí el impacto en sus costillas, oyendo su gruñido de dolor al caer. Redgar estaba a mi lado, disparando continuamente, protegiéndonos de los enemigos que se acercaban.
De repente, Alessandro estaba sobre nosotros nuevamente. Redgar giró, bloqueando un golpe dirigido hacia mí con su brazo, luego lanzó un croché que impactó en la mandíbula de Alessandro. Ambos hombres se enzarzaron en una lucha furiosa.
Mientras tanto, yo luchaba contra otro agente que había logrado acercarse demasiado. Lo golpeé con mi codo, seguido de un puñetazo a la garganta que lo dejó sin aire. Me volví a tiempo para ver a Redgar derribar a Alessandro, pero en ese instante, otro agente recibió la orden de disparar a quemarropa.
Reaccioné por instinto, empujando a Redgar fuera de la línea de fuego, mientras lanzaba mi arma hacia el agente, impactándolo en la cara y haciendo que su disparo saliera desviado. En el clímax de nuestra desesperada lucha, Redgar volvió a ponerse en pie, su mirada fija en mi rostro con una mezcla de reconocimiento y determinación.
──Tenemos que matarlo, aquí y ahora. ──dijo, su voz una mezcla de feroz protección y resolución.
──Hagámoslo. ──dije cargando mi arma, el hizo lo mismo.
Tomé su mano y juntos nos dispusimos a matar a todos. La pared en la que nos habíamos refugiado comenzó a ceder bajo el peso de los escombros y las explosiones. Con un último esfuerzo, atravesamos el agujero y nos encontramos en un pasillo adyacente, breve refugio del brutal combate.
Sin embargo, no había tiempo para descansar. Alessandro y los agentes estaban justo detrás nuestro, sus pasos resonando cada vez más cerca. Redgar y yo compartimos una última mirada, una combinación de confianza y desesperación, y lo supe en ese momento: saldríamos de allí, o moriríamos tratando.
La pelea no era solo por nuestras vidas; era por un propósito mayor, un futuro por el cual estábamos dispuestos a sacrificarnos. Apretando los dientes, levanté mi arma de nuevo y, junto a Redgar, nos lanzamos una vez más al combate, decididos a vencer antes de que la noche cayera completamente.
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Athenea
RomansaElla había saltado sin miedo a mi mundo, se había sumergido en mi oscuridad sin vacilar, dispuesta a enfrentar todo por mí. Y yo, dispuesto a desafiar al mundo entero por ella. No había piedra bajo la cual no miraría, no había esquina del mundo adon...