capítulo 49

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Capítulo 49
Athenea Kane.

El rugido ensordecedor de las hélices me envuelve mientras subo al helicóptero, mi respiración es constante pero llena de determinación. A mi lado, el médico que me cuidó en la UCI revisa los vendajes, asegurándose de que todo esté en orden. Ronin se sienta a mi otro lado, su presencia imponente y tranquilizadora, sigue buscando a Redgar en su laptop y envía coordenadas al equipo de búsqueda que ya se encuentra en Verona.
La puerta del helicóptero permanece abierta, el viento agita mi cabello y el ruido dificulta cualquier conversación. Miro fijamente hacia el frente, manteniendo mi enfoque. De repente, el sonido de voces elevadas y empujones se hace evidente. Veo cómo mi equipo de seguridad trae a Ness Gambi, empujándola y lanzando insultos. Sin miramientos, la arrojan al interior del helicóptero y la obligan a sentarse justo enfrente de mí.
La amarran al asiento con firmeza. Ness levanta la mirada y sus ojos se encuentran con los míos, llenos de una mezcla de miedo e incredulidad. La observo detenidamente, recorriéndola de pies a cabeza con una mirada fría y desafiante.
Con un movimiento casi ritual, toco ligeramente la herida en mi cabeza y cierro los ojos por un momento. Cuando los abro nuevamente, hablo con una voz clara y firme que atraviesa el ruido de las hélices.
──Tu hijo va a pagar todo lo que me ha hecho. ──declaro, sintiendo cada palabra como una promesa de justicia. ──. Todos los que abusaron de mí van a derramar lágrimas de sangre. La niña que temía a los monstruos que aparecían en su habitación, hoy les habla, y los hace temer. Van a huir de mi.
Veo cómo Ness Gambi se palidece y queda aturdida, casi incapaz de procesar lo que acaba de escuchar. La situación ha cambiado, y siento el poder fluir hacia mí. Ya no soy la víctima de aquellas noches terroríficas; ahora soy la que infunde terror.
El helicóptero empieza a ascender, no le quitó la mirada a Ness Gambi. Tengo rabia acumulada e impotencia, ellos arruinaron mi vida.
Mi vida era perfecta con Redgar. Tenía todo… su amor, su protección y salvación.
──Él no te mató, pero yo si lo haré. ──susurro recargando mi espalda al asiento.
Necesito llegar rápido, necesito llegar a él. 
Desde que subimos al helicóptero, supe que el viaje no iba a ser tranquilo. La leve turbulencia se sentía como una advertencia constante, y debía estar en guardia. Alessandro y su gente eran peligrosos, y cualquier movimiento en falso podría costarnos caro. Aterrizamos a gran distancia del objetivo, alejados de posibles emboscadas. Al bajar del helicóptero, un leve mareo me invadió, pero tomé una fuerte bocanada de aire frío y me recompuse.
Cargué mi arma, sintiendo su peso familiar en mis manos, y me mantuve cerca de Ronin. Él era mi protector y mi guía en esta misión. Avanzamos con cautela por el camino que el equipo de rescate utilizó para infiltrarse. Mi corazón latía acelerado al pensar en Redgar; debía encontrarlo, sabía que estaba herido.
La madre de Alessandro Gambi fue arrastrada entre el bosque por los hombres de seguridad que habíamos enviado. No podía permitir que ese demonio volviera a amenazarnos. Usarla era una demostración de que ya no era la misma de antes, que había aprendido a ser fuerte en medio del caos.
El bosque se hacía cada vez más espeso y el frío me calaba los huesos. Mis manos temblaban, pero no por miedo, sino por la firmeza de mi determinación. No iba a desistir. Tenía que encontrar a Redgar y sacarlo de allí a cualquier costo. La oscuridad de la noche era una aliada, nos permitía movernos sin ser vistos. Sujeté el arma con más fuerza, dispuesta a lo que fuera necesario.
Ronin me hizo una señal, indicándome por dónde seguir. Comenzamos a avanzar con sigilo, conscientes de cada crujido y susurro del bosque. No podíamos fallar. Rescatar a Redgar era la única prioridad, y estaba dispuesta a pelear hasta el último aliento para lograrlo.
El sonido de disparos rompió el silencio del bosque, y supe que estábamos cerca. A lo lejos, pude distinguir el enfrentamiento entre el equipo de rescate y los hombres de Alessandro. Ronin y la seguridad que nos acompañaban se desviaron en dirección al combate, listos para ayudar en lo que pudieran.
Me quedé congelada, mirando hacia los lados, incapaz de decidir por un momento. Ronin se detuvo y me observó, esperando mi decisión.
──Redgar está herido por más que quisiera enfrentarse a ellos, no podía así, así que… iria al norte. Vine por él. ──le dije con determinación. Ronin asintió y decidió acompañarme, entendiendo que mi objetivo era rescatarlo sin importar qué.

A medida que nos alejábamos del enfrentamiento, arrastrábamos a la madre de Alessandro, amarrada y amordazada, como una prueba de nuestro avance y con la esperanza de que no intentara escapar. Caminábamos con rapidez, sintiendo cada latido fuerte de nuestros corazones. El aire comenzaba a faltarme y el agotamiento físico era palpable, pero no podía detenerme. No iba a permitir que mi cuerpo frágil me alejara de Redgar.
──¡Athenea! ──Ronin susurró mi nombre. Al mirar en la dirección que señalaba, vi una especie de cueva en la distancia. La desesperación y la esperanza me impulsaron a correr hacia ese punto con prisa, sin pensar en nada más. Él debía estar allí, tenía que estarlo. Cada paso removía la nieve y el frío a nuestro alrededor, pero no importaba. Todo lo que pudiera hacer superaba cualquier dificultad, cualquier miedo.
Llegamos finalmente a la entrada de la cueva y me detuve un momento para recuperar el aliento. Escuché el sonido de mi respiración rápida y constante. Miré a Ronin y él me dio una señal de apoyo. Sin perder más tiempo, di un paso hacia la oscuridad de la cueva, con la esperanza renovada de encontrar a Redgar y sacarlo de ese infierno.
El final estaba cada vez más cerca y no podía fallar. Redgar, mi mente repetía su nombre constantemente. A medida que nos adentrábamos en la cueva, mi corazón latía con más fuerza, impulsado por la urgencia y la necesidad de encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde.
Ronin permanecía a mi lado, sus ojos vigilantes escaneaban la penumbra, alerta ante cualquier amenaza. Detrás de nosotros, los guardias arrastraban a la madre de Alessandro, su expresión de terror silenciada por la mordaza que la mantenía callada.
──Quédense con ella allí. Si intenta fugarse, la matan. ──ordeno.
El interior de la cueva era oscuro y húmedo, con un aire pesado que hacía cada respiración un esfuerzo. Las sombras se alargaban y se retorcían, y la sensación de claustrofobia se hacía cada vez más intensa. Pero no podía permitirme el lujo de sentir miedo. Habíamos llegado hasta aquí, y no iba a detenerme ahora.
Era extraña la sensación que recorría mi cuerpo.
La debilidad vino a mi, recargué mi mano en la pared rocosa para tomar una bocanada de aire, el doctor me observó.
──Señora…
──Shh… después que él esté conmigo, puede internarme si quieres, mientras no. ──sigo mi camino decidida.
Ronin alumbra la tierra puede verse un arrastre lleno de sangre, temo lo peor pero avanzo.
Avanzo en su búsqueda.
Se escucha un arma siendo cargada, mi equipo hace lo mismo.
──¿Redgar?
──¿Athenea? ──la voz de Tony me hace bajar el arma, Ronin alumbra hacia el final de la cueva. Puedo verlo, tiene sangre en sus manos y en su pierna. ──. Está mal.
No lo pienso dos veces, corro hacia donde él está, Redgar está en el suelo, su abdomen va al descubierto dejando visibles sus tatuajes y la fea herida que tiene su piel.
Me dejó caer al suelo, voy hacia su rostro.
──¿Amor? ──susurro desesperada, sus ojos se abren de golpe.
──Amor… estoy alucinando.
Niego.
──No. ──tomo su mano y la poso en mi mejilla. ──. Aquí estoy. ¿Doctor?
El hombre llega con prisa, nota la herida y me observa.
──tenemos que sacarlo de aquí, ya.

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