𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟓

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El hombre frunció el ceño al escuchar mi respuesta. Sus ojos dorados me recorrieron de pies a cabeza, analizándome con una intensidad inquietante. Aunque mis manos temblaban, mantuve el arma firme, apuntándole sin vacilar.

—Deberías bajar eso —dijo con voz tranquila pero autoritaria. Volvió a observarme detenidamente, y sus ojos se entrecerraron—. Tienes el mismo rostro de Helena... solo que rubia.

Sentí que el corazón me daba un vuelco al escuchar el nombre de mi madre de sus labios. Aun así, no cedí ni un centímetro.

—No voy a bajar el arma —dije con firmeza—. ¿Quién eres y qué haces en la tumba de mi madre?

El rubio pareció sorprendido al escuchar la palabra "madre". Se quedó inmóvil, sus ojos dorados se cristalizaron como si estuviera recordando algo profundamente doloroso.

—Tu madre... —murmuró, más para sí mismo que para mí—. Pensé que estabas muerta.

El desconcierto en sus ojos me hizo dudar, pero no bajé el arma.

—¿Roxanne? —dijo finalmente, con la voz quebrada por la emoción.

Asentí lentamente, sin bajar la guardia. Su reacción fue quedarse en silencio, observándome con los ojos abiertos, claramente afectado por la revelación. Fue entonces cuando un recuerdo se abrió paso en mi mente. Recordé el cuadro en la casa de los Cullen, aquel que mostraba a los Vulturi. En una esquina, a un lado de los Vulturi, había dos gemelos extremadamente bellos. Al ver el rostro del hombre frente a mí, me di cuenta de que era uno de ellos.

—Eres un vampiro —dije, más como una afirmación que una pregunta.

El hombre se sobresaltó, sus ojos dorados se agrandaron aún más.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó, visiblemente sorprendido.

—Te he visto en un cuadro —respondí—. Estabas junto a alguien idéntico a ti, con los Vulturi.

El hombre frunció el ceño, preocupado.

—¿Dónde viste ese cuadro? —demandó, su tono más serio y urgente.

—En la casa de los Cullen —respondí, manteniendo el arma firme—. ¿Qué relación tienes con ellos?

—Ninguna —respondió él, alzando las manos en un gesto de paz, intentando demostrar que no era una amenaza.

—¿Quién eres? —pregunté sin bajar mi arma.

—Soy Killian Delacroix —se presentó, y ahí pude detectar un acento. No era de aquí.

El nombre resonó en mi mente, buscando un lugar donde encajar. A pesar de la situación, la curiosidad se mezcló con el miedo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté—. ¿Cómo sabes mi nombre? ¿De dónde conoces a mamá?

Killian parecía calmado a pesar de la situación. Sus ojos dorados seguían fijos en mí, y una expresión de nostalgia cruzó su rostro.

—Estoy aquí todos los viernes —dijo con simpleza, mientras me observaba detalladamente—. Pensé que estabas muerta.

Sus palabras me golpearon como una ola fría. No entendía cómo podía estar tan seguro de mí, ni cómo podía decir que pensaba que yo estaba muerta. Mis manos temblaban, y aunque no bajé el arma, comencé a sentir una mezcla de desesperación y confusión.

—¿Cómo es posible que pienses que estoy muerta? —pregunté, intentando mantener la voz firme a pesar del tumulto en mi pecho.

Killian suspiró, sus ojos reflejando una profunda tristeza. Miró hacia la tumba de mi madre y luego volvió a fijar su mirada en mí.

DRIADES || EMMETT CULLENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora