𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟕

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Como se nos había hecho costumbre, estabamos en el cobertizo. El aire estaba impregnado con el aroma familiar de pintura fresca y barniz, una mezcla que había llegado a ser reconfortante en su constancia. Frente a mí, en el caballete, se encontraba el cuadro de Rosalie, estaba de perfil, su figura irradiando una elegancia etérea. Su largo cabello rubio caía en ondas perfectas por su espalda, capturando la luz de manera que cada hebra parecía estar tejida con hilos de oro. Su rostro, aunque solo de perfil, emanaba una belleza fría y perfecta, casi inalcanzable, con la línea de su nariz recta y sus labios ligeramente curvados en una expresión distante, pero poderosa. Estaba rodeada de un fondo oscuro, casi negro, que hacía resaltar aún más su luminosidad. El contraste era deliberado, destacando la idea de que ella era una luz en medio de las sombras, alguien que brillaba con una intensidad que nada podía apagar.

Killian, quien estaba tirado en el suelo a mi lado mirando, parecía un poco distraído, sus ojos dorados siguiendo los trazos de mi pincel mientras yo le daba los toques finales al cuadro.

—Bella ha estado siguiéndome de nuevo —dijo de repente, su voz teñida de cansancio—. Es como si no pudiera escapar de ella. Cada vez que pienso que finalmente me he librado, aparece de la nada.

Dejé el pincel y lo miré, notando la frustración en su rostro. Desde que Bella había comenzado a actuar de manera extraña, parecía que nadie estaba a salvo de sus incesantes preguntas y sospechas.

Thea, que estaba sentada en el sofá, hojeando un viejo libro de arte, levantó la mirada. Su cabello rojo, peinado en suaves ondas, caía perfectamente sobre sus hombros. Estaba vestida a la moda, con un conjunto que parecía sacado de una revista de alta costura, y, como era habitual, su presencia era motivo de murmullos cada vez que aparecía en la escuela. Hoy no había sido la excepción.

—¿Bella? —preguntó, su tono curioso—. ¿Qué está pasando con ella?

Killian suspiró y se pasó una mano por el cabello, claramente agobiado.

—Necesita ayuda urgente. Está obsesionada, sé que soy un bombón, pero tampoco es para tanto. Me persigue a todos lados en la escuela, ya me ha preguntado como dos veces si conozco a los Cullen. Pobre Charlie... No sé cómo está lidiando con esto en casa.

Las palabras de Ian resonaron en mi mente. Conocer la situación de cerca no hacía que fuera más fácil de soportar. Cada noche, los gritos de Bella atravesaban las paredes de la casa, y yo me despertaba con el corazón acelerado, incapaz de volver a dormir.

—Pobre de mí —dije, no sin cierta ironía—. No puedo dormir porque Bella tiene pesadillas más frecuentemente, gritando como loca. Es como si cada noche fuera peor que la anterior.

Thea me miró extrañada.

—¿Qué tipo de pesadillas? —preguntó en voz baja.

Me encogí de hombros, sintiendo el peso de la incertidumbre.

—No lo sé exactamente —admití, dejando escapar un suspiro—. Siempre son gritos sobre vampiros, cosas que no entiendo del todo. No me atrevo a entrar en su habitación. Solo... es demasiado.

Ian, quien había estado escuchando en silencio, soltó un resoplido, su expresión endureciéndose.

—¡Un loquero! —exclamó, su voz cargada de frustración—. Eso es lo que necesita.

Thea, que había vuelto a su libro, soltó una risa suave y sarcástica, pasando una de las páginas con elegancia.

—Lo que necesita es un cambio completo de look y de armario —dijo, sin levantar la vista del texto—. Debería ser ilegal lucir así.

Killian, que estaba tumbado en el sofá, asintió repetidamente mientras miraba al techo y extendía una mano en un gesto dramático.

—Estoy de acuerdo, pero mira quién habla —dijo, con una sonrisa burlona—. Vives en el bosque y rara vez sales de él.

DRIADES || EMMETT CULLENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora