𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓

1.2K 182 27
                                    

Estábamos tirados en la cama, en silencio, mientras el atardecer daba paso a la noche. Desde lo de Alice, Ian no se había apartado de mi lado. Podía sentir su preocupación, pero también apreciaba la tranquilidad que su presencia me daba. Sabía que estaba allí para asegurarme de que no me derrumbara de nuevo.

Bella y Edward se habían ido a Florida a ver a Renée, lo que había dejado a Charlie bastante molesto. No soportaba que Edward estuviera pegado a Bella todo el tiempo, y su partida no había ayudado a calmar los ánimos.

Miré por la ventana. Ya era de noche. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que nos habíamos recostado, pero el cielo estaba completamente oscuro.

Ian, que había estado en silencio a mi lado, se incorporó un poco y me miró de reojo. Sabía lo que estaba pensando, y aunque intentaba no mostrarlo, la preocupación estaba allí.

—Voy a tener que irme pronto —dijo, su tono tranquilo pero con un matiz de necesidad.

Sabía lo que quería decir. Era un vampiro y no había cazado en días. Me miraba con cautela, como si no quisiera dejarme, pero también entendía que no podía seguir ignorando su propia naturaleza.

—No tienes que quedarte todo el tiempo —le dije suavemente, girándome hacia él. Mi voz sonaba más fuerte de lo que me sentía, pero necesitaba que lo entendiera—. Yo voy a estar bien, Ian. Necesitas ir a cazar.

Ian suspiró, su mandíbula se tensó por un segundo antes de que sus ojos volvieran a mí.

—No quiero dejarte sola —admitió, con un toque de frustración en su voz.

Le sonreí, intentando que la preocupación en su rostro se desvaneciera un poco.

—Estaré bien —insistí—. Además, los animalitos del bosque no te pueden esperar eternamente.

Su risa fue leve, pero no logró disipar del todo la tensión. Sabía que no quería irse, pero también entendía que no podía quedarse mucho más tiempo sin alimentarse.

—Tienes razón —dijo finalmente—. No quiero que los conejos del bosque me odien por hacerlos esperar demasiado.

—Exactamente —respondí, tratando de mantener el tono ligero—. No querrás tener a un ejército de conejos enfadados detrás de ti.

Él se rió de nuevo, esta vez más relajado, antes de inclinarse y besarme suavemente en la frente. A pesar de su intento de parecer despreocupado, podía sentir que no quería irse.

—No tardo —prometió, poniéndose de pie y echándome una última mirada antes de salir de la habitación.

Me quedé mirando la puerta después de que Ian salió, escuchando el eco de sus pasos desvanecerse en la distancia. Charlie estaba trabajando, lo que significaba que tenía la casa para mí sola. Había algo en esa soledad que me hacía sentir inquieta, una sensación de vacío que me empujaba a moverme.

Me levanté de la cama y salí al porche trasero, inhalando el aire frío de la noche. El bosque que rodeaba la casa se veía más oscuro que de costumbre, como si las sombras hubieran decidido engullir todo a su paso. El silencio era casi palpable, roto solo por el crujido de las hojas bajo mis pies mientras caminaba lentamente hacia el borde del porche.

Fue entonces cuando la vi.

Una mancha roja. Apenas perceptible, entre los árboles, como una sombra que se movía rápidamente. Mi corazón se detuvo un segundo. Thea.

Era lo único que tenía sentido. Thea y su característico cabello rojo. Ella solía aparecer en los momentos más inesperados, siempre con esa sonrisa juguetona y ese aire misterioso que la rodeaba.

DRIADES || EMMETT CULLENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora