Capítulo 17

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Denahi

Vaya sitio de mierda.

Mis compañeros y yo hemos venido al famoso club Atanles, cerca de la casa donde tienen retenida a Elara. Nos hemos adentrado a explorar el entorno, hacer muy buenos amigos y crear una coartada para no aparecer por sorpresa cuando venga Eli.

Casi me entra un ataque de pánico al verla allí sola, en un momento de vulnerabilidad tan importante que hizo que reviviera varios traumas. Y la verdad, agradezco que Elisa esté con nosotros para darle el apoyo que necesita, porque aunque nosotros lo intentemos, supongo que nadie la conoce mejor como ella a sí misma —nunca mejor dicho—.

El techo de este sitio está formado por una cúpula a través de la cual se ve el mar y todo lo que circula por él, sería bonito si este lugar no estuviera infectado por gente que no debería haber nacido. Está hechizado para conservar el oxígeno dentro, y para que los esclavos mortales puedan complacer y cautivar a sus compradores.

Todos nos hemos vuelto unos buenos actores. Yo camino con mi habitual aire despreocupado, con mi sonrisa visible para todos. Próximo por la derecha, Valtian, con una expresión más seria, observa la fauna marina, comentando sobre el equilibrio del ecosistema con dos criaturas marítimas que le prestan bastante atención, completamente cautivados por su encanto innato.

Sirius se ha sentado en la barra a tomar algo, charlando mientras tanto con una sirena y una ninfa que tienen un mortal dándole un masaje por los hombros a cada una por turnos. Darcy mientras tanto discute tácticas de combate con algunos ricos interesados, sentados en un sofá grande. Y Elisa reta a algunos de los presentes a un juego de dardos mágicos, donde los proyectiles son pequeñas medusas bioluminiscentes.

Sus nuevos amigos quisieron "mejorarlo" y pusieron como diana el cuerpo de una humana sobre la pared, y Elisa añadió la idea de acertar en los bordes de su cuerpo porque darle de lleno sería demasiado fácil, lo cual incentivó sus espíritus competitivos de mierda.

La música, una mezcla de sonidos electrónicos y corales, se adapta perfectamente al ambiente, y las burbujas que ascienden al ritmo crean un efecto de luces danzantes. Los cócteles que reparten son una mezcla de algas y esencias marinas, servidos en conchas nacaradas.

—Eirwen, ¿verdad? —me pregunta un feérico de orejas y rostro de cabra, con pelo rojo claro y dos cuernos en la cabeza—. Soy Alcar Phinigan. —Y me extiende la mano blanquecina.

—Un placer —respondo aceptándosela con firmeza y una sonrisa amplia.

—Me han hablado de ti en esa mesa de allá —dice señalando donde está Valtian—. Me han comentado que puedes convencer a cualquiera de cualquier cosa, así como que eres nuevo por estos lares.

—No le falta razón —afirmo marcando mis hoyuelos. Me pongo serio y me acerco disimuladamente a su oreja—. Ya sabes que estos sitios son un tabú en la superficie, y no he encontrado a nadie que realmente pueda instruirme aquí dentro como es debido, así que estoy un poco perdido.

Contagiado por mi sonrisa, suelta una carcajada que no puede oler más a dinero.

—Mira tú por donde, estás hablando con el más indicado. —Y me da unas repugnantes palmadas en el hombro—. Sígueme, puedo enseñarte las salas privadas.

~Vaya, qué fácil ha sido —comento.

~De nada —se mofa Valtian.

~Luego si quieres te hago una mamada. —Y le envío un guiño.

Alcar me conduce a través de una puerta que da a un pasillo más oscuro, iluminado por luces cálidas que contrastan con la frialdad de este lugar, tanta que incluso yo, el hielo en persona, le congela de arriba a abajo.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora