Capítulo 62

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Kenai

Hace no tanto tiempo:

—Por favor, no me hagas esto, padre —suplico—. Viviré en tu sombra y en la de Bielea, lo juro, pero devolvedme a mi hijo.

—Él no es tu hijo. Es una aberración, fruto de la luz y la sombra. Ni siquiera tiene tu sangre, es un bastardo. —Entrecierra sus ojos ónix con crueldad—. No lo soltaré jamás por mi parte como interfieras en lo que tengo tramado, ¿lo has entendido?

—Haré lo que sea.

—Bien. —Se levanta de su trono en su castillo del Shadark y baja las escaleras para acercarse a mí. Las escasas luces de las velas proyectan sombras de su cuerpo sobre las paredes como una bestia acechante—. Vellum es mi elegida. Bielea ha tomado a Leandrior, así que yo la tomo a ella en esta Guerra de Dioses. Ahora mismo, está en camino del palacio para matar a Arnor y Wyanna Elésscoltar.

—¿Qué? —murmuro—. Pero entonces Leandrior jamás controlará la maldición, debe ser ella quien mate a su padre.

—Ese no es tu problema.

—¡Pues claro que lo es! —exclamo—. ¡Es mi llama oscura!

—Ni siquiera tenéis el vínculo desbloqueado, muchacho. No es más que una debilidad emocional, que no controle su maldición no supondrá nada para ti.

—Pero...

—Elije —me corta al instante—. No volverás a ver a Sitka si impides que Vellum mate a sus padres. Te he dicho que no interrumpas mis planes.

—¿Y dentro de ellos está que Leandrior pierda el control de su maldición?

—Por supuesto. La elegida de la Diosa de la Vida estará tan desbocada que nos acabará favoreciendo a nosotros con sus matanzas. Si controla la maldición no será tan sencillo. —Arquea una ceja—. Hemos encerrado a Sitka entre los dos para que no puedas liberarlo, porque nos favorece a ambos, pero eso no implica que dejemos de ser enemigos.

Miro al suelo y me muerdo el labio inferior. Dejo caer mis rodillas hasta que mis rótulas impactan con fuerza contra las baldosas de piedra, agrietando dos de ellas. Mi ropa repleta de hollín después de casi haber incendiado el mundo entero tras mi ataque de ira mancha el suelo; hicieron falta ambas deidades supremas para detenerme a mí y para apresar a mi hijo. Noxos lo hizo para utilizarme como arma, Bielea para darme en el punto débil. Las lágrimas bajan de mis ojos y me siento sobre mis talones. Suelto un suspiro de desesperación, mis sombras ni siquiera están altivas como suelen estarlo.

—Por favor, padre. Haré lo que sea necesario, cualquier cosa, pero no me pidas esto. —Lo miro a los ojos mientras mi tristeza mancha mis pómulos—. No puedo vivir con su odio por el resto de la eternidad.

—En la eternidad no hay tiempo, pero en su vida sí lo hay. Crecerá y morirá al medio milenio. Así es la vida, Kenai.

—No, no, no, no... —Aprieto los dientes y niego con la cabeza. Mis lágrimas gotean en el suelo.

—Tú has creado su maldición, y ni tú ni yo podemos deshacerla ahora que está hecha. Acepta las consecuencias de tus actos. O salvas a Leandrior o salvas a Sitka, tú decides. Te necesito fuerte, y ellos son tu debilidad... —Una figura femenina aparece detrás del trono de mi padre mientras me habla. Veo sus dedos recorrer el asiento con aburrimiento. Apoya su mentón sobre la palma de su mano sobre el respaldo adornado del trono, parece que lleva escondida ahí durante toda la conversación.

Sus ojos se clavan en los míos, y en ese instante toda la negrura que conforma el castillo de mi padre se vuelve blanco. Ya no estoy arrodillado en las baldosas, sino en un campo nevado repleto de flores congeladas. Planto mi palma sobre la blancura, el frío es reconfortante. La nieve se derrite rápidamente ante el contacto de mi piel. El fluir del río suena cercano, este lleva aguas inundadas de rojo que destaca sobre la nieve.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora