Capítulo 41

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Denahi

El portal me conduce a una sala de despacho. El aire está cargado de humo de cigarro y de aroma a whisky, aunque también entra el viento a través de una ventana abierta, desde la cuál se oye el fluir de una cascada. La luz tenue de las velas de escritorio proyecta sombras alargadas sobre las paredes, llenas de mapas y documentos confidenciales.

—¿Y tú quién coño eres? —suelta una voz procedente de un hombre humano. Posee unos ojos profundamente azules y arquea una ceja ante mi pregunta, debe tener unos cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Es él quien suelta humo de su cigarrillo.

—Alguien ha venido a replantearse su muerte... —canturrea Elara apareciendo a mis espaldas, sin alas, pero igualmente vestida de blanco—. ¿No he dejado claro que no quiero ser protegida?

—Sí, claro, pero quiero ayudarte.

—¿Ayudarme? —me pregunta acercándose hasta ponerse a cinco centímetros de mi rostro, de puntillas—. Yo no necesito ayuda.

Camina dando saltitos hasta sentarse sobre el escritorio. Agita las piernas en el aire.

—Denahi, te presento a mi abuelo, Anthor Smith.

Frunzo el ceño y vuelvo a mirar al humano de pelo castaño.

—¿Qué cojo...

—No es un Elésscoltar, por supuesto, es mi abuelo materno. Ayudó a Laeredrien a tener a mi madre, ya sabes, la heroína de Bielea y blah, blah, blah... Pues descubrí que seguía vivo —afirma saltando de la mesa—. Me encontró en medio del bosque, mientras deambulaba. Me vió las alas y me reconoció como su nieta.

Anthor me señala con la cabeza, sin dejar de intimidarme con la mirada.

—¿Amigo o enemigo? —le pregunta a su nieta.

Eli se pone a dar toquecitos sobre el lunar de su mentón, pensativa.

—Todavía no lo sé.

—¿Dónde estoy? —pregunto mirando a mi alrededor.

—Esto es Dellavel, payaso —escupe su abuelo—. Estás en mi territorio.

—Mira tú por dónde, mi barco ha atracado vuestro puerto cientos de veces, y la mayor parte de mi antigua tripulación estaba compuesta por vuestros mercenarios, saqueadores y asesinos.

Alza una ceja, este hombre no pestañea. Se levanta del sillón y camina hacia mí con el mentón bien alto, a pesar de ser más bajo que yo.

—En ese caso, si lo que dices es cierto, eres un amigo. —Pestañea, ¡por fin! Pero es para mirar a Elara—. Todo depende de lo que diga mi nieta.

Ella camina a mi alrededor, parece el Guardián de los Susurros. Hace aparecer unas carcas sobre su mano y las barajea, realizando varios trucos, como quién se desestresa agitando las llaves de casa.

—Veamos... Dices que quieres ayudarme, pero ¿qué hay de los demás? —Sus ojos corazón brillan.

—No comparto su ideología.

—¡Esto se pone muy emocionante! —exclama dando saltitos y aplausos—. ¿Y eso a qué se debe?

—No pienso seguir más a la diosa que no te salvó de la muerte, o a mi hijo de la prisión. Se acabó todo eso.

Se queda muy quieta y callada mirándome, siento que he dicho algo mal y la he cagado, hasta que de pronto se echa a reír a fuertes carcajadas. Bate el puño contra la mesa de la risa, hasta le caen lágrimas por los ojos.

—¿Me estás diciendo que has dejado a tu familia para venir a apoyarme, creyendo que yo no estoy a favor de la diosa? —Se me hiela la sangre—. Denibú, querido, ¿quién crees que me resucitó? ¿Bielea?

—¿Qué? —murmuro.

Niego con la cabeza, me niego a verlo así. No quiero pensar ni por un segundo que acabo de despedirme de Sirius por nada.

—Ella me ha dado todo esto, la vida, los poderes, todo. Soy su mayor creyente.

Doy un paso hacia atrás y me tropiezo. Trato de buscar y rebuscar a Sirius en mi cabeza, pero nadie responde. Es como si hubiera desaparecido sin dejar rastro. Enciendo el fuego púrpura para abrir un portal que me lleve a él, pero este falla y se cierra al instante. Me paso la mano por el pelo y tiro de él.

—No, no, no, no...

Abro un portal para ir directo a mi casa, ya no me importa nada más ahora mismo. Lo cruzo y veo cómo todos siguen allí, recuperándose en diferentes habitaciones, cada uno con su lesión.

—¡¿Habéis visto a Sirius?! —grito para que me escuchen.

—No, no ha regresado —musita Melinna, con la cintura ventada por la herida de la flecha en el abdomen—. ¿Por qué? —Su mirada se torna preocupada—. ¿Qué ha pasado?

Corro a subir las escaleras a trompicones, me choco con Valtian y este suelta un quejido.

—Perdona —me disculpo, pero sigo corriendo hacia su habitación como si él realmente estuviera allí.

Me dejo caer de rodillas y me tiro del pelo. Grito y lloro de pura impotencia y frustración. Las esquirlas de hielo comienzan a manchar el suelo. El aire se vuelve gélido, no controlo mi poder. He sido un jodido imbécil impulsivo, joder. ¿Qué mierda voy a hacer ahora?

~¡Sirius, lo siento! —grito una y otra vez por el vínculo, pero es como si hablase contra una pared—. Por favor, vuelve conmigo. ¡Perdóname!

Nadie me responde.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora