Capítulo 43

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Leandrior

La niebla cubre la playa que hay bajo el acantilado de la mansión. Ni siquiera se ven las estrellas con el manojo de nubes que hay en el cielo, totalmente oscurecidas por la noche. La brisa nocturna y fría siempre me ha resultado un aroma nostálgico, porque es el aroma de Kenai.

El mar está en calma, apenas perturbado por el suave vaivén de las olas. En la distancia, un barco navega lentamente, sus velas apenas son visibles bajo la tenue luz de la luna. Los marineros, cansados después de un largo día de trabajo, se preparan para descansar.

Separo los labios, y de repente, un canto etéreo y melancólico comienza a resonar en el aire. Una melodía hipnótica, llena de promesas y misterios. Los marineros, intrigados, se acercan a la borda para tratar de localizar el origen de mi voz.

Agito mi cola suavemente sobre la roca en la que estoy apoyada. Mi aleta salpica el agua de las olas que chocan contra mí y me mojan más aún. Como se trata del ciclo de luna llena, mis escamas adquieren tonos dorados y rosados, y mi pelo brilla más que de costumbre. Soy el vivo retrato de una sirena propia de los cuentos de hadas mientras continúo cantando, mi voz envolviendo a los marineros en un hechizo irresistible.

Uno a uno, los hombres comienzan a perder la noción del tiempo y del peligro. Sin poder resistirse, dirigen el barco hacia mí. Sus mentes siguen nubladas por el deseo de acercarse cada vez más, cosa que me hace sonreír con una mezcla de dulzura y crueldad. Seléntari y yo les devoraremos las tripas mientras ellos ríen de felicidad, embobados y drogados.

Cuando el barco se encuentra lo suficientemente cerca, dejo de cantar y me sumerjo en el agua, desapareciendo en las profundidades. Los marineros, ahora completamente desorientados, no se dan cuenta del arrecife oculto bajo las olas.

El barco choca violentamente contra las rocas, y el sonido de la madera quebrándose llena el aire. Mi kelpie y yo lo observamos desde las sombras de las profundidades del mar, y dejo escapar una risa suave y siniestra mientras Seléntari nada a mi alrededor, impaciente por su cena. No se aguanta más, y es ella la que va primero a por uno de ellos. Lo agarra entre sus fauces y lo lleva a la oscuridad del mar para hacerlo desaparecer.

Mi trabajo ya está hecho, y los marineros, atrapados en el naufragio, nunca volverán a ver la luz del día.



Cuando Seléntari y yo terminamos de cenar, me monto encima de ella para subir a la orilla e ir desnuda camino a la mansión. Nos gusta esta rutina de volver e ir caminando, nos hace mejor la digestión.

La luna brilla en el cielo, el aire fresco llena nuestros pulmones y las olas se escuchan a lo lejos, junto con varios sonidos de animales del bosque. Algunos se acercan por el olor a sangre, para ver si nos ha sobrado algo, pero la mayor parte de las veces no es así.

Acaricio su crin mientras subimos la costa hacia el acantilado, tanto su melena negra como la mía se agitan con el viento. Al llegar, nos daremos un baño caliente en la piscina subterránea repleta de sangre, aprovechando el hechizo de belleza eterna que la inunda.

—No hay mejor sentimiento que el saber que tu juventud ha florecido y que tu belleza está a flor de piel —comento—. Con o sin maquillaje, vestida bien o mal. Eres joven y bella.

Suelta un bufido concordando con mis palabras.

—Con la cantidad de gente que matamos, la diosa ya nos debería haber convertido en diosas a nosotras —digo entre risas.

Entramos en la mansión y presiono el corazón de una estatua de mármol a mi izquierda. Cruzamos los tronos de mis antepasados para acceder a la parte subterránea, los pasos de Seléntari hacen eco por todo el pasillo.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora