Capítulo 36

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Darcy

Estoy rodeado de mis pociones en mi laboratorio. Brillan por todos lados aún a plena luz del día. Tengo cientos, pero están todas perfectamente ordenadas. Mi laboratorio nunca está hecho un caos, la verdad es que soy un maniático de la limpieza.

Agarro la goma de la muñeca con los dientes y me echo el pelo delantero hacia atrás para hacerme un semirecogido, hasta que de pronto alguien llama a la puerta.

—Adelante.

Leandrior aparece al otro lado, vestida elegantemente de rojo y negro, con accesorios dorados. Se me hiela la sangre y trago saliva, aunque mi rostro sigue perfectamente serio, como siempre.

—¿Puedo? —pregunta educadamente.

Me quedo mirándola fijamente un par de segundos, todo lo que logro soportar.

—¿A qué has venido? —pregunto.

—¿Tú qué crees?

Entra sin mi permiso, y cierra la puerta a sus espaldas apoyándose sobre ella. Entorno los ojos y fijo la mirada en las pociones. No quiero perder el tiempo.

—Olvídate. Yo no voy a ser otro de tus perritos falderos.

—Os estoy visitando a todos vosotros poco a poco. ¿Es que no quieres mi compañía? —pregunta poniendo morritos.

La miro de reojo y se me sube el corazón en la garganta. No sé dónde he dejado la calma cuando se pone de esa manera. Por poco me cae uno de los frascos. Intento que no note mi nerviosismo, aunque el corazón me vaya a salir por la boca.

—Estoy ocupado, tienes la compañía de muchos otros. Puedes buscarlos cuánto quieras, seguro que les agradará tu visita.

Noto el sonido de sus tacones cruzando mi laboratorio y llegando junto a mí, a una distancia prudencial.

—Pero he venido a verte a ti, no a los demás.

—Después de estar con ellos y justo cuando estoy trabajando. Sabes que puedo estar sin ti perfectamente, así que visítame el último.

Sigo con las pociones, agarro una y vierto el líquido en una probeta, intentando concentrarme en algo que no sea imaginar su aroma o imaginar su tacto sobre mi piel.

—Un pajarito me ha dicho que un holograma mío corretea por aquí —ronronea.

Se me ponen los pelos de punta y me pongo todo rojo en contra de mi voluntad.

—A ese pájaro le falta alpiste, seguro que está deshidratado.

Trago saliva, por suerte no se ha escuchado el grueso trago que acabo de dar. No me digno ni a mirarla, aunque sé que en este momento está peligrosamente cerca.

—¿Seguro?

Me da la vuelta repentinamente y me acorrala contra la mesa de pociones. Algunos papeles con varias fórmulas caen al suelo, pero no puedo moverme porque sus brazos están a cada lado de mi cintura.

—¿Entonces quieres que me vaya?

—Ah, eh... —tartamudeo y de repente toda mi inteligencia se desvanece al punto de no saber hablar y terminar como un bebé balbuceando incoherencias. Me castigo mentalmente por verme tan imbécil—. En resumidas palabras, si lo que quieres es decir que qué quería decir antes de que te pusieras así, sí, decía que te fueras.

Hago una mueca, ¿qué he dicho?

Ella levanta una mano y me agarra del mentón para que me incline hacia ella.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora