Elisa
El sol comienza a despuntar en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Leandrior y yo estamos cruzando la frontera de Hasland, y la primera vista que me recibe es un vasto desierto dorado que parece extenderse hasta el infinito. Las dunas se elevan y caen como olas congeladas en el tiempo, y el viento cálido acaricia mi rostro, llevándose consigo el polvo fino que flota en el aire.
A lo lejos, veo el majestuoso río Quetcata, una serpiente de vida que corta a través del árido paisaje. Sus aguas brillan bajo la luz del sol naciente, reflejando el cielo dolorosamente despejado. A medida que nos acercamos, podemos ver pequeñas embarcaciones de pescadores deslizándose suavemente sobre la superficie, sus redes lanzadas en busca de la pesca del día.
Las palmeras se alinean a lo largo de las orillas del río, sus hojas susurrando con la brisa matutina. El aire está lleno de sonidos: el canto de los pájaros, el murmullo del agua y el lejano eco de las voces humanas.
A lo lejos, se ven templos para rendir culto a los dioses. Algunos de ellos intactos, otros hechos ruinas por culpa de Elara. Leandrior y yo hemos modificado nuestros rostros para pasar desapercibidas, gracias a los hechizos prohibidos del grimorio de mi réplica. Además, ha utilizado un conjuro de Xeo que aprendió al robar el polvo en Atrapa la Bandera, cuya función es mantenernos frescas todo el trayecto, de forma que ni siquiera sudaremos.
Con sigilo, me acerco a una de las casas y agarro la ropa que seca al aire libre para las dos. Le extiendo las telas para que se las ponga, y así protegernos de la abrasante luz del sol.
—No sabía que robabas —me dice.
—Yo tampoco —respondo, comenzando a caminar entre la multitud como una más. Miro un edificio cercano y de inmediato le indico que me siga con la mano—. Ven, desde arriba evitaremos más a la gente.
—Te advierto que no soy buena escaladora. Es más, se me da horrible —admite encogiéndose de hombros.
—Eres puto inmortal, cierra el pico y sígueme.
—Otra más que me manda callar, me cago en la puta —murmura por lo bajo, negando con la cabeza—. Estoy perdiendo mi toque...
Le estampo la palma en la boca y la acorralo contra un muro cercano cuando veo cómo Vellum camina acompañada por varios Nyxigorn, en dirección a un local cuya puerta consiste en una cortina de cuentas de madera.
Su vestido blanco ondea con el viento del desierto, al igual que su pelo rubio platino. Sus secuaces la esperan fuera, mientras achico la mirada para intentar ver qué está haciendo dentro de ese lugar, pero me resulta imposible y me sale un gruñido, mientras libero la boca de Leandrior.
—Joder, qué buena está —suelta mirando hacia el mismo lugar.
Frunzo el ceño mirándola.
—¡Ha matado a nuestros padres! —exclamo entre susurros.
—Ya, pero, sigue estando buena. —Se encoge de hombros—. Si no la conociera, la pillaría y... ¡Ahhh!
Pega un grito cuando la subo en mis brazos y doy un fuerte salto para subir al tejado del edificio. La dejo allí de pié y comienzo a caminar, apreciando cada detalle que me resulte posible. Me niego a seguir siendo consciente de la falta de asco que tiene Leandrior hacia nuestros enemigos.
Ella me sigue claramente molesta por las circunstancias. Camina de forma torpe, y es lenta. Si nos estuvieran persiguiendo, ya la habrían capturado. Me bajo la tela que me tapa hasta la nariz para protegerme de la arena y me detengo para mirarla.
—¿Necesitas que te cargue, damisela?
Frunce el ceño y me sale una sonrisa.
—Tan poderosa y no sabes ni saltar de un edificio —digo negando con la cabeza.
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Por el Control
FantasíaElara y Elisa son dos réplicas de Leandrior Elésscoltar, la verdadera reina del continente de Galvyr cuyo trono ha sido usurpado por la Bruja Negra. Ambas son mujeres de distinto físico y distinta personalidad, pero que proceden de una misma persona...