Leandrior
Me he quedado demasiado tiempo en la bañera. Ya he perdido la noción del tiempo, no tengo ni idea de cuántas horas llevo aquí, aunque el agua parece evaporarse y bajar de nivel. Me levanto y voy hacia mi habitación para cambiarme.
No sé en qué día vivo, tampoco las veces que he llorado en las semanas que he estado con las emociones despiertas. No tengo ganas de nada. He intentado centrarme en el plan de Elisa de ir a por el Mandoble del Olvido, pero no logro interesarme. Tampoco disfruto leyendo. La comida que me prepara Ceiden ya no me tiene sabor, pero la como porque me obliga. A veces duermo todo el día, otras me paso la noche en vela contemplando las estrellas, a no ser que me haya aislado en mi cama.
Galrey me visita en sueños todas las noches. Oigo sus mensajes, sus ánimos para que siga adelante. Puede adoptar cualquier forma, es por ello que descubrí que en realidad no ha sido mi padre quién habló con Ceiden en la visión de ir a domar un dragón, sino él adaptando su forma. Quería conocerme. Durante años ha estado soñando conmigo cada doce de noviembre, el día de mi cumpleaños, incluso antes de que yo naciera. Me estuvo esperando todo este tiempo, y yo se lo pago encerrada en mi habitación y haciéndolo sentir mi dolor a través de nuestra conexión. No puedo ser una peor Iskra.
Arrugo la nariz al detectar un olor a quemado. De inmediato mi mente se dirige a Elara, ¿qué habrá hecho esta vez con su Arco? Miro por la ventana, todo está teñido de un intenso humo negro, las cenizas bajan del cielo. Mi corazón late muy deprisa, como si adivinara antes que yo qué está sucediendo.
Sigo la dirección del humo con la vista. Está cerca, en este mismo país, en Ardara. Noto a Galrey alterado en el fondo de mi alma. Tiro mi anillo al aire y este abre un portal que me conduce a un montón de escombros y cenizas.
Decido entrar y camino por un sendero ígneo. El aire está cargado de un olor acre, y una sensación de inquietud se apodera de mí. A medida que me acerco, el paisaje se transforma en una escena de devastación.
Miro a lo lejos, allí donde se encuentra el mar y la Isla de Trono, mi escuela de aprendizaje donde he aprendido todo lo que sé, mi hogar durante tantos años, está ahora reducido a cenizas. Miro a mi alrededor, lo que antes era la Ciudad de Natureza, la Ciudad de la que Valtian era Guardián, arde en llamas. Miro a lo lejos la Ciudad de Xeo de Denahi, absolutamente derretida y arrasada por las llamas.
Mis pasos se vuelven más lentos, casi temerosos, mientras mis ojos recorren los escombros que una vez fueron mi casa. Las paredes, que antes se alzaban firmes y seguras, ahora son montones de piedras y madera quemada. El techo, que me protegía de los temporales cuando luchaba y posteriormente trabajaba aquí, yace en el suelo, reducido a cenizas.
El rugido de los dragones resuena en mis oídos, un eco de ruina que no puedo ignorar. Todos vuelan encima de mí. Rápidamente me muevo para que una gigantesca roca del tamaño de una casa no me caiga encima. Me quemo al apoyarme sobre la piedra caliente y corro por mi vida. Me alejo lo suficiente y miro al cielo, la Ciudad de Aire de Darcy cae como meteoritos en la tierra.
Siento un nudo en la garganta y mis manos tiemblan al levantar un trozo de lo que fue la puerta principal de la Escuela de Natureza. Recuerdo cómo solía abrirla con una sonrisa, ansiosa por entrar y sentir el calor del hogar. Ahora, solo queda el fuego abrasante y la desolación.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras avanzo entre los restos, buscando algún indicio de que esto no es real, que todo es una pesadilla de la que pronto despertaré. Pero cada paso confirma la cruel realidad: los dragones de Vellum han destrozado todo lo que conocía y amaba, y nadie me ha avisado cuando se supone que tengo el favor de aquellos que juraron amarme y protegerme no una, sino incontables veces.
Me arrodillo entre la catástrofe, siento cómo se manchan mis rodillas. Me echo las manos a la cabeza y tiro de mi pelo mientras me deshago como los recuerdos de lo que un día fue mi vida y mi refugio más preciado. No hay nada que yo pueda hacer, ya está hecho. Parece que lo único que me queda con cariño de mi antigua vida es la banshee pelirroja que nunca ha dejado de preocuparse por mí.
Un rugido resuena en el aire ante mi dolor, infinitamente más poderoso que cualquier otro. Los dragones huyen disparatados, o eso puedo ver a través de mi visión borrosa por culpa de mis lágrimas. La tierra se estremece cuando Galrey aterriza, agrietando el suelo con sus patas. Toma una fuerte inhalación y absorbe todas las llamas del lugar, dejándome a mí sola manchada de hollín y cenizas, inhalando humo sin remedio y con la ropa carbonizada por las esquinas.
Apoyo un pié para intentar impulsarme y levantarme, pero no me quedan fuerzas y me desmorono. Vuelvo a intentarlo y me pongo de pié, tambaleando un poco. Camino hacia su colosal cabeza, no tengo más espacio en el corazón para el miedo, el dolor ha ocupado cada recoveco. Con cada paso, este se torna en algo distinto, algo que jamás he sentido con tanta intensidad. Siento que las llamas del incendio han inundado todo mi cuerpo, me tiemblan las manos y la punta de los pies. Un calor me arde en el estómago y mi dentadura rechina.
—Los odio —gruño entre dientes—. A todos y a cada uno de ellos.
Suelta un rugido gutural del fondo de su garganta, vibrando como aquella vez que engulló la cabeza del dragón.
—¡Los odio!
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Por el Control
FantasíaElara y Elisa son dos réplicas de Leandrior Elésscoltar, la verdadera reina del continente de Galvyr cuyo trono ha sido usurpado por la Bruja Negra. Ambas son mujeres de distinto físico y distinta personalidad, pero que proceden de una misma persona...