Capítulo 8

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Elisa

Las semanas van transcurriendo, y he comprendido una cosa: Elara no necesita que la salven, sino que los demás necesitan salvarse de ella. Desde que anda con el pelirrojo se han vuelto unas bombas de relojería que no paran de ir por ahí a liarla, y yo por la noche trato de dormir en medio de gemidos y gritos de la habitación de al lado.

Spoiler: ya han empezado con las orgías.

Les he pedido amablemente -a gritos y con ojeras-, que se trasladaran a otra habitación más alejada para que me dejaran descansar en paz.

Apenas salgo de casa encerrada en mi habitación, haciendo pesas como una loca y negándome a tomar las pociones de fuerza que Darcy me ofrece.

Menos una.

He entrado a su laboratorio en la planta de abajo en un despiste, y benditos los años que Leandrior pasó estudiando mitridatismo con este imbécil, para ser capaz de identificar una poción de bloqueo mental para que nadie me lea la mente, y poder salir de esta puta casa de locos con la capucha puesta y las manos metidas en los bolsillos de mi sudadera.

Todos ellos cuando andan por casa han pasado a medir tres metros. Algunos más, otros menos, y me he fijado que para salir al exterior vuelven a medir dos y tanto y se guardan las alas emplumadas y los aros celestiales cuando era período de luna llena, y esconden los cuernos, las alas membranosas y la cola de demonio ahora que es período de luna nueva.

Será para pasar desapercibidos, supongo, aunque dan el cante ellos solos.

Camino en medio de puestos y tiendas tras haber cruzado un portal de la Isla Central al azar. Parece que eso de no ser vista funciona, nadie se fija en mí, y así quiero que siga siendo a menos que cambie de opinión. Ponerme una sudadera que tapa mis brazos y mis abdominales junto con unos pantalones largos, me hace sentir un peluche.

¿Qué sentido tiene? Me preguntaréis vosotros. Aquellos que hagan ejercicio me entenderán, porque es tan fácil como ocultar todos y cada uno de tus músculos como si nunca los hubieras tenido, y al no ser ropa ceñida no se nota lo cachas que estoy.

Además, creo que estar en volumen me sienta bien, ¿vosotros qué opináis?

Era broma, me importa una mierda lo que penséis.

Entro a la primera taberna que veo, y no me bajo la capucha hasta sentarme en la barra, donde una vez acomodada, hago crujir mi cuello para liberar tensión de los músculos. Noto perfectamente las agujetas del ejercicio, aunque siempre me ha gustado ese tipo de dolor. Es agradable, y me sirve como recordatorio para el monstruo en el que planeo convertirme.

-Un café con leche y tres azucarillos, por favor -dice una voz a mi lado.

No puedo evitar sorprenderme, su físico me ha impactado un poco. Tiene el cabello largo y castaño claro, brillando ligeramente rojizo por la luz del local. Su piel es clara, unos rasgos finos y unos ojos color café, más oscuros que su pelo. La montura de sus gafas descansa sobre su nariz, justo por encima de las pecas, y no hace más que aportar más exquisitez a su rostro. Y sí, ya lo sé, es una tontería creer que las gafas hacen parecer inteligente a alguien, pero a ella le dan un aire intelectual y misterioso.

Me gusta.

Lo único que sé es que ha llamado mi atención, desde la forma en la que sus dedos tamborilean nerviosamente en la barra, hasta la manera en que sus labios se curvan en una sonrisa tímida cuando el camarero le entrega la taza de café.

Levanta la taza y sopla con cuidado sobre la superficie caliente. Sus ojos se encuentran con los míos por un instante, y en ese breve contacto, mis cejas se alzan ligeramente. No me lo esperaba, así que me he sonrojado un poco.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora