Capítulo 21

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Kenai

Tu voz resuena en las paredes del templo, choca contra ellas y rebota, volviendo demente a todo el que esté encerrado aquí dentro a parte de ti. Las vibraciones de tu voz me hacen tambalear, como nunca hice en milenios de existencia. Incluso me acabo de tropezar con un puto banco para creyentes. Mira hasta que punto llego por ti.

Mierda, como me duele el abdomen, menuda hostia me he dado.

Vale, a ver, Kenai, céntrate. Has venido a contarle las nuevas noticias a tu llama oscura, así que coje y ve a hacer tu puto trabajo.

Allí estás tú al fondo, continuando tus cánticos. Tu melena negra cuelga en ondas bajo tu traje granate. Con pantalones, como no, porque te rozas las piernas con un vestido. ¿Sabes quién podría ayudarte con eso? Exacto, yo. Con tan solo colar un par de sombras entre tus piernas ya sería suficiente...

Huelo sangre cerca, me fijo en el suelo y la misma se arrastra hasta detrás de una puerta a tu izquierda. A tu derecha hay manzanas rojas tiradas en el suelo, varias arañas trepan sobre ellas. Frunzo el ceño tratando de averiguar qué has hecho y para qué, pero mi duda se queda en el aire, para variar.

Hincas las rodillas en el suelo, tus palmas juntas se alzan delante de ti para rezar. Murmuras un par de oraciones dirigidas a nuestra diosa, y te pones de pié. Tu mano se apoya en la mesa de mármol, y se desliza a medida que caminas hasta colocarte al otro lado. Dejas de tocar la mesa y juntas tus manos en la espalda, mirándome fijamente.

Ahora puedo ver qué ocultabas. Sobre la superficie se encuentra una manzana roja que ha sido mordida, y alrededor de ella, ocho dedos humanos, cuatro a cada lado, todavía sangrantes.

—¿He llegado tarde para cantar la canción de la arañita? —pregunto, mi voz retumba en las cúpulas—. Bonita ofrenda, por cierto.

—Mi informe, Kenai —ordenas en tono autoritario.

—Que sí, ya va —suspiro descendiendo los hombros—. Vamos a ver... Elara ha entrado a un supuesto Mundo de Yupi dentro de las celdas, un lugar lleno de sirvientes de tu madre. Ellos custodian el Arco, y ahora Elara los va a visitar todas las noches para pasar su examen y ser merecedora de él.

—¿Y Elisa?

—Con los demás. Siguen visitando el bar por las noches. Y gracias por preguntar por mí, yo sigo tratando de comportarme bien para que Sitka regrese con nosotros.

—Tu hijo... —murmuras.

Sonrío y miro hacia abajo. Comienzo a dar pasos lentamente, subiendo los escalones hasta apoyar las manos a ambos lados de tu ofrenda, sobre la superficie fría. Si yo no te lo dijera, te enterarías por Elisa, probablemente. Mi mirada se clava en tus ojos al otro lado.

—Tócale un pelo, y te las verás conmigo —gruño muy lentamente—. A mí hazme lo que quieras, a él ni tocarlo, ¿me has entendido?

Sonríes. Das un paso hacia delante y te apoyas con ambas manos sobre la mesa, justo como yo.

—Eso ya lo veremos —ronroneas con desafío.

Tu espalda golpea de lleno la pared repleta de arte hacia los dioses, agrietándola en el proceso. A la mierda todo el arte bonito de la religión, joder. Mi mano se aferra tan fuerte a tu cuello que tengo el control de tu respiración. Mis sombras inmovilizan tu cuerpo de arriba a abajo, tus muñecas están aprisionadas en tu culo.

—Creo que no me has entendido, amorcito —afirmo con una sonrisa cargada de rabia—. No permitiré que le pongas una mano encima, ni que traces ningún plan que lo involucre de cualquier forma.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora