Capítulo 64

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Leandrior

Me muevo por puro instinto protector, uno que jamás había experimentado con tal intensidad. Giro el cuello como un animal para ver cómo los Orígenes cargan a Kenai en brazos para llevárselo a través de un portal y así poder sanarlo. Echan un último vistazo a su hijo. Darcy se separa de los demás para acercarse a él y lo estrecha entre sus brazos con vigor. Sitka hace lo mismo y cierra los ojos, aunque rápidamente se separan con la promesa de que volverán a verse muy pronto.

El ser de alas doradas cubiertas de plumas de colores en su interior se gira hacia mí con semblante serio, creo que no le ha gustado lo que le he hecho a su padre. Una lástima. Las ondas de su pelo del color del oro descansan sobre sus hombros, su armadura de guerrero de los dioses se aferra a cada poderoso músculo de su cuerpo. Su forma de caminar se me hace demasiado familiar, como si tuviera todo el tiempo del mundo para acercarse a mí y a mi dragón herido.

—Tú debes ser la Domarreyes. —Su voz es cálida y viril—. Los dioses hablan de ti.

Arrugo la nariz unos instantes y me coloco más erguida, parece que no va a enfrentarse a mí por ahora.

—¿Tú no estabas encerrado?

—Así es. Me presentaría cordialmente, pero después de lo que le acabas de hacer a mi padre, no considero que te lo merezcas.

Frunzo el ceño.

—¿Sabes quién soy?

—Empezaba por L, creo... —Pone cara pensativa y se acaricia el mentón—. ¿Liana?

Aparto la cabeza y suelto un bufido con una media sonrisa.

—¿Sebastian? —pregunto a propósito.

—Dado tu comportamiento, sí, podrías llamarme así, puesto que no tienes el honor de llamarme por mi nombre real ante el desprecio que le has dado a mi familia.

—¿Estás al tanto, por casualidad, de qué razones me han llevado a odiarlos?

Se encoge de hombros quitándole importancia.

—No, la verdad.

—Pues entonces no hables, ignorante. Vete a casita, que te expliquen la vida real más allá de las celdas de los dioses, y si eso después regresas a pedirme disculpas.

—Lo haré. Solo lo primero, claro. Pero antes tengo que hablar contigo.

—Adelante, pues —lo invito con la mano—. Y acaba rápido. —Echo una mirada fugaz a Galrey, parece estable más allá de la herida. Doy unos pasos hacia atrás para apoyarme sobre sus escamas, quiero que sienta que estoy aquí con él. Noto cómo su corazón se tranquiliza y el mío también, más o menos.

—Se comenta por ahí que te enfrentaste sola a un ejército de siete mil soldados de Hasland.

—No estaba sola, Galrey estaba conmigo.

—Pero no en tierra, ¿no? —Ladea la cabeza y juguetea con un anillo de amatista en su dedo—. No sé, en el Limbo las historias son muy difusas.

—Ve al grano de una vez.

—El caso es que mis ojos siempre estarán sobre ti de ahora en adelante. Me da igual lo que hagas, a dónde vayas o con quién estés. No te sacaré un ojo de encima para que ni tú ni tu dragón aniquileis al mundo entero.

—Lo haremos si es necesario.

—Entonces reinarás en un continente formado por cenizas.

—Pues que así sea.

Entrecierra sus ojos azules como el mar más tranquilo con interés, un gesto que me recuerda demasiado a su padre. Da un par de pasos hacia mí sin temor alguno.

—No te lo permitiré. Me han soltado con la misión de vigilarte y detenerte si es necesario. Galrey está formado por Noxos y Bielea, y yo tengo la magia de ambos dioses. Estamos formados de lo mismo, ni él puede matarme ni yo a él, pero a ti sí puedo detenerte, por eso tu querido protector no será un obstáculo para mí. ¿Lo entiendes?

Me cago en su puta existencia.

—Alto y claro —afirmo con una sonrisa sarcástica.

—Bien. Y más te vale no volver a liarla esta vez. Porque verás, te lo voy a dejar bien clarito. Si te portas bien, no solo te libras del encarcelamiento, sino que un gran ejército formado por Lumínigorns serán para ti como regalo de Bielea, al igual que Vellum tiene a los Nyxigorns.

—¿Y cuándo será eso?

—Cuando considere que ya no eres una amenaza para la supervivencia de la vida misma.

—Bien.

Me doy media vuelta y lo ignoro completamente. Mi mente busca alguna forma de levantar a Galrey con magia de Aire, para que su ala no caiga en peso muerto, al menos, eso le dolerá más.

Un rugido hace temblar la tierra y miro hacia el cielo. No me da mucho tiempo a visualizar la gigantesca figura antes de que una dragona negra como la noche se pose a pocos metros de mí. Abre sus enormes fauces y me ruge en la cara, mostrándome sus hileras de dientes afilados como espadas. Aguanto la ventisca y el aliento de dragón sin moverme ni un centímetro de Galrey ni de mi posición.

Skyamort y yo intercambiamos miradas desafiantes, sé que quiere que me aparte de él después de todo lo que ha pasado. Seguro que me culpa a mí de todo, pero al mirar de reojo a Galrey y su estado, no puedo evitar darle la razón. La esbelta figura de mi tía aparece en la cima del cuello de la Heralda de la Tempestad, tanto sus ojos morados como los de Skyamort brillan en la oscuridad, reflejando el mismo color que el de las membranas de la diosa. Parece que de día son azules, como la primera vez que la vi, y ahora que es de noche son moradas.

—Hemos sentido que algo iba mal, y ya veo el percal —suelta Sylvana.

Baja por el ala de su dragona con avidez y se acerca a la de Galrey para analizar su herida.

—Esto es magia oscura —musita. Sus ojos se clavan en los míos—. ¿Se ha enfrentado al Matadioses?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Es la única criatura que puede provocarle tal daño. —Se levanta y se acerca a su cabeza—. Imagino que no ha salido ileso, ¿eh, viejo amigo?

Galrey profiere un pequeño gruñido que intenta ser orgulloso. Sylvana mueve sus manos en el aire y mi dragón se alza varios metros por encima de la tierra, sin necesidad de batir las alas. Frunzo el ceño, justo me estaba preguntando cómo llevarlo sin que se hiriera, aunque ella parece estar más que acostumbrada a curar a los dragones.

—Tú —me llama—. Te vienes con nosotras.

Miro a Skyamort de reojo.

—¿A Corlum?

—Ahí mismo. No podrás montar a Galrey en sus condiciones, y mucho menos podrás subir en Skya. Igual te mata antes.

—Me lo suponía. —Hago un gesto de desdén con la mano—. No importa, tengo el anillo.

Me lo miro, pero este ha desaparecido de mi mano.

—Se te acabó ir de un lado a otro así de fácil, te lo devolveré cuando lo vea conveniente. A partir de ahora aprenderás a vivir como nosotros, se terminó el desquiciarte con todo el mundo a la mínima.

Abro la boca para rechistar, pero decido callarme y asiento como una niña a la que le regañan.

—Bien, pues iré andando.

—Hay que ir a una isla y atravesar el mar, te lo recuerdo.

—Nadaré.

—Te ahogarás, las corrientes son muy fuertes y las olas violentas.

—Soy una sirena.

—Ah. —Alza las cejas y se sube a su dragona—. Pues sí, ve nadando. Ya sabes dónde vivo, te esperaremos allí.

Skyamort me gruñe como amenaza y despega sus alas hacia el cielo. Galrey flota en el aire a su lado gracias a los poderes de fuego negro de Sylvana. Agradezco encontrarme en la Isla de Lume y tener Corlum al otro lado de la orilla.

Mi dragón profiere un rugido que me pide que me dé prisa para regresar con él, así que sin más dilación, corro hacia la playa lo más rápido que puedo y me meto en las heladas aguas del mar hasta sumergirme por completo.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora