Capítulo 23

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Valtian

No pasa ni un solo día sin que los eche de menos.

Siento no haber aparecido antes en este libro, no me veía con fuerzas para hacerlo hasta ahora. Me paso los días en mi casa de campo de mi propia isla, la Isla de Natureza, porque necesitaba tiempo para mí, para pensar con claridad y estar al aire libre.

Mi casa es parecida a la que tiene Aurora en Ardara, solo que esta está más rodeada por árboles, flores y pajarillos. Aquí siempre es primavera, el sol brilla y las flores crecen con tranquilidad.

Al menos ese era el tiempo que hacía hasta que pasó lo inevitable.

Yo vivo en una colina en la cima del mundo, por lo que no he notado nada, sin embargo estoy seguro de que el resto de habitantes no opinan lo mismo. Los cielos están siempre grises, rozando el negro, y la cantidad de agua que cae es tal que ha provocado varias inundaciones. Hoy me veo en la obligación de Guardián Elemental de informar a mis súbditos de la situación, y de que pronto estaré listo para las festividades.

Ya saben cómo he estado, porque: "Cuando hay lluvia, el Guardián llora y no pide ayuda".

Camino por los pasillos de mi templo, el agua llega hasta las dos últimas escaleras. Me tomo un par de respiraciones para reconectar con el aire puro de este lugar, mezclado con el olor a lluvia y a tierra mojada. Ando con toda la confianza con la que me he inculcado tener, el mentón bien alzado y una sonrisa en el rostro que no muestre debilidad ni arrogancia, sino gentileza.

—¡Mi señor! —dice un hada abriendo mucho los ojos al verme, y corre rápido para entrar en la sala.

Atravieso la puerta ya abierta, y al otro lado me esperan incontables creyentes arrodillados y con la frente tocando el suelo. Filas y filas de ellos que no han dudado en mostrarme sus respetos ahora que yo estoy aquí. Trago saliva y camino hasta mi propio escenario. Subo las escaleras y separo los brazos.

—Buenos días a todos, lamento presentarme sin avisaros después de haberos tenido con tantísima lluvia durante meses. Soy consciente de lo que os preocupáis por mí, he recibido todos y cada uno de vuestros regalos y escuchado vuestras plegarias. No he pasado por una buena época, y todavía no estoy recuperado, pero creo que ya estoy un poco mejor. Al menos lo suficiente para venir aquí junto a vosotros, mis fieles seguidores, e intentar que deje de llover un poco. —Sonrío y camino hacia atrás—. Os recompensaré todo lo que habéis perdido por mi culpa, por lo que me sentaré aquí, en mi trono, esperando a que cada uno tenga su turno de pedirme lo que haya perdido.

Inmediatamente todos hacen una larguísima cola, y yo no dudo en poner la mejor de mis caras. Sé que será un día largo, por lo que me pongo ya mismo a utilizar mi magia para crear amuletos y pócimas que sirvan para reparar los huertos inundados, entre otros problemas que soy capaz de solucionar. A ello se le suman varias propuestas acerca de "curarme el malestar", acompañados de un guiño o una mordida de labio.

No pasan muchas horas de la mañana hasta que una tarántula sube por mi trono y trepa por mi brazo, de forma que le provoca un desmayo a la feérica con pelo de puercoespín en frente de mí. Mi corazón late deprisa, siento como mis ojos brillan más rojos durante unos breves instantes. Dejo que baje de nuevo de mi brazo y reanimo a mi súbdita, agachándome a su lado. Soluciono su problema y petición rápidamente, y me giro para ver que la tarántula corretea veloz hacia la salida principal que da a la ciudad.

Me disculpo juntando las manos y corro detrás de ella. Me choco con varios de mis súbditos como si no tuviera una responsabilidad gigantesca sobre ellos, y bajo las escaleras a trompicones. Llego a la zona inundada y mis botines no son suficientes para evitar que me moje. Corro a toda la velocidad que puedo a través del agua y sigo a la araña que ha comenzado a trepar por los árboles y las casas, impulsándose por sus veloces hilos.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora