Capítulo 38

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Leandrior, hace diez años.

Sirius no posee el mismo tipo de belleza que Valtian. Él es gentil y cortés, un encanto de los pies a la cabeza. Resulta imposible que llegue a desagradar a alguien, a no ser que ese alguien le tenga envidia. Pero Sirius es tan... opuesto. Es informal, perezoso y bruto. Supongo que tiene carisma a su manera.

Él era el último, así que mi familia y yo salimos del anfiteatro al terminar. Me contengo las ganas de ir a visitar a todos los jugadores de Atrapa la Bandera por mera ilusión, y me voy caminando con mis padres. Acabamos de regresar de las presentaciones de los nuevos jugadores. Me muero de ganas de ser uno de ellos, claro que, solo tengo once años y la edad mínima para participar son los catorce.

Mis padres, Arnor y Wyanna, siempre que van cogidos de la mano, me interpongo entre ellos y les doy las manos a ambos en el medio.

—¿Puedo quedarme un rato con Valtian? —les pregunto de pronto.

—Es hora de irse, Leandrior —me contesta mi madre.

—Porfi, porfi, porfi.

La miro con ojitos de corderito, y luego le pongo morritos a mi padre.

—No hace nada malo yendo un poco junto a él —dice mi padre.

Doy un saltito y un beso a ambos en la mejilla antes de irme a buscarlo.

Voy a dar una vuelta por el mercado en dirección a su casa, a ver si lo pillo de camino. De pronto oigo unas risas de niños, son sonidos alegres, así que miro en esa dirección. Varios caminan de la mano de...

Parece un sueño, sin duda todo lo opuesto a mi pesadilla de anoche. Es la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida, a tal punto que me hace estar completamente segura de que es el ángel que me llevará al Medio Cielo al morir.

Los niños que van con ella ríen a carcajadas y no paran de hablarle. Siento demasiada curiosidad por saber quién o qué es, de dónde viene, cómo sonará su voz...

Entonces me mira a los ojos, y no veo a nadie más que a ella.

La multitud se vuelve oscura a mi parecer, tan solo brilla su esplendor. El sol deja su rol a un lado como si ella misma acabara de hacerle una demostración de cómo debe brillar.

Ahora tiene las manos juntas en la espalda, y... ¿es a mí a quién está sonriendo?

Quizás debería apartar ya la mirada de sus ojos profundos como el océano, que seguro que están leyendo mi pasado, mi presente, mi futuro y la integridad de mi alma, pero no quiero hacerlo, porque no me está poniendo nerviosa, sino que me maravillo de compartir su mismo aire.

—¿Y tú? —me pregunta.

Su voz tiene tal impacto en mí, similar a una bajada de tensión después de tener mucho tiempo la cabeza hacia abajo, como si tardara en llegarme la sangre al cerebro al levantarme de ningún sitio.

—¿Qué quieres ser de mayor?

Los niños me miran, parece que ninguno sabe quién soy, ni siquiera ella. Es como si entrase en otro tipo de atmósfera diferente y formase parte de ese grupo de niños perdidos que ella ha reunido.

A pesar del desconcierto, sonrío, porque tengo muy clara mi respuesta.

—La protectora de mis seres queridos.

Y entonces me pregunto qué sentido tiene aquella frase, yo, o el universo en sí, tan despreciables como para hacerla llorar.

Los niños a su alrededor comienzan a llorar con ella, como si sintieran su dolor. Deseo con todas mis fuerzas hacer lo posible para que esa clase de tortura no continúe, así que me acerco más a ella y sencillamente, le tiendo mi pañuelo.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora