Capítulo 60

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Leandrior

En la actualidad:

El ritmo constante de las alas de Galrey el calor de su cuerpo acostumbran a llenarme de sueño como una canción de cuna. En mi sueño, me encuentro en unas tierras desconocidas. El aire está cargado de vacío y una energía muy profunda, arcaica. Mis pasos resuenan en la piedra, sintiendo una extraña familiaridad en cada paso.

De repente, el suelo tiembla bajo mis pies y una grieta se abre en la tierra. De ella emerge un huevo de dragón, granate como el tejido del corazón y tan grande como un humano. Me acerco, sintiendo una atracción irresistible hacia él. Coloco mi mano sobre la superficie cálida del huevo, y en ese instante, una conexión profunda se forma entre lo que esconde dentro y yo.

El huevo comienza a agrietarse, y una luz intensa emana de su interior. Con un crujido final, el huevo se rompe, y de él surge un dragón rojo oscuro, pequeño pero lleno de una energía feroz. Sus ojos se encuentran con los míos, y en ese instante, sé que este es Galrey.

El pequeño dragón se acerca a mí, y siento su calor irradiar a través de su cuerpo. En mis sueños, veo cómo crece rápidamente, alimentado por el poder de los dioses que lo han creado y nuestra conexión. Veo sus primeras llamas, pequeñas pero intensas, y siento el orgullo de una madre viendo a su hijo dar sus primeros pasos.

—Vamos, Leandrior. El mundo nos espera para ser nuestro —dice una voz al más allá, una que no encuentro su procedencia por mucho que la busque.

Galrey abre sus fauces hacia mí y de ellas sale un torbellino de fuego que me despierta bajo su ala.



Un sexto sentido me activa el instinto de alerta. Se me eriza la piel y sé que Galrey ha detectado algo extraño desde su posición. Un ejército de siete mil hombres se aproxima desde el noreste, soldados de Hasland, seguramente, como todas las últimas tropas que la Bruja Negra ha enviado a Ardara para tratar de derrotarnos. Fieros combatientes sin lengua, asombrosamente letales que forman parte del ejército de Vellum.

Desde otros ojos, contemplo el estandarte del país: una espada cruzada por un dragón azul marino, aunque siempre he creído que más bien parece un caballito de mar. El rugido de Galrey resuena tan alto, que pese a estar en un campo lejano a la mansión por falta de espacio, este vibra en el aire a tal punto de hacer temblar las paredes de la casa de mis ancestros.

Bajo las escaleras del piso superior, y presiono el corazón de la estatua de mármol a mi izquierda para entrar en los pasadizos subterráneos. La puerta de oro que conduce a la sala de mi piscina de sangre privada no se me aparece esta vez, porque es consciente de que lo que necesito ahora no es un baño.

Giro a la izquierda y entro en una sala que normalmente permanece cerrada. Apenas la he pisado, puesto que yo no hago rituales con los cuerpos de mis víctimas. Al menos no de la forma en la que mis antepasados lo hacían.

Está oscura, por lo que muevo la mano para prender fuego sobre las antorchas colocadas en la pared. En el centro, se encuentra una mesa larga de piedra con un cáliz y un grimorio. Colgadas en la pared hay varias túnicas rojas de terciopelo, similares a la que yo suelo utilizar para salir afuera, todas pertenecientes a las Brujas de Sangre.

Dentro de lo que cabe, estas salas subterráneas se encuentran en muy buen estado, aunque eso no quita que aquí la energía negativa sea tan fuerte que siento el peso sobre mis hombros como una mochila de cien kilos, es por ello que apenas accedo a esta en particular. Aquí mataban a las personas cuyas almas detectaban mugrientas y ponzoñosas. Comían sus corazones y bebían todos de la sangre del cáliz recitando varias parafernalias de ese grimorio que no se ha vuelto a abrir desde los dioses saben cuándo. Además, la sala está totalmente insonorizada, al igual que cualquiera que esté aquí abajo.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora