Capítulo 51

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Kenai

Ya no lo aguanto más. No sé qué clase de motivo me impide estar informado de ti a todas horas, pero con lo que está pasando ahí fuera, necesito comunicártelo en persona, aunque mi instinto y el resto de mis sombras me griten que no deba ir junto a ti.

Abro las puertas de roble de tu mansión y entro dando grandes zancadas. No hay ningún ruido, ninguna voz. Camino hacia los tronos de tus antepasados para ver si percibo algo debajo en el pasadizo secreto, pero nada. Decido presionar el corazón de la estatua de mármol de mi izquierda y bajar de todas formas. No hay nada más que la carga negativa y los susurros de los espíritus vengativos, todas las habitaciones están cerradas. Incluso la puerta de oro que da a tu gran piscina no aparece. Continúo mi trayecto hasta que percibo un fulgor que parpadea sobre las paredes. La hoguera subterránea está encendida.

Camino a paso rápido y firme para entrar en la sala a la cual accedo bajando por otras escaleras. De inmediato, mis ojos chocan contra unos morados que brillan por encima de la luz del fuego. Su cabello castaño y trenzado con mechas rubias cae sobre su hombro izquierdo. Me mira fijamente, entrecierra los ojos con desafío. No me tiene ni pizca de miedo, o de lo contrario lo olería y me alimentaría de él, pues mi presencia es suficiente para que los mortales como ella echen a huir de la misma ciudad en donde estoy. Me hierve la sangre de no tener ni idea de quién es.

Miro hacia la derecha y veo a Elisa jugueteando con la punta de una daga y el mango. Hace girar el arma sobre la roca con el ceño fruncido. Sus ojos depredadores con la pupila afilada y roja tampoco se apartan de los míos. Y, para rematar, la Loba Vestida de Oveja también me observa, su pelo resplandece como el fuego de la hoguera. Hacemos contacto visual después de que haya dejado de mirar a la figura frente a las llamas.

No me hace falta conectar nuestras miradas para saber que eres tú. Tu ropa está calcinada por los bordes y tu cuello parece haberse manchado de algo oscuro, como las cenizas de la hoguera.

—Vellum ha ordenado quemar las Ciudades Elementales —comienzo—. Quiere colocarnos a cada uno de nosotros en un país diferente, para que seamos Guardianes Elementales de un territorio mucho más amplio que una ciudad en desuso. —Tu rostro sigue fijo en las llamas, no logro verlo—. Ha asesinado a la reina Maeve de Hasland para que Darío se quedase sin esposa y así poder casarse con él. Planea tener descendientes con su sangre mezclada con la Samura de Darío, para así tener un ejército gigantesco de dragones en el futuro. Además ha exterminado a los enanos del Reino de Hierro, solo quedan los mercenarios que trafican con Dellavel en esas tierras. La dinastía de Obur ha terminado, aunque podrá reunirse con su amigo en el otro lado, con tu padre.

Giras el cuello muy lentamente hacia mi dirección, las ondas de tu pelo están alborotadas. Me miras por el rabillo del ojo con la mandíbula tensada y yo trago saliva. La inmensa barrera que tenías en tu mirada se ha roto. Tienes restos de hollín por la mejilla y por la frente, incluso por la comisura de los labios. Tu ceño está fruncido y tu boca torcida, cada músculo de tu cuerpo tiembla. Te estás clavando las uñas en las palmas de tus manos, hasta que liberas una de ellas para limpiarte una lágrima solitaria que desciende por tu pómulo.

Esa mirada...

Así miré yo a mi padre cuando me expulsó del Medio Cielo hace millones de años.

—¿Has despertado las emocio...?

—¡Traidor! —gritas a pleno pulmón. Del susto doy un salto hacia atrás.

Las llamas de la hoguera se tiñen de un rojo tan oscuro como la sangre seca. Un rugido suena a lo lejos, acompañando tu odio por mí. Miro a las mujeres de mi alrededor, parece que soy el último en enterarme. Unos días que paso sin verte y ya has conseguido controlar la maldición.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora