Capítulo 34

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Kenai

Dicen que las banshees son visionarias. Videntes. Yo soy la Muerte, pero Ceiden puede prevenir a quién llevaré conmigo en esta guerra que se avecina.

Así que me encuentro aterrizando en la mansión de tu familia, aprovechando que tú estás con Melinna en una playa cercana. Es mi ocasión perfecta para venir a hablar con la señorita sé el futuro y me lo guardo para mí misma.

El apellido de Ceiden es Feir. Procede de una familia de mortales muy antigua, con un origen un tanto... turbio. Resulta que el comienzo de la familia Elésscoltar no fue encantador para nadie, ni siquiera para ellos mismos, y varios trataron de sacarse la vida antes de aceptar su destino y activar la maldición.

Para ese entonces, apareció otra familia de humanos vinculados con la muerte, cuya función de vida consistía en servir y proteger a los Elésscoltar hasta que mueran.

Los Elésscoltar tienen una esperanza de vida de medio milenio, y los Feir, cuando seleccionan a su elegido para proteger, adaptan sus años de vida al del Elésscoltar para acompañarlo hasta el final. Una vez concluida la misión, serán libres y se desvanecerán al igual que su protegido.

Naturalmente, los miembros de tu familia con la maldición activada o sin activar, no podían matar a su protector. Por eso Ceiden y tú sois tan buenas amigas y siempre ha estado para ti, su instinto la ha guiado desde que naciste.

—Sabía que vendrías a visitarme tarde o temprano —dice Ceiden con cierto desdén camuflado en su voz, mientras lee un diario antiguo de tu familia.

Está estudiando tanto como tú, más incluso, y pasa noches en vela para intentar averiguar cualquier fisura que la ayude a romper tu maldición, para que despiertes y seas tú misma por fin. Claro que, para ponerse manos a la obra elige la habitación subterránea dónde hay menos carga negativa.

La mesa está cercana a otra repleta de joyas y objetos de metal con uno o varios rubíes teñidos con sangre. Cada objeto pertenecía a un miembro distinto de tu familia, y los portaban como talismanes poderosos que les ayudaba a soportar la maldición, y también los fortalecía. Con el paso de los años se volvió una tradición, aunque tú no tienes ninguna joya.

¿Os acordáis de la capa roja que lleva Lea por ahí? Pues pertenecía a Siren Elésscoltar, la fundadora. Y a menudo también porta la daga de su antepasado, Leónidas Elésscoltar; una daga recubierta de rubíes que sirvió de ejemplo para formar el escudo de la familia: un corazón clavado por una daga chorreando sangre.

Me siento sin pedir permiso en una silla delante de Ceiden, y esta rechina con mi peso. Intentaré no moverme mucho, porque ya adivino su rotura. Tu mejor amiga del alma me mira, parpadea y cierra el diario para dejarlo a un lado sobre la mesa.

—¿Quieres que te diga qué he visto? —adivina.

—Por favor —la invito a hablar con la mano de forma sarcástica.

—Dragones.

Me quedo quieto y hago una mueca.

—Leandrior no te pone mucho al día, ¿no?

Los Colosos del Apocalipsis, para ser exactos.

Me callo y muevo la nuez al tragar saliva. Ella sonríe un poco, hay maldad camuflada en sus labios. Por algo me lo está contando, ¿verdad? Sabe que esto no es bueno para mí.

—He tenido un sueño muy lúcido hace poco —comienza. Ahora que ya estamos en verano, tiene más pecas que de costumbre sobre sus mejillas—. Me encontraba en medio del campo de batalla. Recuerdo sentir el aire cargado de tensión, el sonido de los gritos y el choque de armas que resonaban en la distancia. De repente, el sol se tapó y el cielo se oscureció cuando el Heraldo de la Destrucción apareció en el horizonte. Con un rugido ensordecedor, Galrey descendió, lanzando llamaradas de un rojo tan oscuro como la sangre recién derramada de sus enemigos. Arrasaba todo a su paso, mostrando su despiadada autoridad.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora