Capítulo 59

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Leandrior

Hace tiempo:

Estoy rodeada de personas. Gente conocida, amigos, familia, gente que me ha traicionado... Estamos todos envueltos por un vacío inmenso, pero me reconforta al menos estar perdida en compañía.

Los conocidos se están yendo, siento que la superficie sobre la que estamos tambalea ligeramente, pero pronto se estabiliza. Ellos jamás han hecho falta, no pasa nada porque desaparezcan.

Aquellos que me han traicionado me sonríen compasivamente, como si me estuvieran pidiendo perdón con los labios; pero yo no los perdono. Comienzan a caminar hacia el vacío y desaparecen lentamente, tardan mucho más que los conocidos.

Comienzo a creer que el suelo es una red, porque me está costando más sujetarme. En un fuerte tambaleo agarro el hombro de Ceiden, ella refuerza mi mano con una de las suyas. Recupero toda mi compostura, vuelvo a estar estable de nuevo.

Todos mis amigos se tiñen de diferentes luces, me quedo ciega, debo apartar la mirada. Cuando me doy cuenta al volver a abrir los ojos, se están desvaneciendo delante de mí. Miro a Ceiden, parece un fantasma etéreo que me sonríe con compasión, a ella sí le acepto las disculpas pero no entiendo por qué me las pide.

Camino en medio de ellos, todos brillan y comienzan a ascender al cielo muy lentamente como auroras boreales. Trato de agarrarlos, pero no puedo. Es como tocar la nada.

¿Por qué siguen creciendo más y más, mientras yo me quedo aquí sola? ¿Por qué me están abandonando? Cada uno sube de forma distinta, están continuando sus vidas por separado. Algunas vidas más juntas que otras, pero en mí no hay ningún tipo de luz. ¿Por qué no me esperan? ¿Por qué no ascendemos todos juntos? ¿Por qué están siguiendo con sus vidas sin tenerme en cuenta?

Miran al cielo, se miran entre ellos.

Ya no me miran a mí

Me están dejando.

Ni siquiera se acuerdan de mí. Solo soy un recuerdo efímero de algo que han vivido.

La red da un vuelco tan grande que me hace perder el equilibrio hasta caerme. No, espera, alguien me sostiene. Giro la cabeza, mis padres me sujetan entre sus brazos, listos para recogerme de cualquier desastre que ocurra en mi vida. Pero ellos no están bañados en luces de colores, son luz blanca. Pura, constante y cegadora.

Me tienen atrapada y sin salida, de sus brazos salen cintas blancas que rodean mi cuerpo como serpientes hambrientas. Debo soltarme lo antes que pueda, amenazan con arrastrarme a su luz envuelta en una nube de algodón, seguramente directa a un castillo pintado con las ceras de un niño pequeño.

No, no es ahí donde debo estar, debo continuar por mi cuenta. Me retuerzo una y otra vez, siento dolor por todo mi cuerpo y el miedo me inunda al ver el vacío más allá de ellos. Soy consciente de que, más allá de su ayuda que me ata a mis padres, solo hay un abismo inmenso que jamás he experimentado.

Estoy aterrada.

Finalmente me suelto y comienzo a caer. El abismo cambia de forma, de distintos ángulos y de distintas direcciones. Tengo tanto miedo que siento que me voy a desvanecer allí mismo, o que continuaré cayendo hasta los confines del mundo.

Cierro los ojos, como si quisiera despertarme e ignorar la realidad frente a mis ojos. Al volver a abrirlos, no estoy en mi cama. Sigo cayendo, pero esta vez, hay seis Orígenes del Mal delante de mí parados de pié que me miran fijamente. Ellos no están cayendo, yo soy la única que se precipita al vacío. ¿Por qué no me ayudan? ¿Por qué no me protegen como bien han prometido que harían?

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora