Capítulo 58

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Elara

Elisa observa con atención todos los nombres de las víctimas reconocibles del atentado a la Capital, aunque los mapas están en proceso de modificación para sustituirla por el Cementerio Rojo, cuyas llamas ensangrentadas se dice que no se apagaron hasta tres días después.

Toma un sorbo de café cargado, no sé cuántos llevará en toda la mañana. Se ha despertado seis horas antes que yo y lleva así desde que sus sombras le han traído el listado de muertos identificables.

Me encuentro tomando mi chocolate caliente tranquilamente cuando mi réplica planta el puño en la mesa, haciéndola crujir y casi partiéndola por la mitad. Sus dientes rechinan entre sí, puedo ver sus caninos en la mueca de su boca. El papel se arruga con la fuerza de sus manos.

—No está ninguno de ellos —gruñe.

—Son los Orígenes del Mal, claro que se han salvado —afirmo rompiendo un trocito de galleta en la boca.

—No, ellos no. Me refiero a los antiguos consejeros de mi padre que siguieron ejerciendo su labor con la Bruja Negra. —Me mira—. De nuestro padre.

Frunzo el ceño.

—¿Ni uno?

Niega con la cabeza y se levanta de la mesa. Comienza a caminar nerviosa por el comedor de nuestro abuelo.

—Al menos que se sepa. Aunque por desgracia, no creo que hayan muerto la mayoría. Se debieron de colar por los pasadizos del castillo. —Se muerde la uña del pulgar—. Millares de inocentes muertos y ellos por ahí, viviendo la vida. —Suelta un gruñido y le da una patada a un mueble, de forma que lo rompe en mil pedazos.

—Eso al abuelito no le va a gustar... —afirmo negando con la cabeza mientras agito mi pierna cruzada sobre la otra en el aire.

—Tengo que darles caza a esos cabrones. —Mira a mi alrededor distraída—. ¿Y el zorro?

Me encojo de hombros.

—Desde que te dejé quedarte se ha mantenido al margen, pero tampoco ha vuelto con los demás.

—Es demasiado ansioso, a este le pasa algo.

—No es mi problema —afirmo llevándome el chocolate a la boca.

Pero no puedo evitar sentirme un poco culpable. Sí, traté de matarlos a todos, o al menos dejarles heridas graves, pero a él lo dejé casi intacto por haberle querido contar la traición a Leandrior y no poder por culpa de los demás. A mi parecer, eso le resta culpabilidad.

Elisa suspira y se sienta a horcajadas sobre una silla frente a mí, colocada al revés. Ahora que su pelo ha crecido, se lo recoge en un semi recogido idéntico al del papel del Diez que le había tocado en mi teatro. Algunos mechones negros y azulados acarician los despiadados rasgos de su rostro, cincelado por el mismísimo Original.

—Las sombras también me han dicho que Leandrior y Galrey han reconquistado Ardara. —Arqueo una ceja tomando otro sorbo—. Han quemado cada bandera de la Bruja Negra en cada pueblo. No hay ejército que les haga frente.

—A no ser que Vellum se haga con Thaldrin —añado—. He oído que está más loco que Galrey y que ni siquiera sigue sus órdenes.

—Aún así. —Se encoge de hombros—. Si Skyamort y su Iskra deciden unirse al bando de Leandrior, son dos contra uno.

—Uno y el ejército de Hasland en su contra.

—¿Y qué hay de los soldados Feir de Ardara?

—Sinceramente, no sé si Galrey los habrá quemado o si Leandrior los habrá obligado a estar de su lado. Imagino que esas fueron las opciones. —Chasquea la lengua y tuerce el gesto—. Ceiden tampoco ha vuelto a aparecer. No entiendo por qué se ha ido en un momento tan crucial. Fue como si supiera lo que Leandrior tenía pensado hacer.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora