Elisa
—¡Leandrior! —Rezo a quien sea que me escuche para que en lo más hondo de su conciencia, mi réplica pueda oírme desde Galrey—. ¡Para todo esto!
La Capital bajo mis pies solo es un mero recuerdo de lo que fue una vez mi infancia. Casi puedo sentir las miles de almas traspasando mi cuerpo sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Se me resbalan lágrimas por los ojos. Yo no quería esto, nada de esto, joder.
El rugido de Galrey resuena en mis oídos mientras vuelo sobre los restos de las calles. La ciudad está sumida en el caos, con gritos y llantos que se mezclan con el estruendo de los relámpagos y de los edificios derrumbándose. Noto mis latidos en la garganta, impulsados por la urgencia de detener a Leandrior antes de que sea demasiado tarde.
Justo cuando retomo mi vuelo en su dirección, mis alas dejan de moverse y desaparecen. Todo se vuelve mucho más luminoso, como si se hubiera hecho de día de repente. Nada más tiene el control sobre mi seguridad, pero para mi suerte, un repentino suelo me mantiene erguida a tan solo un metro de distancia de mí, comparado con el gigantesco espacio al que me encontraba antes de los escombros de la capital.
Mis botas se apoyan sobre una superficie llana, pero todo bajo mis extremidades inferiores conforma un mar de nubes. Miro a mi alrededor, estoy en el cielo sin necesidad de volar. Uno despejado, sin tormenta ni caos, tan solo calma.
Una de las nubes se aproxima a mi y se difumina en el aire. En ella, aparecen unas imágenes que cobran vida propia, las cuales me muestran al gigantesco Heraldo de la Destrucción surcando los cielos, arrasando todo a su paso. Sin embargo, él no es el único que atraviesa la tormenta.
Una figura diminuta, subida a sus lomos como una hormiga, se ancla a él con todas sus fuerzas. No porque necesite sujetarse para no caerse, sino porque forma parte de él. La silueta no suelta bramidos descomunales, apenas es una forma humana, sino un espíritu que vaga sobre sus escamas calientes.
Reconozco esa mirada de dolor tan pronto la veo.
Leandrior llora desconsolada sobre su dragón. Las lágrimas son tantas que ni siquiera el viento helado es suficiente para secarlas. Las ondas de su pelo se agitan con el viento, brillando con la luz de los relámpagos. Cada uno de sus llantos se convierte en un rugido de Galrey que agita el cielo y provoca más truenos cercanos. Mis ojos se vuelven vidriosos desintencionadamente, me rompe verla así, pero no puedo apoyar nada de lo que está haciendo.
—Tampoco puedes detenerla —dice una voz profunda y angelical a mi lado, como si me hubiera leído los pensamientos.
Me giro hacia la Diosa, la misma cuyo rostro se borra de mi memoria al dejar de estar con ella. La misma que ha dejado que todo esto pasase.
—¿Por qué permites todo esto? —pregunto entre dientes—. Se supone que estás para ayudarnos.
—Y eso hago, Elisa.
Pasa su suave palma por mi mejilla y me limpia una lágrima con el pulgar.
—Cada acción, cada consecuencia de esa acción están diseñadas para haceros crecer. —Camina a mi alrededor. Pasa su brazo por mis hombros y se coloca a mi otro lado—. ¿Crees que habríais llegado a donde habéis llegado sin haber pasado por todo esto? ¿Crees siquiera que tú y Elara estaríais vivas de no ser por el deseo de venganza de Leandrior?
Trago saliva con fuerza. Es cierto, si no fuera por su dolor y su odio no estaríamos aquí, disfrutando del regalo de la vida. Un hormigueo se extiende por mi piel cuando aleja la mano de mí. Su vista se enfoca en la visión frente a ambas.
—Leandrior se alimenta de dolor, lo devora —comienza—. Es alguien que ha nacido y vivido con tanto daño cometido en su pasado que se alimenta del mismo para ser más fuerte. —Su voz me cautiva, como si estuviera oyendo a un profeta—. Cuánta más agonía soporta, más se fortalece y más violenta se transforma.
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Por el Control
FantasíaElara y Elisa son dos réplicas de Leandrior Elésscoltar, la verdadera reina del continente de Galvyr cuyo trono ha sido usurpado por la Bruja Negra. Ambas son mujeres de distinto físico y distinta personalidad, pero que proceden de una misma persona...