Kenai
Los habitantes de Hasland corren por sus vidas al notar la presencia de la Muerte caminando entre ellos.
Lo que antes era un mercado común y corriente, se ha transformado en un ajetreo de gente que huye. Los mortales entran y salen de los edificios, comenzando una estampida que se lleva consigo varios puestos por delante. Algunos se desmayan al verme, otros se mean encima o expulsan cosas peores.
Los que me miran directamente a los ojos... Bueno, a esos me llevo sus almas de la manita dirección al Infierno.
Tratan de evitarnos tanto a mí como a la mujer rubia y malvada con la que camino. Algunos, los más valientes, se inclinan al ver a su reina. Mis gigantescas alas nos protegen a ambos de cualquier roce externo, y si a mí me envuelve tan solo una, a Vellum le duplica la otra.
El clima aquí es cálido, caminamos por la arena y tenemos la costa al otro lado del castillo de los Samura, rodeándolo. La escasa vegetación se termina de marchitar a mi lado con cada paso que doy.
Hasland es un lugar rico en pesca, tanto que sus puertos están llenos de barcos que viajan a otras tierras intercambiando alimentos. Denahi, en sus tiempos de pirata, surcó estos mismos mares y atracó el puerto y sus casas, junto con el resto de su tripulación.
El calor es agotador, no te gustaría nada este tiempo, mi querida Leandrior. Te meterías en el agua nada más llegar y no saldrías de ahí.
—Quizás si vistieras de blanco tendrías menos calor —me chincha la Bruja Negra a mi lado, estirando sus carnosos labios en una sonrisa traviesa.
—Prefiero ir desnudo a ir de blanco, gracias.
—También es otra opción —afirma mirando al frente, sin borrar la sonrisa.
Pero ¿esta quién coño se cree? La única que me verá desnudo serás tú y mis réplicas, y si alguien más fuera de nuestro círculo lo hace, será porque tú misma me lo pides.
Vellum comienza a subir las escaleras del castillo con la cabeza bien alta. La brisa del mar agita su semirrecogido blanquecino que brilla más que el sol mismo. Los dos atravesamos varias columnas de mármol, y nada más vernos, los guardias no dicen nada y nos abren las puertas para conducirnos a la primera sala, la sala del trono.
—La Reina Suprema, Vellum, y el Matadioses, Kenai —anuncia el guardia.
El rey Darío y su mujer, la reina Maeve, se levantan ambos del trono al ver a Vellum. Bajan las escaleras de este y a una distancia prudencial, realizan una pronunciada reverencia. A la reina del tiemblan las piernas al ver que la acompaña la Muerte misma.
—¿A qué debemos esta agradable visita, majestad? —pregunta Darío. Sus ojos castaños la interrogan con la mirada.
—Me gustaría hablar con ustedes en un lugar más apropiado —responde Vellum.
—Faltaría más —responde la reina tratando de mantener la compostura.
Ambos visten de azul y tienen la piel tan oscura como sus cabellos. Maeve le hace una señal a los criados y comenzamos a caminar hacia un salón privado. Al llegar a la puerta, mi magnitud no es suficiente para atravesarla, por lo que me veo obligado a agachar la cabeza. Recojo mis alas en la espalda, y las estiro al cruzar, de forma que rompo varios muebles a los alrededores.
Ninguno de los dos gobernantes se atreve a decirme nada, el único que hace algo es Darío, que le indica a los criados que recojan los desperdicios. Mientras tanto, Vellum acomoda su vestido blanco para sentarse sobre uno de los sofás grandes. Los sirvientes corren a echarnos vino a cada uno en una copa de plata.
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Por el Control
FantasyElara y Elisa son dos réplicas de Leandrior Elésscoltar, la verdadera reina del continente de Galvyr cuyo trono ha sido usurpado por la Bruja Negra. Ambas son mujeres de distinto físico y distinta personalidad, pero que proceden de una misma persona...