Kenai
—Katerina, por favor, pasa.
La noviecita de tu querida réplica tiembla como un flan al lado de la puerta. Mis sombras la han raptado y la han traído caballerosamente hasta aquí, a mi casa. Me encuentro en mi salón, descansando sobre mi lujoso sofá de cuero negro con vistas a unos grandes ventanales, desde los que puedo contemplar las galaxias que recubren los cielos.
Giro mi cuello hacia ella. Mi mirada se conecta con la suya sin disimular el tremendo desdén que siento. Pero ¿esta quién coño se cree para estar tan unida a ti? Maldita sea.
Vale, Kenai, tranquilo, no te alteres.
—Siéntate a mi lado —gruño.
Ella accede, porque no le queda otra. Huelo su miedo a través de todos los poros de su piel, y me alimento de él como quien da un sorbo de una copa de vino. Paso mi mano por mi pelo para echarlo hacia atrás, y los mechones negros regresan a mi frente automáticamente. Me recuesto en el sofá e inclino mi cabeza hacia ella. Deslizo mi mano por mi muslo, las venas de mis manos y del brazo se me marcan notoriamente.
—¿Quién eres y qué quieres con Elisa?
Me prometí ser más discreto, os lo juro, pero no puedo.
—Elisa no es suya —suelta.
Alzo una ceja por inercia, eso sí que no me lo esperaba.
—Qué osadía la tuya, dirigiéndote a mí así.
Parece recapacitar y traga saliva. Arruga la tela del pantalón entre sus dedos.
—Mis disculpas, Hijo de la Muerte.
Me sale un gruñido de la garganta.
—Con Muerte es suficiente —digo entre dientes.
Su miedo vuelve a hacerme de banquete. Qué ganas de ponerla a decir todos y cada uno de mis títulos toda la noche, en bucle. Paso mi mano por el respaldo del sofá y cruzo una pierna sobre la otra.
—Y ante tu clara afirmación, puedo decirte que no estás en lo cierto. Elisa es mía, completamente. Yo la creé, mis sombras recorren sus venas y la mujer de la que proviene es mi llama oscura.
—Es verdad, no sé en qué estaba pensando.
Hago aparecer una copa de vino en mi mano.
—Dándome la razón tampoco conseguirás que tenga menos ganas de matarte. —Doy un sorbo mirando las estrellas. Pestañeo y muevo mi mirada negra como un abismo hacia ella. Inclino mi copa en su dirección—. ¿Vino?
—No me apetece, gracias.
Pongo los ojos en blanco y dejo la copa en la mesa. Me levanto dando un suspiro sonoro y comienzo a caminar por la sala, en dirección a las cristaleras. Estrellitas, por favor, dadme vuestra suerte, como la que le acaba de tocar a Elisa en la ruleta de la fortuna.
—Te he hecho dos preguntas al inicio, Katerina —prosigo—. ¿Por qué no haces el favor de deleitarme con tus respuestas?
—Soy una bruja de la ciudad de Valeria. Vengo de un linaje de brujas. En mi tiempo libre hago pócimas y hechizos.
Volteo los ojos.
—Ya, bueno, me acabas de decir lo que pone en un diccionario acerca de qué es una bruja. ¿Todo eso es lo que te define de verdad?
—Supongo que sí.
—¿Supones? —Suelto una carcajada ronca—. No lo tienes claro ni tú.
No aparto mi mirada de la suya, me quedo así varios segundos, observando todo de ella. Comienzo a dar pasos lentos y cargados de arrogancia en su dirección. La oscuridad se condensa a alrededor de mis colosales alas, son las almas que me suplican clemencia, o que tratan de aferrarse a algo. Pronto deberé volver al Inframundo, ese lugar del Infierno que está dedicado a mi principal trabajo de castigar la maldad, con más maldad.
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Por el Control
FantasyElara y Elisa son dos réplicas de Leandrior Elésscoltar, la verdadera reina del continente de Galvyr cuyo trono ha sido usurpado por la Bruja Negra. Ambas son mujeres de distinto físico y distinta personalidad, pero que proceden de una misma persona...