Intervalo

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Septiembre 2012

—No hay evidencia de eso ¿porqué afirmaría algo así? —pregunta ella, llena de dudas, frunciendo el ceño y a la espera de que caiga en su trampa.

Se la nota dispuesta a saltarme encima a la mínima, a la expectativa de que cometa un error y comprometa todo mi argumento.

—Tampoco hay evidencia de lo contrario ¿verdad?

Los dos se quedan callados y se miran nuevamente. Probablemente a esta altura ya se dieron cuenta que, o tengo una coartada muy solida, o tengo demasiada experiencia eludiendo policías.

—Ok ¿Qué hay de tu encuentro con Marianela Seefeld en 2010 en San Antonio Oeste? —pregunta él y luego medio sonríe, probablemente piense que me atrapó en su juego de gato y ratón.

—Yo no sé quien es ella...

—Señorita ¿nos va a mentir todo el día? —ella parece mucho más cansada que él, mucho más hastiada de mi y de mis respuestas.

—¿Y ustedes me van a mostrar algún tipo de evidencia en algún momento del día?

Ambos lazan un resoplido de fatiga, uniéndose sin querer en una armonía disonante de agotamiento. Ya casi son míos.

—¿Nunca se encontró con la menor de edad en ningún momento de 2010? —él es el que contraataca.

—Esta pregunta ya me la hicieron a principio de año, fueron otros policías y fue otra circunstancia ero la verdad sigue siendo la misma. No me encontré con Marianela Seefeld en ningún momento de 2010, sí coincidimos en un evento del museo, su curso fue a realizar una salida estudiantil al lugar, junto con alumnos de otras escuelas. Yo trabajaba en administración en el museo histórico municipal de San Antonio. La cámara nos captó a las dos, y eso fue todo. Probablemente estabas a punto de mostrarme esa foto ¿no? —pregunto con arrogancia y levantando una ceja, me sé estos rodeos de memoria, conozco este juego a profundidad.

El policía detiene la mano que estaba dirigiéndose hacia su maletín y luego me mira de re ojo.

—¿Cómo sabías que tenía esa foto en mi maletín? —pregunta atormentado por la duda, no se cree que haya advertido uno de sus movimientos.

—¿No te das cuenta que está jugando con nosotros? —su compañera lo regaña— Pero... ¿Qué juego es? ¿Qué juego estás jugando?

—Ustedes me llamaron ¿Qué juego quieren que juguemos?

—Escuchame, no nos tomes el pelo —el ahora se enaltece, sus ojos se llenan de rojo y se muerde el labio luego de cada frase como intentando contener la rabia— ¿pensás que viajamos desde Buenos Aires hasta acá por nada?

—Si lo que quieren es a alguien que murió hace diez años, entonces sí... viajaron desde Buenos Aires por nada.

Ella, en un movimiento apresurado, y perdiendo un poco más la paciencia, toma la pequeña foto tamaño DNI de la mesa y la levanta, comparando mi cara con la niña que sale ahí.

—No puede ser que sean dos personas distintas —exclama ella con cierta preocupación.

—Créame... nunca ha visto dos personas tan diferentes la una de la otra.

Los dos quedan en silencio, se miran a sí mismos como decidiendo su siguiente jugada. Pero si son inteligentes, que creo que un poco lo son, sabrán rendirse aquí mismo, sabiendo que dieron todo lo que tenían.

—Esto no tiene sentido, salgamos de acá cuanto antes —el oficial ya se rindió y eso me alivia mucho más.

Ella se vuelve a mí, y donde había ira y frustración, ahora hay una extraña preocupación, con cierto grado de condescendencia.

Dentro del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora