II

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Jonathan

No hay necesidad de caminar más rápido, si camino tranquilo tengo tiempo de pasar a comprar arroz y jugo para cocinarle a Magui.

Me voy alejando del lugar donde siento que estuve cautivo durante cinco años: el Secundario 743 de Comodoro Rivadavia. Por no mencionar los siete años en la primaria.

Es dificil creer que un poco de melancolia ya me está comenzando a picar. Tuve amigos, fueron pocos pero estaban ahi y eso es mucho mejor que no estar del todo. Y supongo que esos recuerdos pesarán durante un par de años.

Luego de comprar, comienzo a encaminarme hacia mi hogar, estimando el tiempo, creo que serán cerca de treinta minutos. No quiero tomar el colectivo, quiero sentir el aire en todo su esplendor. Necesito este exterior antes de volver a la rutina diaria, al primer día del curso universitario y luego al circulo vicioso en el que he estado metido desde los 12.

Cuando llego a casa, veo a mi tío Alberto tratando de bajar una bandeja de madera de arriba de la alacena. Él es un hombre de edad, tiene 60 años y supo ser uno de los narcos más respetados de la ciudad, perdió su estatus por la edad y porque se cambió el nombré y apellido el día que mataron a su esposa, mi tía Lidia. No la recuerdo tanto pero era una mujer hermosa e inteligente, de hecho, dicen que ella fue la impulsora de todo el negocio familiar. Aunque el tema nunca quedó del todo claro.

-¿Que hacés ahí? ¡Bajáte!-Digo acercandome a él acomodando su cuerpo flacucho y debil y sentandolo en la mesa. Está destrozado, he visto hombres de sesenta mucho más rejuvenecidos que mi tío, pero supongo que una vida de crimen y droga te avejenta más que el tiempo mismo.-¿Para qué querés esa bandeja?

-Ya te dije que no la guardes ahí Jonathan, la uso para hacerle el desayuno a la nena.-Dice mientras pone sus dos manos entre sus rodillas. Lo hace desde un tiempo, creo que es para detener un poco el temblor que le viene de vez en tanto. Tiene puesta una bombacha de campo marrón clara y una musculosa de tela blanca percudida por los años.

-Ok, ahora la bajo para que desayune. Cuando vuelva mateamos ¿Dale?

-Ese es mi sobrino.-Dice sonriente mostrando el faltante de uno de sus dientes del frente.

Dejo las compras sobre la mesada y me dirijo arriba a la habitación de Magui. Golpeo pero no contesta, abro y veo una maraña de pelos y frazadas en una especie de intento de cama.

No sé distinguir entre ella y el acolchado rosado con dibujos de osos blancos.

-Magui.-la sacudo un poco pero no responde.-Magui, arriba gorda, dale.-Ella se da vuelta con disgusto y lanza un resoplido.-Dale que tenés que desayunar para que vallamos a comprarte ropa.

-No quiero.-responde debil y con un dejo de angustia.

-Magdalena Esther, levantáte ahora mismo o te dejo encerrada todo el día.-Ella se despierta de un tirón y me mira sorprendida. Su cabello lacio castaño cae por toda su cara regordeta. Ella tiene seis años pero su rostro todavía refleja inocencia y ternura. Esa bebé que alguna vez fue, sigue estando ahi.

-¿Me encerrarías todo el día acá?

-Obvio que no hermosa.-digo besando su frente.-Levantáte así desayunamos con el tío y nos vamos de compras. Hoy empezás la escuela.

-No no quiero. ¡Odio la escuela!

-No sabés cómo es la escuela... pero si, la vas a odiar.

Mientras ella toma matecocido con leche y unas vainillas. Yo tomo mates amargos con el tío Alberto acompañado de unas galletitas con dulce de leche.

Dentro del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora