XLIII

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Ariana

Mientras el amanecer va llegando de a poco, me doy cuenta de que esta es la cuarta o quinta vez que debo recordarme a mí misma que esta no es mi casa, que no vivo acá, que el chico que está tirado en el sillón con una musculosa negra que marca su pecho y su espalda y un pantalón corto de jean que le pasa las rodillas, no es mí concubino.

Pero me encanta fantasear que es asi. Me encanta soñar despertarme en esta casa y hacerle el desayuno a Jhoni y salir a comprar con Magui y mirar televisión juntas y pedirle a Jhoni que me cocine durante las noches y luego tal vez tomar algo para después encerrarnos en su habitación y...

Las pastillas se me caen y el ruido que hace en el piso es lo que me devuelve a la realidad. Estoy dejando las fantasías de lado. Parada en frente de la heladera, recuerdo que Jhoni me había pedido una pastilla para el dolor de cabeza.

Tomo un vaso y lo lleno de agua, luego me uno a él en el sillón mostrándole las dos manos, en una el vaso con agua y en la otra la pastilla para la migraña.

—Gracias.— su voz suena débil y cansada. Toma la pastilla y se echa para atrás apoyando su cabeza en el respaldar del sillón mientras cierra sus ojos.

De pronto, el silencio. No es un silencio incómodo, de hecho es un silencio hermoso. Lo observo mientras parece dormirse y aunque no hay nada que decir, me gusta disfrutar de esta pausa entre nosotros. Lo analizo, lo miro y me imagino el futuro inmediato. Salidas, helados, muchos besos, quizás planes para el próximo fin de semana... planes... plan... Plan B...

Ahora, de la nada me acuerdo de lo que leí en la carta de Alberto. La duda e incertidumbre me invaden y a pesar de que quizás se enoje conmigo, necesito ahogar esta pregunta.

—¿Jhoni?— mi mano acaricia su pierna cerca de su rodilla y la aprieto.—¿Te dormiste?

—No, perdón, no me dormí, solo... pensaba.

—Tengo que decirte algo.

Él levanta su cabeza y comienza a mirarme con curiosidad.

—Si, decime ¿Que pasa?

—Por favor, no te enojes conmigo.— me siento a su lado bien pegada a él y mis brazos rodean su vientre y espalda.

—Me está asustando mi lady.— me confiesa mientras acaricia mí frente.

—Leí la carta de tu tío antes de dartela.

Él se queda tieso, abre los ojos bien grandes, también abre un poco la boca queriendo decir algo pero a la vez no. Es muy raro, es cómo si una parte de él se hubiera enojado conmigo y la otra lucha para que no se enoje conmigo.

—Perdón ¿te enojaste?

—No, no, no te disculpes. Es que, me tomaste por sorpresa, nada más. No te preocupes.

—¿Enserio? ¿Estás seguro que no querés enojarte conmigo?

—No seas tonta.— dice, sonríe y me extiende una mano.—Veni, vení conmigo.

Me acerco a él, tomo su mano y me siento en sus piernas y entrelazo mis brazos por su cuello. Nuestras miradas se encuentran y la expectativa a qué algo suceda es innegable.

—¿Puedo preguntarte algo?— pregunto antes de caer en la trampa de sus labios.

—Lo que quieras.

—¿Que es el plan B?

El borra su sonrisa por una expresión casi de decepción, baja la mirada y respira con fatiga.

Dentro del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora