Capítulo 68

3 1 0
                                    

Sirius

Mi paso es vago a través del bosque, no sé cuántos meses llevaré deambulando solo. Mis recuerdos sobre ellos y Denahi han prendido fuego a más de una arboleda, pero por desgracia yo no ardí en las llamas.

No recuerdo la última vez que comí, o que bebí, solo sé que llevo caminando mucho tiempo. Ni siquiera he desplegado mis alas, y de no hacerlo me duele horrores la espalda. Ninguno de ellos me ha encontrado, y jamás lo harán.

De pronto, escucho un gruñido y un aliento caliente casi me hace caer hacia atrás. Centro ínfimamente la vista, todo lo que mis párpados me permiten, y veo demasiados dientes asimétricos clavados en una boca. Ni yo tengo tantos colmillos, pero no importa. Abro los brazos de par en par y sonrío aliviado, este es mi final.

—Por fin....

"Thal-drin" me corrige un pensamiento en mi mente. La bestia abre sus fauces y se traga la mitad de mi cuerpo. Hinca con fuerza los dientes sobre mí abdomen y me suelta cuando me lanza por los aires, hasta que choco de lleno con unas escamas doradas y unos cuernos puntiagudos.

Agito la cabeza y me pego una bofetada tan fuerte que saboreo la sangre en mi boca, para ver si así logro despertarme. Creo que estoy a los lomos de una de las únicas criaturas a la que le he rezado en mi vida.

Un dragón.

Y, un momento, ¿cómo que Thaldrin?

El Heraldo de la Anarquía despliega sus alas sin darme más tiempo a reaccionar, sus membranas brillan anaranjadas con la luz del sol. Me agarro con fuerza a los cuernos y cuando menos me lo espero, se gira de golpe y caigo al vacío desde una altura considerable.

Mi cuerpo entra en contacto con el agua gélida que me hace terminar de despertar, y nado hasta la superficie. Salgo al exterior y lo veo en el cielo. Suelta un rugido que crea olas en el lago en el que me ha tirado y se posa sobre unas piedras cercanas. Me mira y abre las fauces, de ellas sale un fuego dorado que me obliga a meter la cabeza de nuevo debajo del agua.

Quería morirme, pero con este ser me sale el instinto de supervivencia. Un pensamiento que no me pertenece hace eco en mi mente, algo que yo interpreto como un: "Báñate, guarro. Apestas".

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora