Capítulo 44: El Peso del Cambio

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El regreso a la isla fue una mezcla de sensaciones. A medida que el avión descendía y la vista del océano azul se extendía debajo, sentí que algo había cambiado en mí. Dos años fuera, lejos de esta isla que había sido mi hogar por tanto tiempo, me transformaron en maneras que apenas podía comprender. Y aunque los recuerdos de mi vida aquí seguían vivos, algo en el aire del lugar me resultaba extraño, como si el tiempo hubiera pasado también para esta pequeña porción de mundo.

El aeropuerto era el mismo, pequeño y bullicioso, pero sentí un nerviosismo en la boca del estómago cuando tomé mi maleta. Las caras desconocidas a mi alrededor y el clima cálido me devolvieron una sensación familiar, pero con un leve toque de nostalgia. Había pasado demasiado tiempo.

Subí al taxi que me esperaba y, en vez de dirigirme directamente al hospital, como siempre había sido mi costumbre, le di al conductor la dirección de mi nuevo apartamento en el centro de la ciudad. En los últimos dos años, las cosas habían cambiado tanto que, al regresar, me encontré con una nueva vida, incluso en lo más básico. El hospital me había asignado un departamento en una zona que apenas recordaba, una decisión que me tomó por sorpresa cuando recibí la notificación semanas atrás.

El camino hasta el centro era como una película a cámara lenta. Los edificios, los árboles y la gente que cruzaba las calles parecían ser sombras de un pasado que intentaba recordar. El conductor me habló en un dialecto local que alguna vez me resultó tan fácil de entender, pero ahora, tras años en el continente, tuve que esforzarme para seguirle el ritmo. Me preguntó si era mi primera vez en la isla, como si el aire de extranjera que llevaba fuera evidente. Me limité a sonreír, sin ganas de explicar mi historia. Todo en mí se volvió a conectar, lentamente.

Cuando llegué al edificio, me sorprendió lo moderno que era. No me esperaba algo tan amplio ni tan lujoso. Tomé el ascensor hasta el último piso, con una ligera ansiedad golpeándose en mi pecho. Abrí la puerta del apartamento y lo primero que sentí fue una oleada de paz, como si este lugar fuera un refugio inesperado. Era un espacio pequeño, pero acogedor, con grandes ventanales que daban una vista impresionante de la ciudad y el océano a lo lejos. Todo estaba perfectamente ordenado, minimalista, y aún olía a nuevo.

Dejé mi maleta a un lado y me acerqué a las ventanas. Desde ahí, podía ver el movimiento de la ciudad, las luces de los autos, las sombras de los edificios altos. Había un zumbido constante, una energía que vibraba a través de las calles y que me hizo darme cuenta de cuánto había extrañado el caos organizado de este lugar. La vida en el continente había sido diferente, más tranquila, pero menos... vibrante.

Suspiré, tratando de adaptarme a este nuevo entorno. Mi nuevo departamento era un símbolo de los cambios que estaban ocurriendo, no solo en mi entorno, sino dentro de mí. Caminé por el salón, tocando los muebles como si quisiera anclarme a esta realidad. La mesa del comedor era pequeña, solo para dos, y me pregunté quién podría ser el próximo en sentarse allí conmigo. Las paredes eran de un color gris claro, frías pero elegantes.

Abrí una de las ventanas y dejé que la brisa del océano llenara la habitación. El aire salado me recordaba a mis noches de guardia en el hospital, cuando caminaba por los pasillos y el viento marino se colaba por las ventanas mal cerradas. Ahora, la brisa traía consigo una nueva vida, un nuevo capítulo que apenas comenzaba.

No podía quedarme mucho tiempo. Tenía que ir al hospital, reencontrarme con Andrea, ver a Jaime, y enfrentar los cambios que ya habían ocurrido en mi ausencia. Pero quería saborear ese momento a solas en mi nuevo hogar, como si fuera el último respiro antes de sumergirme en la vorágine que sabía que me esperaba.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora