Capítulo 45: Bajo la Superficie

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Los días en la isla transcurrían en una cadencia metódica, casi monótona, pero había algo reconfortante en esa repetición constante. Había terminado por aceptarlo: la estabilidad, aunque distante de lo que alguna vez pensé que quería, me ofrecía la paz que mi vida había necesitado. La isla ya no me resultaba extraña, como al principio. Las luces del hospital, el olor a mar mezclado con el de desinfectante, las miradas nerviosas de los internos... todo eso se había convertido en parte de mi nueva realidad.

Mi apartamento en el centro era pequeño pero acogedor. Lo suficientemente cerca del hospital para no sentirme atrapada, pero lo suficientemente lejos para desconectar cada vez que cerraba la puerta detrás de mí. Las noches allí eran silenciosas, sin los ruidos de conversaciones, sólo el ocasional susurro del viento y el murmullo lejano de la ciudad. Me gustaba estar sola. Después de tantos años buscando una conexión, había aprendido a valorar el aislamiento, a encontrar consuelo en el silencio. A veces me quedaba en el balcón, mirando el mar, recordando mis tiempos como estudiante de medicina, los sueños que alguna vez tuve y cómo habían cambiado con los años.

Los internos nuevos continuaban guardando las distancias. Lo que había sucedido aquel primer día, cuando escuché sus rumores, había sellado su percepción sobre mí. Era una figura distante, inalcanzable, tal vez fría, al menos para ellos. Y lo prefería así. No necesitaba que se acercaran. Mi tiempo de ser "una más" había quedado atrás, y la posición en la que me encontraba ahora requería una seriedad y profesionalidad que ellos aún no comprendían.

Sin embargo, había una excepción. La joven interna rubia que había intentado defenderme aquella vez seguía destacando, aunque nunca se había acercado lo suficiente para entablar una conversación. La observaba de lejos, la manera en que se movía entre sus compañeros, cómo trabajaba en silencio, sin llamar la atención pero con una determinación que la diferenciaba del resto. Me recordaba a mí misma en aquellos primeros años, intentando mantenerme al margen de los chismes y enfocarme en mi trabajo.

El Dr. Woods se había convertido en más que un mentor para mí. Su confianza en mis habilidades había crecido con el tiempo, y cada vez me encargaba de casos más complejos. Había una sensación de orgullo en él que se reflejaba en sus ojos cada vez que analizamos un nuevo caso, como si viera en mí una sucesora de su trabajo. Yo misma me había dado cuenta de que estaba asumiendo más responsabilidades en el departamento. Los días en los que él me supervisaba de cerca habían quedado atrás, y ahora me encontraba tomando decisiones que antes jamás habría imaginado.

Había algo casi ceremonial en nuestra relación profesional. Woods rara vez me elogió abiertamente, pero cuando lo hacía, sus palabras pesaban más que cualquier reconocimiento que hubiera recibido antes. En esos momentos, me daba cuenta de que no solo estaba cumpliendo con mi deber, sino que estaba construyendo algo más grande. Mi presencia en el departamento comenzaba a ser notoria, y aunque no me importaba la aprobación de los demás, podía sentir cómo mi reputación se solidificaba entre los médicos.

Sin embargo, a pesar de los logros, había algo en mí que permanecía en conflicto. Había cumplido el sueño de mis padres: me había convertido en una doctora, una de las mejores en mi campo. Y aunque sabía que eso les llenaba de orgullo, también sentía el peso de esa responsabilidad, como si llevar sus expectativas sobre mis hombros me estuviera alejando de lo que realmente quería. Había días en los que me preguntaba si este era verdaderamente mi sueño, o solo uno que había heredado. Pero, a pesar de esa duda que me acompañaba en el fondo, seguía adelante.

Una mañana, me crucé con los internos mientras caminaba hacia una cirugía importante. Escuché sus murmullos, y aunque habían aprendido a mantener la boca cerrada cuando pasaba, las miradas curiosas seguían. Era evidente que mi reputación les intimidaba. Sin embargo, la rubia, los observaba en silencio, con una expresión que parecía desaprobar sus actitudes. Era interesante, porque aún no sabía quién era yo, y, sin embargo, me defendía.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora