Capítulo 76: Fuego Púrpura

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Recogí todos los documentos y archivos de mi escritorio, asegurándome de que no dejaba nada fuera de lugar. Apagué las luces, cerré las oficinas y salí hacia el estacionamiento. Mi mente era un remolino de pensamientos, pero en ese momento necesitaba tranquilidad, llegar a casa y poner en orden los papeles para revisarlos. Había tratado de llamar a Alexandra varias veces, y cada intento fallido solo aumentaba mi inquietud. ¿Por qué no contestaba? No importaba cuántas veces marcara su número, la línea seguía sonando ocupada.

Encendí el auto y me sumí en un silencio tenso mientras recorría las calles de la ciudad. Solo quería llegar, abrir los documentos en mi escritorio y planear los siguientes pasos, sin interrupciones. Manejaba con un impulso mecánico, absorta en mis pensamientos, hasta que finalmente llegué a las calles conocidas de mi vecindario. Sentí un alivio momentáneo al ver que estaba a solo unas cuadras de casa.

Pero, de pronto, el tiempo pareció detenerse. Todo a mi alrededor comenzó a moverse en cámara lenta, como una película. Mis ojos se fijaron en una camioneta que, sin aviso, se cruzó frente a mí en un ángulo imposible de evitar. Intenté frenar, pero no hubo tiempo. La camioneta impactó directamente contra mi auto, el sonido del metal aplastándose llenó mis oídos mientras el golpe me lanzaba hacia adelante. Todo se desvaneció en un instante de caos y dolor.

La oscuridad me envolvió de inmediato. No pude ver nada, ni oír nada más que el retumbar de mi propio corazón en mis oídos. El golpe fue brutal, y todo a mi alrededor se volvió un torbellino de sonidos distorsionados. Mi cuerpo fue empujado hacia adelante con tal fuerza que sentí como si cada hueso se hubiera roto, como si mi mundo entero se hubiera fracturado en pedazos.

El aire salió de mis pulmones con un jadeo forzado, pero lo único que podía hacer era intentar aferrarme a algún tipo de conciencia. Mi cabeza daba vueltas, mis pensamientos se disolvían, y la realidad se desvanecía lentamente. El dolor era insoportable, pero el vacío que sentía, esa sensación de traición tan profunda, me estaba desgarrando aún más que cualquier herida física.

Mi teléfono había caído al suelo del coche, su pantalla rota, y a pesar de que trataba de alzar la mano para alcanzarlo, todo parecía fuera de mi alcance. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía como esperaba. Algo en mí me decía que ya nada sería lo mismo, que todo lo que había estado construyendo se derrumbaba por completo.

— ¡Es ella! ¡La tenemos! — No sabía si las voces eran de amigos, desconocidos, o si el sueño me estaba jugando una mala pasada. Estaba vacía, la sensación de no poder sostenerme sola me invadía. Todo lo que quedaba eran las imágenes borrosas del rostro de Daniella, y mi mente gritando una y otra vez, preguntándose si todo había sido una mentira, si nunca debería haber confiado en ella.

Me dolía cada centímetro de mi cuerpo, pero más que el dolor físico, era la sensación de traición lo que me quemaba por dentro. Todo lo que había estado construyendo, todo lo que creía tener... se había ido al garete en un abrir y cerrar de ojos. Daniella, la mujer en quien confié, ¿y ahora qué? ¿Qué más estaba pasando que aún no entendía? Mi mente era un torbellino de preguntas sin respuesta.

La presión en mi pecho era insoportable, y las voces seguían dándome órdenes que no podía seguir, sacándome del coche con rapidez, sin dejarme tiempo para entender si aún había algo de mí que pudiera salvarse. Todo era confuso. Solo podía escuchar cómo me arrastraban hacia el suelo, y aunque aún intentaba pensar, cada intento me hacía más frágil. Lo único claro era la sensación de que ya nada podía ser lo mismo.

No sé cuánto tiempo había pasado desde el choque, pero cuando desperté, el dolor en mi cuerpo era una marea que subía con cada segundo, obligándome a respirar entrecortadamente. Intenté moverme, pero mis manos estaban firmemente atadas detrás de mi espalda, inmovilizándome. Con esfuerzo, abrí los ojos lentamente, parpadeando ante la tenue luz que apenas lograba dispersar las sombras del lugar.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora