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Jaime,
Sé que han pasado un par de meses desde que te escribí, pero las cosas han estado tan complejas que no he tenido tiempo para nada. A veces, en medio del caos, me encuentro pensando en ti, y es en esos momentos que me siento más conectada contigo.
Agradezco los momentos buenos, las risas y las locuras que compartimos. Es un recordatorio de que, aunque la vida a veces puede ser abrumadora, siempre hay destellos de luz que valen la pena recordar. Agradezco esos días en que te vi triunfar, esos momentos en que, a pesar del cansancio, logramos reírnos de nuestras propias imperfecciones. Siempre estaré agradecida por cada instante en el que me hiciste sentir que todo iba a estar bien, incluso cuando yo misma dudaba.
A menudo me detengo a recordar las lecciones que me enseñaste. Me hablaste de la resiliencia, de cómo levantarse después de cada caída es lo que realmente nos define. A pesar de la tristeza que ahora me acompaña, me esfuerzo por seguir adelante, por encontrar sentido en el dolor. Quiero ser fuerte, como tú siempre lo fuiste, y aunque la vida ha cambiado de maneras que nunca imaginé, trato de seguir el camino que comenzamos juntos.
Cada vez que paso por el viejo hospital, veo tu rostro en cada rincón, en cada paciente que entra por la puerta. Siento que una parte de ti aún está allí, viviendo a través de las vidas que tocaste. Es un consuelo saber que tu legado sigue, que cada sonrisa que logré arrancar es un eco de nuestras risas compartidas. Espero que, de alguna manera, estés orgulloso de lo que estoy haciendo.
El dolor a veces se siente como un peso insoportable, pero estoy aprendiendo a llevarlo. Me acuerdo de lo que decías sobre encontrar belleza en las cosas más simples. Ahora, en los momentos de quietud, me encuentro buscando esa belleza, observando el amanecer y recordando cómo compartimos esos instantes, esperando que un nuevo día trajera consigo nuevas oportunidades. Trato de ser agradecida por cada nuevo amanecer, incluso si me cuesta levantarme de la cama.
Pienso en nuestras conversaciones y en tus palabras que me instaban a recordar lo que amamos y a atesorar cada instante. Quiero que sepas que, a pesar del dolor y la pérdida, hay una parte de mí que sigue celebrando nuestra amistad. Me aferro a esos momentos como si fueran tesoros, porque lo son. La risa, el apoyo, esos sueños compartidos... no los cambiaría por nada en el mundo.
A veces, me encuentro hablando contigo en voz alta. Me imagino que me escuchas y que me ofreces ese consejo que siempre tenías en la punta de la lengua. Me gustaría pedirte que me ayudes a encontrar mi camino, que me digas que todo estará bien. A veces, el silencio se siente tan abrumador, y en esos momentos, tu voz se convierte en un susurro en mi mente, guiándome a través de la tormenta.
Sé que quizás nunca reciba una respuesta a estas cartas, pero necesito seguir escribiendo. Para ti, para mí, para el lector que está aprendiendo a navegar por sus propios miedos y tristezas. Cada palabra es una forma de liberar el dolor, de recordar lo que perdimos, y de agradecer lo que tuvimos.
Así que aquí estoy, intentando vivir cada día con gratitud, recordando que aunque la vida puede ser dura, hay momentos de belleza que siempre valdrán la pena. Te agradezco, Jaime, por todo lo que compartimos, y prometo que nunca dejaré de recordar lo que significaste para mí.
Quiero que sepas que cada día trae consigo nuevos desafíos, y a veces, me siento tan perdida. Hay momentos en que el dolor es tan abrumador que me cuesta respirar, y siento que el mundo se desmorona a mi alrededor. En esos instantes, me aferro a las memorias que compartimos, como una balsa en medio de una tormenta.
La gente sigue adelante, como si nada hubiera pasado, como si el tiempo pudiera borrar las huellas que dejaste en este lugar. Pero yo no puedo, no quiero. Hay una parte de mí que se niega a dejar que tu recuerdo se desvanezca en la bruma de la vida cotidiana. La manera en que solías sonreír, la forma en que iluminabas cualquier habitación con tu presencia, eso no puede ser olvidado.
Recuerdo cómo, incluso en los momentos más oscuros, siempre tenías una broma lista para sacarme una sonrisa. ¡Qué poder tenía tu risa! Me hacía sentir que todo estaba bien, que nada era tan terrible. Ahora, en mi soledad, me esfuerzo por recordar ese sonido, para que no se pierda en el eco del tiempo. Busco esa risa en cada rincón, en cada momento compartido, y aunque a veces siento que se me escapa, me aferro a ella con todas mis fuerzas.
No puedo evitar pensar en lo que pudo haber sido. La vida nos dio la oportunidad de ser más de lo que éramos, de construir un futuro juntos, de soñar sin límites. A veces me detengo a imaginar cómo sería todo ahora si estuvieras aquí. ¿Dónde estaríamos? ¿Qué estaríamos haciendo? Me gustaría creer que estaríamos haciendo una diferencia, como siempre quisimos. Esa visión me hace seguir adelante, aunque el dolor persista.
A menudo miro hacia el horizonte, buscando respuestas en el cielo. Es como si esperara que aparecieras entre las nubes y me dijeras que todo estará bien, que hay un propósito en este sufrimiento. A veces, me siento tan sola, incluso en medio de la multitud, como si nadie pudiera entender lo que estoy pasando. Pero sé que tú lo harías. Sabías cómo mirar más allá de la superficie, cómo leer el alma de las personas. Esa empatía es algo que llevo conmigo, y trato de compartirla con quienes me rodean.
A medida que la vida continúa, he aprendido a encontrar momentos de paz. A veces me detengo en el parque donde solíamos pasar las tardes, donde compartíamos historias y reíamos sin preocupaciones. Hay algo hermoso en esos recuerdos, como si el tiempo se detuviera solo por un momento. Miro a los niños jugar, a las familias disfrutar, y aunque me duele saber que no podré compartir esos momentos contigo, encuentro consuelo en que el amor y la alegría aún existen en el mundo.
La vida no se detiene, y yo tampoco puedo hacerlo. He comenzado a involucrarme más en el hospital, en la comunidad, tratando de honrar tu memoria con cada acción. La gente necesita esperanza, y quiero ser esa luz, como tú lo fuiste para mí. En cada paciente que trato, en cada sonrisa que logro sacar, siento que de alguna manera estás ahí conmigo, guiándome y dándome fuerza.
Así que aquí estoy, escribiéndote una vez más, con el corazón abierto y el alma desnuda. Sé que no hay palabras que puedan describir lo mucho que te extraño, pero tengo la esperanza de que, donde quiera que estés, puedas sentir mi amor.
Te prometo que seguiré luchando, que haré todo lo posible por hacer del mundo un lugar mejor, no solo por mí, sino por ti, y que siempre, pero siempre, seguiremos siendo amigos.
Hasta que volvamos a encontrarnos.
Con Amor, Hannah.
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Con Amor, Hannah.
Teen FictionEn un mundo donde el amor y el desamor son dos caras de la misma moneda, Hannah se enfrenta a un corazón destrozado, marcado por recuerdos de pérdidas y promesas olvidadas. A través de cartas, ella desvela sus pensamientos más profundos y vulnerable...