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El dolor era un cuchillo que se clavaba una y otra vez, sin aviso ni misericordia. Las noches parecían eternas y desprovistas de vida, como si cada estrella en el cielo me recordara una promesa rota, un amor perdido. Ryan se había ido, y aunque su recuerdo aún dolía, su muerte era una herida que había aprendido a aceptar con el tiempo, como una cicatriz que ya no sangraba. Pero perder a Jaime... eso era un puñal afilado que me atravesaba en los momentos menos esperados, sumergiéndome en un dolor tan profundo que parecía una tortura eterna.
Quería creer que había algo, alguna fuerza implacable, invisible, que encontraba en mí un objetivo fácil y vulnerable. El diablo, tenía el don de arrancar de mi vida todo aquello que amaba, como si cada ser querido fuese una prueba, un recordatorio de mi mortalidad, de mi soledad. No le bastaba con una pérdida, sino que necesitaba arrancar cada lazo, deshojar cada esperanza, y dejarme en un mundo donde cada paso era más sombrío que el anterior.
—Jaime... —susurraba su nombre en la oscuridad, como si el mero sonido pudiera traer de vuelta su esencia, su sonrisa franca, el brillo de sus ojos cuando hablábamos de futuros que nunca llegarían. Pero, por más que lo intentara, por más que me forzara a recordar los momentos hermosos que compartimos, esos recuerdos se volvían cada vez más difusos, como si el tiempo, aliado de ese oscuro enemigo, se encargara de desvanecer cada trazo de lo que alguna vez fui con él.
Me sentía atrapada en un vacío oscuro y frío, donde no había consuelo, solo una desesperanza cada vez más asfixiante. Podía pasar horas mirando al suelo, buscando en las grietas de las baldosas respuestas que nunca llegaban. El vacío en mi corazón era una marea creciente que me envolvía, me empujaba hacia las profundidades. Cada pérdida, cada golpe, me hundía un poco más, y la soledad se convertía en mi única compañera.
Caminaba sin rumbo, sin nadie que me acompañara. Mis pasos resonaban en un eco solitario, y mi sombra era la única que parecía fiel en seguirme. A veces me detenía, cerraba los ojos y escuchaba el silencio. Y en ese silencio... estaba él, o al menos el recuerdo de su risa, de su voz cálida llamándome, de su mano sosteniéndome. Pero cuando volvía a abrir los ojos, solo estaba yo, y el silencio ya no me devolvía su eco. Cada vez que intentaba recordar, el diablo jugaba con mi mente, arrancándome cada fragmento, cada pequeño destello de paz.
El dolor se había vuelto un huésped constante, uno que no se limitaba a momentos de debilidad, sino que se instalaba incluso en los instantes de quietud, en los vacíos que antes llenaba con los recuerdos de quienes se habían ido. Como si mi mente fuera un lugar donde él dejaba huellas, marcas invisibles pero profundas, grabadas con la precisión de alguien que disfruta destruyendo con cada pincelada. Era un juego perverso, y yo era su única víctima.
Me encontré cada vez más sola, distante de las personas a mi alrededor. Las conversaciones se volvían susurros lejanos, y las risas de otros parecían resonar con una crueldad sorda. Nada podía tocarme realmente. A veces, me veía reflejada en los ojos de mis compañeros de trabajo, con sus miradas llenas de preguntas que jamás se atreverían a hacerme. No podían saber cuánto había cambiado ni cuántas veces había luchado para no caer en pedazos frente a ellos. Me convencía de que no entenderían, y quizás era cierto, pero en el fondo también temía que sí pudieran ver mi fragilidad, mi lucha constante por aparentar una fortaleza que no me pertenecía.
Entonces, me detuve en uno de esos corredores desiertos del hospital, y un pensamiento oscuro me invadió. ¿Era acaso mi destino perder a cada persona que lograba amar? ¿Acaso había alguna maldición inscrita en mi alma, un precio que debía pagar por algo que desconocía? Tal vez mi vida estaba destinada a ser un trayecto solitario, uno donde cada persona era solo una sombra pasajera. Era un pensamiento aterrador, y sin embargo, en ese momento, casi me pareció lógico. Porque, después de todo, ¿qué otra explicación podía tener todo este vacío?.
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Con Amor, Hannah.
Fiksi RemajaEn un mundo donde el amor y el desamor son dos caras de la misma moneda, Hannah se enfrenta a un corazón destrozado, marcado por recuerdos de pérdidas y promesas olvidadas. A través de cartas, ella desvela sus pensamientos más profundos y vulnerable...