Capítulo 43: Volver a Sentir

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La brisa de Vermont me recibió con una fragancia que no había sentido en años. El aire frío, cargado con el olor a pinos y hojas caídas, me envolvía como una memoria lejana, pero familiar. A lo lejos, las colinas se teñían de naranja y rojo, un paisaje tan pacífico que contrastaba con el nudo en mi estómago. El camino hacia la casa de mis padres me resultaba extrañamente largo, aunque sabía que era el mismo de siempre, bordeado por árboles altos que enmarcaban mi destino. Pero esta vez no era solo un viaje físico, era un regreso a algo más profundo, a un lugar en el que no había estado en mucho tiempo.

Cada paso hacia la puerta me llenaba de más ansiedad. ¿Cómo sería verlos después de tantos años? ¿Cómo habrían cambiado ellos? ¿Cómo había cambiado yo? Lo único que sabía con certeza era que el tiempo no perdona a nadie, y el nuestro había sido cruelmente silencioso. La casa estaba como la recordaba, pero parecía haber encogido. O tal vez yo había crecido demasiado para encajar en ella. Las contraventanas azules, el porche de madera, la enredadera que siempre se apoderaba de la fachada... Cada detalle me hablaba de momentos que alguna vez di por sentados. Me detuve frente a la puerta, con la mano sobre el picaporte, dudando.

"¿Y si no soy la misma para ellos? ¿Y si ya no sabemos cómo hablarnos?". Abrí la puerta lentamente, el sonido del chirrido llenando el espacio vacío. El aire dentro era cálido, pero pesado, como si el tiempo hubiera quedado atrapado entre esas paredes. Avancé por el vestíbulo, escuchando mis propios pasos, y por un instante, me sentí ajena a este lugar que una vez llamé hogar.

Mis dedos acariciaron el marco de la puerta del salón, donde las marcas de mi altura seguían allí, como cicatrices en la madera. Me detuve frente a ellas, el corazón acelerado. No había marcas nuevas desde hace años. Las nuestras se habían quedado congeladas en el tiempo. El eco de los recuerdos comenzó a resonar. Yo, corriendo por la sala con mi padre persiguiéndome mientras mi madre se reía desde la cocina. La mesa del comedor puesta para las cenas de domingo, donde siempre había una conversación ruidosa. Las risas, las bromas... ¿Dónde se había ido todo eso?.

Me deslicé hacia el sofá del salón. Ese sofá viejo de cuero marrón donde pasábamos las noches de invierno viendo películas y donde, después de largas discusiones, siempre nos reconciliábamos. Me dejé caer sobre los cojines desgastados y cerré los ojos, dejando que los recuerdos me abrumaran.

El recuerdo de una navidad apareció vívida en mi mente. Papá, siempre empeñado en hacer todo perfecto, ajustando las luces del árbol, maldiciendo cuando una de las bombillas fallaba. Mamá en la cocina, horneando galletas mientras yo revolvía la mezcla sin mucho éxito. Era tan joven entonces, tan ingenua... Pensaba que nada de esto cambiaría, que siempre tendríamos esos momentos. No imaginaba cómo la vida, los estudios, las metas y los sacrificios podrían alejarnos.

Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y antes de darme cuenta, habían pasado años. A medida que me sumergía en mis estudios, en mi carrera, las llamadas comenzaron a espaciarse. Lo que al principio fueron excusas comprensibles —"estoy ocupada con el examen final" o "no puedo, tengo un turno largo en el hospital"— se convirtieron en algo más profundo, en una distancia emocional que creció sin que me diera cuenta. Mis padres seguían allí, pero yo me había alejado. Y ahora me encontraba aquí, enfrentando el abismo que yo misma había creado.

La puerta principal se abrió, sacándome de mis pensamientos. Primero fue mi madre, delgada y más frágil de lo que la recordaba. La vi detenerse en el umbral, su mirada buscando la mía, y por un segundo, vi en sus ojos una mezcla de sorpresa y alivio, como si no esperara que realmente estuviera allí. Su cabello, ahora más canoso, estaba recogido en un moño que le daba un aire más serio, pero sus ojos seguían siendo los mismos. Un brillo de emoción cruzó su rostro.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora