Capítulo 78: ¿Qué pasó anoche?

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Las horas se deslizaban lentamente, y entre Daniella y yo intentábamos llenar el silencio con conversaciones que, aunque superficiales, lograban arrancarnos unos minutos de calma en medio de aquel lugar oscuro y frío. Hablábamos de todo y de nada, evitando el tema que nos había llevado hasta allí. Era como si, en esos instantes, el peso de la situación no fuera tan aplastante; por un momento, casi podía creer que estábamos en otro lugar, lejos de todo esto.

Pero la ilusión duró poco. La puerta se abrió de golpe, y esta vez no eran las mismas caras. Los hombres que entraron llevaban una agresividad palpable, sus movimientos eran bruscos, como si estuvieran preparados para acabar con nuestra paz forzada. Nos miraron a ambas, y sin decir palabra, comenzaron a separarnos. Sentí sus manos firmes sujetando mis brazos, llevándome hacia otro lugar. Daniella intentó resistirse, sus protestas resonaban en el espacio mientras trataba de acercarse a mí, de aferrarse a algún tipo de esperanza de que, juntas, podríamos enfrentar lo que fuera que venía. —¡No! ¡No la separen de mí! ¡Déjenme ir con ella! —gritó Daniella, su voz temblando entre la desesperación y el miedo.

Intenté volver la mirada hacia ella, asegurarle que estaría bien, que de alguna forma encontraría la forma de protegerla, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, sentí una mano empujándome hacia otro cuarto. Los ojos de Bee se clavaron en mí, impenetrables y serenos, con esa frialdad calculada que me recordaba que, para ella, esto era solo un juego en el que yo apenas era una pieza.

Finalmente, quedamos a solas, apartadas de los demás. Bee se cruzó de brazos, observándome como si evaluara cada movimiento, cada respiro. —¿Tomaste una decisión ya? —dijo en tono bajo, sus palabras llenas de una calma que sólo intensificó la amenaza detrás de ellas.

Su mirada no se desvió de mí; no me dio tregua. Mi corazón latía con fuerza, pero intenté contenerme. Sentía que cada palabra mía era una pista, una señal que podía delatarme. Sabía que responderle significaría sellar mi destino y el de Daniella.

La decisión pesaba en mi pecho como una roca imposible de mover. Bee me observaba con paciencia, como si disfrutara de ese momento en el que yo misma me daba cuenta de que no había salida. Apreté los puños y sentí cómo el aire se volvía más denso. Sabía que cualquier palabra mía podía ser la última que escuchara en esta isla. Miré alrededor, tratando de encontrar algo, cualquier cosa que me diera una alternativa... pero no había nada.

Finalmente, exhalé, enfrentando su mirada, tratando de parecer más segura de lo que en realidad me sentía. —Sí. Me iré —dije, mi voz apenas un susurro, pero cada palabra llevaba la firmeza de una promesa silenciosa.

Bee esbozó una sonrisa satisfecha, sus ojos brillando con una mezcla de aprobación y burla. Parecía complacida de que hubiera cedido, de que, al final, hubiera aceptado su única oferta de vida. Aun así, no mostraba ningún rastro de simpatía; esto, para ella, seguía siendo una cuestión de control.

—Buena elección, doctora. Aunque... —se acercó un paso, reduciendo la distancia entre nosotras—, supongo que sabes que te será imposible volver. Porque, si llegas a hacerlo... —se inclinó, susurrándome al oído con voz afilada—, no habrá próxima advertencia. Esta isla será tu tumba.

Sentí el frío de sus palabras extendiéndose como un veneno, y aunque intenté mantenerme firme, el miedo ya estaba enraizado en mi pecho. Bee me observó una última vez, escudriñando mi rostro en busca de alguna duda, alguna señal de debilidad.

Bajé la mirada, sintiendo cómo mis manos temblaban al pensar en todo lo que estaba a punto de perder. Aun así, una parte de mí entendía que marcharme era lo único que podía hacer por Daniella. Si me quedaba, si intentaba resistir, solo la pondría en mayor peligro. Bee no había hecho su advertencia en vano.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora